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Crisis en Venezuela
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

“¿Los tanques rusos en Praga? ¡Hasta Gibraltar tendrían que llegar!”

Se le ha puesto a los que se oponen a las bravatas de Maduro y de Diosdado Cabello el cascabel de fascistas y ricachones

Juan Cruz
El dirigente chavista Diosdado cabello (centro) el pasado lunes.
El dirigente chavista Diosdado cabello (centro) el pasado lunes.Miguel Gutiérrez (EFE)

Cuando los tanques soviéticos entraron en Praga, en 1968, la izquierda comunista o compañera de viaje se removió aquí para buscar foco. ¿Qué pasa, qué pasa? Y en esos segundos que amenazaban la ortodoxia debida a los dictados del Kremlin y de París un sindicalista le explicó a otro para alertarle:

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—¡Los tanques rusos han entrado en Praga!

En el desconcierto, el colega al que no le cabía duda de quién tenía la razón dejó pasar segundos y exclamó:

—¿En Praga? ¡Hasta Gibraltar tendrían que llegar!

Entonces no teníamos ninguna duda. Los tanques rusos hicieron el camino que tenían que hacer. Padilla era lo peor, Cuba hacía bien en llevarlo a la mazmorra; Stalin no merecía la gloria, quizá, pero sí su santuario; la historia estaba hecha de buenos y malos, y los malos eran los que no estaban con nosotros; el muro de Berlín garantizaba la pureza, la democracia burguesa contaminaba el aire y las cañerías. Los norteamericanos eran de la CIA y los comunistas venían del cielo celeste, o rojo. Que nadie nos tocara el color. Los compañeros de viaje asistíamos en silencio, era mejor, estábamos sentados pero estábamos ganando.

La izquierda era de izquierdas y el infierno eran los otros. ¿En medio? En medio no había nada. Cuando acabó aquí la guerra (en 1976 o 1978, según se quiera), siguió habiendo buenos y malos. Ahora los malos son los mismos y los buenos son los nuestros, aunque ya no se sepa muy bien quiénes son los nuestros.

Lo que pasaba con el sindicalista y su amigo se parece ahora a lo que sucede con respecto a Venezuela y a otros países en los que hasta el subsuelo es rojo y bello, como antaño nos gustaban los subsuelos. Puede pasar en Venezuela o en Nicaragua o en Cuba cualquier cosa que no nos guste, que si está protagonizado por los nuestros debe ser bueno. Nos pasaba con la URSS, con Cuba, con Rumania incluso, con las Brigadas Rojas, con la Baader Meinhoff, hasta con ETA… ¿Son los nuestros? ¡Algo bueno tendrán! ¡A Gibraltar tendrían que llegar! ¿Leopoldo López? Un terrorista, duro con él. ¿Ledezma en la cárcel? Algo habrá hecho. ¿Los venezolanos del exilio? ¡Trastos de la CIA!

Hay un libro que cura aquel mal de bajura que acepta que lo de los nuestros es lo mejor, lo único. Ese libro es Tumulto (Malpaso, 2015), de H. M. Enzensberger, que vivió aquellas revoluciones, convencido de quienes eran los nuestros. Hasta que, pasadas las décadas, se encontró consigo mismo en el espejo y se preguntó: pero, ¿dónde estaban mi corazón y mis ojos? ¿¡Y yo era también de los nuestros!?

Con Venezuela está pasando. Se le ha puesto a los que se oponen a las bravatas de Maduro y de Diosdado Cabello el cascabel de fascistas y ricachones y ya nada de lo que digan ni la ONU ni nadie sobre lo que pasa le gana al filtro de buenos y malos que nosotros hemos engrasado también para estar contentos como unas pascuas.

Ahora pasa en España como pasaba con los tanques que llegaban a Praga:

—¡Mira lo que hace y dice Diosdado Cabello contra los opositores venezolanos!

—¡¿Diosdado Cabello?! ¡¡En Cádiz lo tendría que decir!!

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