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ARCHIPIÉLAGO
Columna
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Información de inteligencia (Miravalle, San Vicente del Caguán)

Y, a continuación, un nuevo capítulo de cómo sabotear un país, y no es España

Ricardo Silva Romero

Y, a continuación, un nuevo capítulo de cómo sabotear un país, y no es España. Dicen los organismos de inteligencia –y sé que parece el comienzo de un chiste– que el exguerrillero Hernán Darío Velásquez, alias el Paisa, dejó el viernes pasado el proceso de paz porque dejó de golpe la zona de reincorporación en la vereda Miravalle de San Vicente del Caguán. Pero un antiguo combatiente de las Farc dice unas horas después al diario El Tiempo que el tal el Paisa, que en febrero de 2003 puso en marcha el sanguinario atentado al club El Nogal de Bogotá, en realidad “sigue vinculado al proceso de reincorporación”: que simplemente no está ahí “por incumplimiento del Gobierno en la seguridad jurídica”. Siguiente escena: este país que siempre ha tenido tanta fe en los rumores se enfrasca en su discusión de locos sobre los horrores que trae la paz.

Y las aves carroñeras de la guerra, que andan de campaña para tomarse el poder el año que viene, una vez más se lanzan a criticar los reveses en la implementación de los acuerdos como celebrando desgracias –y se dedican a decir “yo sabía”, en vez de “no más violencia”, ante los enfrentamientos con miles de campesinos cocaleros, ante la barbarie de las disidencias de las Farc y los contratiempos que sigue enfrentando en el Congreso el tribunal especial que juzgará a quienes oficiaron el conflicto–, y parecen a gusto, estos cuervos insaciables, con que no se sepa que aquí en Colombia está ocurriendo el largo fin de una pesadilla de medio siglo avivada por el negocio de la droga y por la prohibición, y se ven contentos con que en cambio se siga creyendo que el problema de fondo es una conspiración comunista que busca lapidar y arruinar a los dueños del país.

Alias el Paisa fue una pieza fundamental del horror de las Farc: bombas, secuestros, asesinatos. Su llegada a La Habana como negociador, hace tres años, echó sal en miles de heridas. Quizás ahora tema al tribunal especial que los congresistas colombianos –que ya ni los liberales parecen estar del lado del Gobierno porque un Gobierno de salida sólo les sirve a los colombianos con escrúpulos– han estado saboteando a punta de ases en la manga y operaciones tortuga. Quizás esté perdiendo la paciencia como un pensionado de la guerra que no se acostumbra al marasmo de la paz. Tal vez sepa de la presencia de bandas vengadoras. Pero sí: el hecho es que el viernes dejó Miravalles. Y el diario El Espectador dijo que seguía en el proceso pero fuera del partido de las Farc. Y el noticiero CM& aseguró que se había ido “por incumplimientos del Gobierno”. Y RCN Radio insistió en que iba con noventa hombres más: ¡90!

Y la gritería, que señala una vez más el supuesto fracaso de los acuerdos, termina el sábado porque el Paisa vuelve al campamento de reincorporación en Miravalles. Y se le ve sonriente en las fotografías, a pesar de las amenazas de las bandas vengadoras –por eso se fue–, porque reconoce la protección que le ha dado el Estado en estos meses.

Acaso sea señal de “tiempos de redes” que los medios colombianos cubran las noticias con tantas ganas de que sean malas. Es preocupante que saquen moralejas como “el fracaso de la paz” antes de que la historia del día termine y deje de ser un rumor de inteligencia. De los políticos en campaña, en cambio, cabe esperar cualquier cosa: que se declaren aterrados e indignados por esta Colombia sin las Farc –que es una Colombia que por fin ha podido y ha debido encarar temas de fondo como los cultivos de coca, como este Estado partido en Estados, como esta justicia partida en justicias–, pero que hasta hoy sigan dejando para mañana, estos chulos encorbatados, la indignación por los asesinatos de aquellos 82 líderes sociales.

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