El riesgo de una Europa centrífuga
Rumania sigue siendo uno de los países pro-europeos más entusiastas del continente aunque es parte del último círculo de integración en la UE
Hay cinco noticias importantes en Europa: el discurso en La Sorbona del presidente Macron sobre una Europa “profundamente transformada”; el discurso en Florencia de Theresa May sobre una relación imprecisa, pero “única”, de Reino Unido con la Unión Europea (UE) después del Brexit; las tensiones en torno a la situación en Cataluña; el hecho de que Wolfgang Schauble, “don Austeridad”, no siga siendo ministro de Economía en la debilitada coalición Jamaica 4.0 de Merkel; y el auge de la extrema derecha en Alemania.
¿Qué le pasa a Europa? ¿“Soplan los vientos en nuestras alas”, como afirmaba metafóricamente (y eufóricamente) Juncker en su discurso sobre el Estado de la Unión? ¿O somos una especie de Imperio romano tardío que rescata al centro abandonando a sus periferias? Por cierto, el emperador Trajano añadió Dacia - Dacia Traiana, la actual Rumania – como la última conquista del imperio, pero el emperador Aurelio la evacuó como provincia imperial, convirtiéndose así en la primera de las posesiones de larga duración de Roma en ser abandonada.
Por tanto, no se sorprendan si todas estas noticias actuales son una señal de alarma en mi país, Rumania, y en muchos de los recién llegados a Europa, porque los cinco escenarios de Juncker, o el reconocimiento explícito de Emmanuel Macron de una Europa de facto de muchas velocidades, reflejan la misma tendencia natural de todo el mundo o de la construcción política cuando está bajo presión: fortalecer el centro, reducir la periferia y salvar las funciones vitales (la eurozona, la seguridad/el asilo, la defensa, el sistema tributario y la investigación, todas las cuales aparecen en el discurso de La Sorbona). Las tensiones en torno a la intención de exigir un referéndum para una Cataluña independiente o aún más autónoma generan preocupación por el riesgo de que se contagien a nuestra parte de Europa un siglo después del final de la Primera Guerra Mundial, el punto de inicio de la desaparición de los imperios multiétnicos y de la creación de una multitud de Estados nacionales, entre ellos Rumania.
Otros lo llaman “extralimitación imperial”, ya que en las sucesivas oleadas de ampliaciones se añadieron, desde el sur y desde el este, una gran variedad de países, de economías, de culturas de gobierno y de rendimiento en general al grupo original de países fundadores de la actual UE.
Ahora que los líderes de la UE de los 27 se reúnen en Tallín, se dejará a un lado la retórica de los grandes discursos y se abordará la parte realmente difícil: ¿cómo avanzar juntos mientras los países adoptan/aceptan/rechazan una Europa de muchas velocidades? ¿Cómo armonizar, no solo diferentes niveles de rendimiento económico, sino una gran variedad de percepciones del riesgo, especialmente en los países del flanco oriental de la OTAN? Cualquier debilitamiento de las relaciones transatlánticas por el comprensible deseo de avanzar hacia una Unión de la Defensa es inaceptable para los países bálticos, Polonia o Rumania, que sienten el frío aliento de la renovada agresividad rusa.
Rumania sigue siendo uno de los países pro-europeos más entusiastas del continente. Existe un consenso bipartidista sobre el deseo de formar parte del núcleo de la UE. Nuestros líderes políticos han resistido la tentación de emprender la senda del antiliberalismo y del autoritarismo que algunos de nuestros vecinos, por desgracia, han adoptado. Sin embargo, Rumania es parte del último círculo de integración en la UE: no es miembro de la eurozona ni del espacio Schengen, todavía se le aplica el infame Mecanismo de Cooperación y Verificación para la reforma del sistema judicial (al igual que a Bulgaria) y aún no forma parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos.
Lo irónico de este puzle es que en la UE de los 27 coexisten tres grupos de países: los que quieren y pueden formar parte del núcleo duro de Europa; otros que pueden, pero no quieren; y, como Rumania, los países que quieren, pero no pueden.
En la política y en la geopolítica siempre se aplica la teoría de las consecuencias involuntarias. El deseo legítimo de que Europa avance podría producir fácilmente efectos indeseados. Ahora que el grupo de países avanzados ha decidido aumentar la marcha hacia una integración más profunda, es fundamental que exista una vía acelerada real para los 27. Si no, la Europa de muchas velocidades podría derivar fácilmente en una Europa centrífuga.
Mircea Geoana es expresidente del Senado y exministro de Exteriores. Actualmente preside el Aspen Institute en Rumania.
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