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La catarsis brasileña llegó antes de Weinstein

Antes de que el episodio de Hollywood saliera a la luz, un escándalo sexual sacudió a la mayor cadena de televisión de Brasil

El actor brasileño José Mayer, en una foto de 2016.
El actor brasileño José Mayer, en una foto de 2016.Bruno Poletti/Folhapress
Marina Rossi

Mucho antes del escándalo que acabó con el silencio sobre los abusos sexuales del mundo del entretenimiento de Estados Unidos, Brasil vivió su propio caso Weinstein dentro de la cadena de televisión más poderosa del país. El 30 de marzo se hizo pública la acusación contra el actor José Mayer, uno de los galanes más famosos de la televisión y que triunfaba en las telenovelas del canal Globo. Según la víctima, la figurinista Susllen Tonani, el actor la perseguía durante los rodajes diciéndole groserías como “no paro de mirarte el culito e imaginarme tus tetitas” o “¿nunca te vas a enrollar conmigo?”.

El episodio salió a la luz cuando Tonani, 28 años, decidió revelar el drama que sufría desde hacía más de un año siempre que coincidía con el actor de 68 años. La gota que colmó el vaso fue cuando Mayer, dentro de un camerino, le tocó sus partes íntimas. Tomada por un coraje poco común, la diseñadora de vestuario rompió el silencio al dar a conocer su historia por medio de una carta publicada en uno de los principales periódicos brasileños, Folha de S. Paulo.

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A los pocos días, varias actrices famosas y otras mujeres que trabajan en Globo, adoptaron el lema Mexeu com uma, mexeu com todas [Si tocas a una, nos tocas a todas]. En un gesto de solidaridad con la figurinista, al menos una centena de mujeres acudió al trabajo con esa frase estampada en sus camisetas. Poco después de la denuncia, Globo emitió en sus telediarios un comunicado informando de que suspendía temporalmente al actor, el cual sigue sin salir en la televisión hasta la fecha.

Cuando el caso Mayer estalló, las mujeres ya estaban en alerta. La empatía solidaria ya estaba patente en las protestas callejeras en la canción “companheira, me ajude. Eu não posso andar só. Sozinha, ando bem, mas com você, ando melhor” [Ayúdame, compañera. No puedo andar sola. Sola, ando bien; pero contigo, ando mejor], repetida en un gesto de sororidad que no hacía más que multiplicarse exponencialmente desde la Primavera Feminista de 2015.

Aquel año, la campaña en internet #MeuPrimeiroAssédio [#MiPrimerAcoso], promovida por el grupo feminista Think Olga, animaba a las mujeres brasileñas a contar los casos de abusos sexuales que habían sufrido desde la infancia. La constatación de que se trataba de un dolor colectivo hizo que miles de brasileñas protestaran contra cualquier amenaza de retroceso, como los proyectos de ley moralistas en el Congreso Nacional. Uno de ellos, que preveía dificultar la atención a las mujeres víctimas de violación en el sistema público de salud, tuvo un efecto catártico. Nacía la Primavera Feminista en las protestas callejeras, el cual nunca más paró.

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Un año después, en 2016, otro caso famoso reveló que el machismo en Brasil independe de clases sociales. La modelo y actriz brasileira Luiza Brunet, de 54 años, por entonces casada con el empresario multimillonario Lírio Parisotto, publicó una serie de fotos de las lesiones que sufrió —incluido un ojo morado— tras ser agredida por su pareja. Era otra prueba irrefutable más de la violencia a la que están sometidas las mujeres en Brasil.

Las calles y las redes vivieron una electricidad feminista jamás vista desde entonces. Pero el movimiento también despertó la ira de los grupos conservadores, imponiendo una dinámica de avances y retrocesos. Al paso que el grito de las mujeres en las calles obligó a las empresas a retirar campañas publicitarias sexistas, e incluso el presidente Michel Temer se vio forzado a incluir a una mujer en su ministerio cuando asumió el Gobierno en 2016 —solo había designado hombres—, ellas también tuvieron que hacer frente a la furia de los grupos conservadores. El Congreso, por ejemplo, ahora trata de aprobar un proyecto que prohíbe el aborto incluso en caso de violación, algo que hoy está garantizado por ley.

Mientras tanto, la poderosa Globo entendió que hacia falta tomar partido, y su nueva telenovela se ha convertido en un espacio para entonar el mea culpa. La cadena radicalizó el mensaje destinado a las mujeres en la telenovela Do outro lado do paraíso, que emite desde octubre, en la que la protagonista sufre agresiones por parte de su marido. Valiéndose de la ficción, el drama advierte sobre la violencia doméstica, un problema que padecen 503 mujeres cada hora en el país sudamericano.

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Sobre la firma

Marina Rossi
Reportera de EL PAÍS Brasil desde 2013, informa sobre política, sociedad, medio ambiente y derechos humanos. Trabaja en São Paulo, antes fue corresponsal en Recife, desde donde informaba sobre el noreste del país. Trabajó para ‘Istoé’ e ‘Istoé Dinheiro’. Licenciada en Periodismo por la PUC de Campinas y se especializa en Derechos Humanos.

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