La ruleta no deja de girar en Las Vegas
La meca del juego y el vicio retoma su rutina pocas horas después del tiroteo más mortífero en EE UU
Son las ocho de la mañana en Las Vegas y en el casino del hotel New York-New York ya hay decenas de personas absortas ante las máquinas tragaperras. Están empezando su día, o quizá nunca terminaron el anterior, en la meca del vicio y los excesos. La rutina se impone como la mejor terapia en la ciudad tras sufrir el tiroteo más mortífero de la historia de Estados Unidos. A tres manzanas de allí, murieron la noche del domingo al menos 59 personas en un concierto al aire libre y más de 500 resultaron heridas.
Desde el puente que comunica el New York-New York con otros hoteles, Michelle Bodigon, de 59 años, tomaba este martes por la mañana varias fotografías desde lejos del Mandalay Bay. Otros curiosos hacían lo mismo. Dos días después, siguen rotas dos ventanas de ese hotel casino, un reflejo del horror que se vivió el domingo en su interior. Desde ahí, en una habitación del piso 32, Stephen Paddock, un jubilado de 64 años, abrió fuego indiscriminadamente contra una multitud que asistía a un concierto. Se suicidó antes de ser detenido por la Policía.
Bodigon, que ha viajado desde Indiana para asistir a un congreso en Las Vegas, explica que siente una obligación de tomar las fotografías. “Es algo que necesito como un recuerdo para que no nos olvidemos. Tenemos que seguir adelante , pero no olvidar”, afirma. “Así son las cosas hoy, te puede ocurrir esto en cualquier lugar”, lamenta. Considera que matanzas así pueden ser imposibles de prevenir, pero quiere que se dificulte que personas como Paddock posean una veintena de armas. “Tiene que haber un debate”, reclama esta mujer, aunque ve difícil que se produzca en Estados Unidos.
Las Vegas ha seguido adelante, aunque los signos del dolor son palpables. Los accesos al Mandalay siguen cortados por la policía, hay banderas a media asta y varios carteles luminosos en las calles con mensajes de condolencia y peticiones de donación de sangre. Pero el ambiente es el de siempre: la gente juega y quiere divertirse, por eso precisamente han viajado a Las Vegas, la ciudad de la aparente felicidad a cualquier precio.
La noche del lunes, la primera tras la matanza, la réplica de la Estatua de la Libertad en la puerta del hotel New York-New York continuaba iluminada. Lo mismo ocurría con el castillo al estilo Disney, la Torre Eiffel o el sinfín de iconos kitsch que crean una hilera de luz dorada en la avenida principal de hoteles y casinos de Las Vegas. El Mandalay Bay y la pirámide cercana del hotel Luxor también estaban encendidos como de costumbre.
Dentro del New York-New York, a Blanca de León le sorprende que la del 2 de octubre sea una noche igual que las anteriores. “Hay el mismo ambiente. No ves ninguna emoción”, dice la mujer, de 39 años, tras jugar a la ruleta en el hotel casino. En los alfombrados y coloridos salones nada ha cambiado tras la masacre: jubilados con la piel anaranjada, personas solitarias y turistas beben, fuman y ríen mientras mueven sus fichas sobre el tablero o se enganchan a las máquinas tragaperras. Tampoco se ve ningún cartel en homenaje a las víctimas.
“Vuelta al negocio”, resume su marido, Chris Levar, un electricista de 43 años. Ellos, pese a todo, también deciden probar suerte en la ruleta la noche del mismo lunes. La pareja llegó el sábado desde San Antonio (Texas) y se marchaba este martes.
El tiroteo los cogió en un teatro pero no pudieron volver a su hotel hasta las 3 de la madrugada.“Me sentí tan vulnerable sin mi pistola. Fue una sensación horrible. No podía hacer nada”, dice De León, que es agente de policía en Texas. Sus palabras anticipan su postura, y la de muchas otras personas ante el enquistado debate sobre un mayor control a las armas, cuya posesión ampara la Constitución estadounidense. De León opina que quien esté determinado a atacar, acabará consiguiendo un arma para hacerlo. Y que la solución a la epidemia de violencia no es tener menos pistolas, sino más. Los demócratas, en cambio, sostienen lo contrario. La brecha crece mientras en el país mueren de media 93 personas al día por disparos, según la organización Campaña Brady.
“Afectará a la ciudad durante un tiempo”
Las Vegas lleva a cabo un difícil equilibrio entre el luto y el deseo de pasar página que en este caso se traduce en que la ciudad de la diversión precisamente el ocio no decaiga. “Afectará a la ciudad durante un tiempo”, vaticina Fasil, un taxista etíope que lleva 20 años en Las Vegas. No cree que la ciudad se vacíe como ocurrió en las semanas inmediatas tras los atentados del 11-S, en 2001, en Nueva York. “Es un shock por ahora, pero un tiroteo así puede ocurrir en cualquier lugar”, agrega.
Las Vegas, con una población de 632.000 habitantes, se convirtió en la meca del juego en la década de los sesenta aunque los primeros casinos abrieron en los años 30. Fue a finales del siglo pasado cuando los edificios faraónicos poblaron la ciudad de luces infinitas.
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