Macron busca alianzas en Europa del Este para proteger los empleos franceses
El presidente francés impulsa el relanzamiento de la UE con un viaje a Austria, Bulgaria y Rumanía
Emmanuel Macron, decidido a ocupar el centro del tablero internacional, abre juego. Tras un inicio de mandato de intensa actividad diplomática que incluyó reuniones con Donald Trump y Vladímir Putin, y días antes de una cumbre en París con los líderes de Alemania, Italia y España, el presidente francés inicia el miércoles un viaje de tres días por Europa central y oriental. Lleva un mensaje europeísta: el relanzamiento de la construcción europea tras años de repliegue. Y otro muy francés: la protección de los estándares laborales autóctonos frente a la llegada de trabajadores temporales de otros socios del club.
Nada se parece tanto a un presidente francés como otro presidente francés. Más allá de la voluntad de imponer un giro liberal a la política de su país y de las declaraciones en favor de la integración de la UE, Macron regresa a los temas que han preocupado a sus antecesores en el Elíseo y a la sociedad francesa, como la protección de la industria y los empleos nacionales ante la competencia internacional. El tema estrella es ahora la supuesta competencia desleal que trabajadores del este y el sur de Europa practican ante los trabajadores franceses, el llamado dumping social.
Hace una década adquirió relevancia la figura del fontanero polaco, en el que muchos franceses proyectaban los miedos que entrañaba la ampliación de la UE. Desde hace unos años, la batalla sobre el lugar de Francia en Europa se proyecta en una oscura directiva de la Comisión Europea adoptada en 1996. La directiva regula la actividad de los trabajadores desplazados temporalmente de un país a otro. El sector en el que es más habitual esta práctica es el de la construcción.
Se calcula que en 2015 había en Francia 286.000 trabajadores desplazados, según datos del diario Le Figaro. No es un fenómeno extendido: representan cerca del 1% del total de personas empleadas. Polonia, Rumanía, Portugal y España son los países de origen más habituales, según los mismos datos. Unos 300.000 franceses son trabajadores desplazados en el extranjero, la mitad de los cuales en países europeos.
El presidente ante su primera gran prueba
En París todavía no es oficialmente la rentrée, el inicio del curso político y escolar, pero el Gobierno francés empieza a dar las últimas pinceladas al primer gran proyecto del presidente Emmanuel Macron: la reforma del mercado laboral. El Ministerio de Trabajo empezó este martes a comunicar a los actores sociales las grandes líneas de una reforma que debe flexibilizar las condiciones del despido, fusionar las múltiples instancias de representación de los trabajadores, y trasladar parte de las negociaciones laborales de las instancias sectoriales a las empresas.
El reinicio de la llamada concertación entre Gobierno, patronal y sindicatos coincidió con la primera intervención del expresidente François Hollande en el debate. Y no fue para apoyar a su antiguo protegido, Macron. Al contrario. "No habría que pedir a los franceses más sacrificios de los que sean útiles", dijo Hollande. "No habría que flexibilizar el mercado laboral más de lo que nosotros hemos hecho: hay un riesgo de provocar rupturas".
La versión final de la reforma debe presentarse el 31 de agosto para que el Consejo de Ministros lo adopte el 20 de septiembre, antes de la ratificación definitiva en el Parlamento.
Entretanto, y por primera vez desde que fue elegido en mayo, Macron afrontará el examen de la poderosa calle francesa. El sindicato CGT ha convocado una manifestación en 12 de septiembre. La Francia Insumisa —el partido izquierdista de Jean-Luc Mélenchon— protestará más tarde, el 23 de septiembre, cuando en teoría el Gobierno ya haya adoptado el texto. Macron decidió aprobar la reforma por la vía de las ordenanzas, y no de una ley, lo que le permitirá esquivar el farragoso proceso de debates y enmiendas parlamentarias.
Los trabajadores desplazados acceden a derechos del país de acogida como el salario mínimo, pero el empleador dispone de un margen amplio para abaratar los costes. Por ejemplo, las contribuciones salariales a la seguridad social son las de país de origen. Y estas son más elevadas en Francia que en los países con ingresos bajos y una red de protección social menos sólida. De ahí la acusación de dumping social: la posible competencia desleal cuando un constructor en Francia prefiere contratar a trabajadores temporales polacos, más baratos que los franceses.
Los trabajadores desplazados fueron motivo de discusión durante la campaña electoral. La extrema derecha de Marine Le Pen y la izquierda alternativa de Jean-Luc Mélenchon agitaron la oposición a la directiva europea. Tras la victoria en las elecciones presidenciales de mayo y en las legislativas de junio, uno de los primeros movimientos de Macron en su primer viaje a Bruselas fue intentar persuadir a sus socios para reforzar la protección de los franceses ante los trabajadores desplazados. Lo enmarcó en sus esfuerzos para lograr una Europa “que proteja”, una Europa que sea más que un espacio de libre comercio. “Europa no es un supermercado”, dijo Macron en junio a EL PAÍS. “Europa es un destino común”.
Pero lo que en Francia se ve como la defensa de una Europa más protectora y social, y una lucha contra el dumping social, en otros países despierta la sospecha de que Francia intenta elevar barreras proteccionistas en el mercado único. En países como Polonia y Hungría —países que Macron ha evitado en su primera gira por la Europa central y oriental— los recelos hacia el nuevo presidente son evidentes. No sólo por la Europa social que Macron, en línea con sus antecesores, quiere promover. También por el plan franco-alemán, acelerado por la salida de Reino Unido de la UE, hacia una Europa con varias velocidades que podría alumbrar un núcleo duro del que quedarían excluidos algunos de los nuevos socios. O por las acusaciones de autoritarismo hacia sus gobiernos, que han hallado eco en París.
El viaje de Macron —con una reunión inicial en Austria con los líderes de este país, de la República Checa y de Eslovaquia; y después la visita a Rumanía y Bulgaria— es un primer movimiento de apertura del presidente francés hacia la nueva Europa. Sus interlocutores serán más próximos a sus posiciones que los húngaros o polacos. Porque, aunque sus planes para transformar el continente requieren la cooperación de Alemania, necesitarán de apoyos en todo el continente.
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