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Las sillas vacías de la diplomacia estadounidense

Trump ironiza con la expulsión de funcionarios de Rusia, pero la falta de personal paraliza el Departamento de Estado

El secretario de Estado Rex Tillerson, el pasado domingo en Manila
El secretario de Estado Rex Tillerson, el pasado domingo en ManilaERIK DE CASTRO (AFP)

A Donald Trump parecen importarle poco los problemas laborales del Departamento de Estado. El presidente estadounidense volvió a desafiar el jueves la ortodoxia política al agradecer con sorna a su homólogo ruso, Vladímir Putin, la decisión de expulsar a 755 trabajadores del cuerpo diplomático de EE UU en Rusia como represalia por las nuevas sanciones a Moscú aprobadas por el Congreso.

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“Quiero agradecerle porque estamos tratando de recortar nuestro gasto en nóminas. Estoy muy agradecido por el hecho de que él haya dejado ir un número grande de personas. No hay ninguna razón real para que vuelvan”, dijo Trump a la prensa en su club de golf de Nueva Jersey, donde está pasando sus vacaciones. “Vamos a ahorrar mucho dinero”.

El elogio de Trump a Putin —al que percibe como un estereotipo de hombre fuerte y al que apenas critica— contrasta con la posición del Departamento de Estado y del Congreso, que reprocharon la decisión de Moscú, que evoca la Guerra Fría, y advirtieron del daño que infligirá en las tareas diplomáticas.

Las palabras del magnate simbolizan su desdén hacia el servicio diplomático y la ausencia de nombramientos de personal que atenaza el departamento que dirige Rex Tillerson.

Como parte de su doctrina aislacionista (encarnada en el lema “América primero”), Trump ha propuesto un recorte del 31% del presupuesto del Departamento de Estado. Incluye un descenso drástico de la ayuda exterior y una rebaja del 8% en el número de trabajadores, que ahora ronda los 75.000.

Tillerson, que hasta su designación era el máximo responsable de la petrolera ExxonMobil, ha recurrido a sus dotes ejecutivas en su intento de poner orden en la telaraña diplomática de Foggy Bottom, como se conoce al Departamento. Ha contratado a dos consultoras para efectuar un análisis interno de su funcionamiento y ha decidido no designar subsecretarios y secretarios adjuntos hasta familiarizarse con el organigrama de altos cargos. La parálisis que vive el departamento le ha costado a Tillerson una lluvia de críticas en círculos diplomáticos y militares.

El resultado es que la diplomacia estadounidense está colmada de puestos interinos y que los trabajadores más veteranos se están marchando, molestos por la gestión del secretario de Estado. En sus primeros seis meses como presidente, Trump nominó a 20 altos cargos para el Departamento de Estado (ocho de los cuales han sido confirmados por el Senado), una cifra muy inferior a la de sus predecesores. Un patrón parecido se repite en otras agencias del Gobierno. El republicano culpa a la oposición demócrata del lento ritmo de confirmación.

Las sillas vacías son especialmente visibles en las embajadas estadounidenses. Los diplomáticos nombrados como cargos políticos por Barack Obama dimitieron en enero con el cambio en la Casa Blanca. Trump solo ha nominado a 31 embajadores, de los que 13 han sido confirmados por el Senado, según la Asociación Americana del Servicio Exterior. De los destinos más relevantes, solo están ocupados Pekín, Tel Aviv, Tokio, Ottawa, Roma y Londres. El número de designaciones es de nuevo inferior al de su predecesor.

La falta de diplomáticos en Europa preocupa al Pentágono. “Nos hace daño no tener embajadores”, dijo a finales de julio a la publicación Politico el general Ben Hodges, comandante del Ejército de tierra en Europa. El militar sostuvo que sobre todo es un “mal momento” para no tener un embajador en Alemania, un aliado clave para Washington y donde está la base central de EE UU en el continente.

En Rusia tampoco hay un embajador estadounidense, a la espera de que reciba la aprobación el designado por Trump. EE UU cuenta con unos 1.200 trabajadores diplomáticos en el país. La mayoría son rusos, por lo que es probable que sean los más afectados por la orden de Putin de rebajar, a partir de septiembre, el número de personal hasta unos 450.

Trump no esconde su deseo de acercamiento a Moscú. Aunque acabó firmándola, se opuso a la ley de sanciones aprobada por el Congreso para castigar el supuesto ciberataque ruso durante la campaña electoral. Y el jueves tampoco fue la primera vez que rompió reglas básicas de conducta diplomática, sobre todo con un país considerado rival como Rusia. En julio de 2016, Trump instó al Kremlin a piratear los correos electrónicos borrados en el servidor privado de Hillary Clinton.

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