El Papa pide el fin de la violencia en Venezuela
El Pontífice, que se golpeó en un ojo mientras viajaba en el Papamóvil, cierra su viaje a Colombia con una homilia muy política en la que pide justicia para las víctimas
Miles de personas con su vida metida en el maletero de un coche han recorrido en los últimos meses los 500 kilómetros de carretera que separan la frontera venezolana con Cartagena de Indias. Muchos han terminado instalándose en la ciudad caribeña de Colombia, convertida en símbolo de los derechos humanos por su aciago pasado como puerto de esclavos. Otros han entrado por algún otro punto de los 2.000 kilómetros de frontera y permanecen en distintas ciudades del país. La mayoría, sin visado, como explicó hace unos días el director de Migración Colombiano. El papa Francisco decidió cerrar en esta ciudad su viaje –un tanto accidentado al golpearse el ojo contra el cristal del papamóvil- con su discurso más político sobre la paz y una inevitable y esperada mención sobre el conflicto de Venezuela.
Justo al término del rezo del Angelus en una plaza de San Pedro Claver, con el ojo y el pómulo izquierdo hinchados por el golpe y algo de sangre en la esclavina de la sotana-, Francisco pronunció unas palabras muy meditadas, incluidas a última hora en su discurso. “Desde este lugar, quiero asegurar mi oración por cada uno de los países de Latinoamérica, y de manera especial por la vecina Venezuela. Expreso mi cercanía a cada uno de los hijos e hijas de esa amada nación, como también a los que han encontrado en esta tierra colombiana un lugar de acogida. Hago un llamamiento para que se rechace todo tipo de violencia en la vida política y se encuentre una solución a la grave crisis que se está viviendo y afecta a todos, especialmente a los más pobres y desfavorecidos de la sociedad”.
La lacra del narcotráfico
El narcotráfico, convertido durante años en fuente de financiación de la guerrilla, sigue siendo uno de los principales problemas de Colombia. El papa Francisco se refirió a ello en Medellín. Pero ha sido en su última etapa en Cartagena cuando más a ahondado en una cuestión que no es nueva en sus homilias.
El cultivo y el consumo de coca ha crecido en los últimos años en Colombia, que sigue siendo el principal productor del mundo. "Condeno con firmeza esta lacra que ha puesto fin a tantas vidas y que es mantenida y sostenida por hombres sin escrúpulos. No se puede jugar con la vida de nuestro hermano ni manipular su dignidad. Hago un llamado para que se busquen los modos para terminar con el narcotráfico, que lo único que hace es sembrar muerte por doquier, truncando tantas esperanzas y destruyendo tantas familias".
Minutos antes, el Papa había entrado en la casa de Lorenza, una mujer de la barriada de San Francisco que lleva dando de comer a los pobres más de 50 años y que esperaba su llegada para escenificar el encuentro ante las cámaras. Pero como suele suceder con todo lo que rodea a Francisco, tuvo que improvisar más de lo previsto para echarle una mano con la herida y prestarle hielo de su congelador para la hinchazón. “Me han dado una puñada”, bromeó el Pontífice con su deje porteño. Pese a lo aparatoso del golpe, no quiso demorar ni un minuto el recorrido y con un punto en la ceja y un moratón en el pómulo, prosiguió su camino por Cartagena a bordo del Papamóvil.
El proceso de paz volvió a aflorar ayer durante la misa que realizó en muelle de Contecar previa bendición a bordo de un helicóptero de la virgen del Carmen, patrona de los pescadores. Pero esta vez en sus palabras introdujo matices respecto al perdón que pidió días atrás a las víctimas. De algún modo, dio voz también a aquellos que han criticado los acuerdos firmados y su laxa letra pequeña. Ayer, también exigió su parte a los llamados victimarios. “Las heridas hondas de la historia precisan necesariamente de instancias donde se haga justicia, se dé posibilidad a las víctimas de conocer la verdad, el daño sea convenientemente reparado y haya acciones claras para evitar que se repitan esos crímenes. Pero eso sólo nos deja en la puerta de las exigencias cristianas. A nosotros se nos exige generar desde abajo un cambio cultural: a la cultura de la muerte, de la violencia, respondemos con la cultura de la vida, del encuentro”.
En un contexto de reivindicación de los desheredados y de la figura de Pedro Claver, el jesuíta y santo catalán que en el siglo XVI se puso del lado de los esclavos negros, Francisco echo mano de su exhortación apostólica Evangelii Gaudium para hablar de la necesidad de involucrar a todos los estamentos de la sociedad en el proceso. De otro modo, aseguró, no habrá paz. “No necesitamos un proyecto de unos pocos para unos pocos, o una minoría ilustrada o testimonial que se apropie de un sentimiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural”.
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