Sinaí, el polvorín incombustible de Egipto
Con su política de tierra quemada, el régimen de Al Sisi ha sido incapaz de sofocar una tenaz insurgencia liderada por el ISIS
Por su orografía, emplazamiento geográfico e historia, la península del Sinaí reunía todos los elementos para convertirse en un polvorín tras el golpe de Estado de 2013 contra el presidente islamista Mohamed Morsi. Y así ha sido. Tras más de cuatro años, y la aplicación de todo tipo de políticas de tierra quemada por parte del Ejército egipcio —ocupación militar, asesinatos extrajudiciales, zona tapón alrededor de la Franja de Gaza—, no se avista el final de una insurgencia implacable liderada por Wilaya Sina, la filial local del autodenominado Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés), que se ha cobrado ya centenares de víctimas.
Aunque la península es un vasto territorio de 58.000 kilómetros cuadrados (algo superior a Costa Rica), desértico y montañoso, la zona que concentra la mayoría de los ataques es mucho menor, de apenas unos 100 kilómetros de longitud, situada alrededor de Gaza. En esta región, los atentados contra las fuerzas de seguridad son habituales y, desde 2013, han provocado la muerte de centenares de sus miembros. A causa del conflicto, también han muerto decenas de civiles, ya sea a manos del Ejército o de los grupos terroristas. La capital, Al Arish, y otras localidades colindantes, como Sheij Zuweid, viven desde hace años bajo el toque de queda, que implica a menudo cortes en las líneas telefónicas y del suministro de Internet. Es decir, una auténtica zona de guerra.
Por esta razón, o con esta excusa, el acceso al territorio está vedado a la prensa por el Estado, y sobre todo a la internacional. Esta situación, sumada al clima de terror reinante, dificulta verificar qué sucede realmente sobre el terreno. Habitualmente, los medios se limitan a reproducir los comunicados oficiales con el balance de muertos de atentados y operaciones antiterroristas. Ahora bien, la mayoría de reportajes e informes de los think tanks independientes apuntan a la existencia de una población angustiada y atrapada entre la violencia que ejercen ambos bandos.
El Sinaí, cuyos habitantes originarios son mayoritariamente beduinos, ha padecido un largo historial de marginación por parte del Estado. Ello se debe al centralismo dominante en la Administración, al desprecio respecto al modo de vida y cultura beduinas, así como a la desconfianza del Gobierno hacia una población que aceptó sin una gran resistencia vivir bajo el control de Israel durante más de una década. Con este caldo de cultivo, florecieron varios grupúsculos armados salafistas durante los últimos años del régimen Mubarak que dirigían sus parte de sus ataques contra intereses israelíes. Después de la Revolución de 2011, el oleoducto que exportaba crudo a Israel fue saboteado más de una docena de veces.
El golpe de Estado ejecutado por Al Sisi incendió el Sinaí, transformando los grupúsculos de jóvenes beduinos en una verdadera insurgencia gracias a la llegada de experimentados combatientes yihadistas. De la unión de varias de estas organizaciones nació Ansar Bait al-Maqdis, que en 2014 juró lealtad al ISIS y se convirtió en Wilaya Sina. Formado por un millar de militantes, según estimaciones del think tank TIMEP, ha sido capaz de renovarse tras cada redada o golpe asestado por el Ejército. En una sociedad tribal, nunca faltan los agravios que vengar por las torturas o asesinatos de familiares a manos del Ejército.
Aunque la insurgencia no puede ocupar ninguna franja de territorio durante un periodo de tiempo sostenido, sí es capaz de montar controles en las carreteras e incluso hacerse con pueblos y barrios durante horas, atemorizando a la población civil. Además, organiza reiteradamente sofisticadas emboscadas que provocan un elevado número de víctimas entre las fuerzas de seguridad. "Estos ataques continuos evindencian el fracaso de la política de represión tanto en el Sinaí como en el resto del país", sostiene la analista Allison McManus, de TIMEP. Hasta la fecha, su ataque más mortífero fue contra un avión civil ruso a finales de 2015 que segó la vida de más de 200 turistas de esta nacionalidad. Sin embargo, nunca antes de este viernes había conducido un atentado de esta envergadura contra la población civil del Sinaí.
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