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Putin todavía espera poder reencauzar la relación con Estados Unidos

El presidente ruso, pese a las sanciones de EE UU, aguarda un gesto amable del magnate antes de emprender de nuevo un discurso antiamericano

El vicepresidente Pence, durante su visita de este lunes en Estonia
Pilar Bonet

Rusia conserva aún la esperanza de colaborar con EEUU en temas de interés común prioritario pese a las sanciones aprobadas por el Congreso norteamericano. Esta esperanza formaba parte del mensaje de Vladímir Putin cuando anunció el domingo por la noche que el personal diplomático y técnico estadounidense destinados en Rusia debe prescindir de 755 personas y quedar reducido a 445. El presidente indicó que estaba dispuesto a “un enfoque selectivo de la colaboración con EEUU”, afirma Andréi Kortunov, director del Consejo de Asuntos Internacionales de Rusia (RSMD en su abreviatura en ruso), una institución analítica y asesora presidida por el exministro de Exteriores, Igor Ivanov.

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En una entrevista televisiva, Putin pasó revista a los intereses comunes ruso-norteamericanos y mencionó las restricciones de armamento de destrucción masiva, la guerra contra el terrorismo, los planes para pacificar Siria, como campos en los que ambos países “logran resultados” “incluso ahora en esta situación bastante difícil”. El presidente se refirió también la lucha contra la emigración ilegal, la delincuencia organizada, la ciberseguridad y la energía.

“Y no hablo ya de los lanzamientos de los cohetes norteamericanos, que se realizan con nuestros motores, no hablo del programa espacial internacional”, subrayó el líder ruso, según el cual “no se trata solo de los negocios, sino de una colaboración en muchos campos y en muchas direcciones”. 

De hecho, Putin abogó a favor de la interdependencia internacional, lo que contrasta hoy con su propia política oficial para sustituir las dependencias exteriores en la economía civil (desde la agricultura a la industria pasando por los programas de ordenador y las tarjetas de crédito) y en el sector militar. Esta línea es parte de la reacción rusa a las sanciones que le fueron impuestas por occidente por las injerencias de Moscú en Ucrania en 2014.

“El Kremlin esperaba mucho de Trump y por eso, no ha decidido aún convertir su desencanto en su política oficial, aunque da señales en ese sentido”, afirma Iván Kurilla, especialista en relaciones ruso-norteamericanas de la Universidad Europea de San Petersburgo. Este experto considera que la posición del Kremlin es hoy por hoy “suave”, pues Moscú se ha limitado a responder con siete meses de retraso a las medidas que tomara el presidente Barack Obama en diciembre de 2016 (expulsión de 35 diplomáticos y restricciones para el uso de inmuebles por parte de la embajada rusa en Washington). Sin embargo, Rusia no ha contestado aún al proyecto de ley aprobado el pasado jueves por ambas cámaras del Congreso, pero aún no firmado por Trump.

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Para Kurilla, es “difícil imaginar” cómo puede reaccionar el Kremlin de forma selectiva, si se pretende “castigar” al Congreso, pero de modo simultáneo se espera algo aún de Trump y no se quiere perjudicar a las empresas norteamericanas dispuestas a trabajar en Rusia.

En su intento de romper el frente único occidental, Moscú puede intentar aprovechar el descontento que las sanciones provocan en Bruselas por la falta de coordinación con los aliados europeos y por perjudicar a empresarios de este continente. En opinión de Kurilla, no obstante, los gobiernos europeos se enfrentarán con tensiones internas en sus propios países, pero no se opondrán frontalmente a la política de Washington. El suministro de cuatro turbinas fabricadas por la compañía alemana Siemens a la anexionada Crimea, burlando las sanciones comunitarias, puede provocar un endurecimiento de Berlín respecto a Moscú. Sintiéndose engañadas por el Kremlin, las autoridades alemanas quieren incrementar los controles sobre las exportaciones de sus empresas y evitar que un escándalo semejante vuelva a ocurrir. Pero para seguir la evolución de la política alemana en el futuro habrá que esperar a las elecciones parlamentarias del próximo otoño en ese país.

Spaso House, la residencia del embajador estadounidense en Moscú
Spaso House, la residencia del embajador estadounidense en MoscúAFP

En Rusia, las elecciones presidenciales del próximo marzo, y concretamente los eventuales “temas para la movilización popular”, desempeñan también un papel para el futuro candidato del Kremlin. En esta marejada creciente, Putin deberá decidir si es posible salvar del naufragio algunos sectores clave de la relación con Washington o si llega la hora de convertir la retórica antioccidental y antiamericana en uno de los pilares de la campaña. Los analistas esperan que Putin trate de relegitimarse como líder de la nación y la retórica patriótica puede ser de nuevo el recurso para tratar de consolidar a sus conciudadanos en torno a su figura y frente al enemigo externo. Esta lógica subyace a anuncios como el realizado por el vicejefe del comité de defensa del Consejo de la Federación (cámara alta), Franz Klintsévich, según el cual Rusia planea la botadura de seis portaaviones. Un incremento de los gastos de armamento lastraría la ya sobrecargada economía rusa, amenazada por las nuevas sanciones.

“El empeoramiento de las relaciones con Occidente podría tener como consecuencia un endurecimiento de la política interior y nuevas restricciones de las libertades cívicas en Rusia”, afirma Kurilla, según el cual incluso el destino de su universidad puede verse afectado por el deterioro del clima entre Moscú y Washington. La Universidad Europea de San Petersburgo está pendiente de que le sea concedida una licencia para continuar su labor. De entrada, la reducción de personal diplomático puede repercutir en dificultades para obtener visados. “Los rusos tendrán que esperar durante semanas o tal vez meses para recibir sus visados a EEUU”, escribió el exembajador norteamericano en Rusia, Michael McFaul.El RSMD, conjuntamente con el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) de Washington, acaba de presentar en Moscú una elaborada “hoja de ruta para las relaciones ruso-norteamericanas” con múltiples recomendaciones prácticas y “las sanciones del Congreso crean un fondo muy negativo” para ponerlas en práctica, afirmaba Kortunov.

El experto puntualiza que hay puntos en la legislación aprobada por el Congreso que “Trump no está obligado a cumplir” y espera que el presidente norteamericano “no irá demasiado lejos en el uso de las posibilidades que le dan las sanciones”. En opinión de Kortunov, Trump y el secretario de Estado, Rex Tillerson, pudieron haber trasmitido estos matices a sus interlocutores rusos y haberles dado alguna esperanza durante las reuniones que han mantenido con ellos, incluida la que sostuvieron los dos presidentes en la cumbre del G-20 en Hamburgo. “El Ejecutivo ruso podría haber dado a entender a Rusia que no va a emplear literalmente el contenido de la ley”. Uno de los grandes problemas de estas sanciones, afirma el experto, es la “diversidad” de causas por las que se aplican, desde la política de Moscú en Ucrania y en Siria, a la injerencia electoral en EEUU, pasando por la observación de los derechos humanos y el cumplimiento de los acuerdos de desarme. Es tanta la diversidad, dice, que “no se comprende qué debería hacer Rusia para que estas sanciones puedan ser abolidas”.

“En el caso de las medidas contra Irán (por su programa nuclear), todo era concreto y claro, se sabía lo que se quería, cómo y en qué condiciones obtenerlo, pero en el caso de Rusia, las medidas parecen responder a un postulado religioso, como si nos dijeran que no nos quieren y que sería mejor que no existiéramos”, dice Kortunov. Se trata de una situación “paradójica”, ya que Rusia quiere colaborar para solucionar los problemas en Corea del Norte y Oriente próximo, pero las sanciones la ponen en el mismo nivel que Pionyang o Teherán y la “empujan a colaborar con estos regímenes”.

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Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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