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Dos son multitud (Urrao, Antioquia)

En Colombia, que no es mejor ni es peor que ninguna parte, se da aquello de caerle al caído incluso antes de que acabe de caer

Ricardo Silva Romero

Ocurre la etapa montañosa del Tour de Francia que va de Saint-Girons a Foix. Viernes, 14 de julio de 2017. Etapa 13. Kilómetro 46. Alberto Contador y Mikel Landa, que encabezan la carrera desde hace media hora, suben a buen paso el Col d’Agnes, pero a un “genio de Twitter” de aquellos –“el genio de Twitter” es un arcano mayor del tarot de nuestros días: el sincerote sin pelos en la lengua que no tiene ni idea– lo único que se le ocurre decir es algo así como “Nairo Quintana es la gran mentira del ciclismo del mundo de hoy”. Por supuesto, justo en ese momento Quintana, que en días pasados ha reconocido que sus piernas no están respondiéndole como él querría, se escapa del lote a su manera, corajuda, obstinada, resistida, en busca del primer lugar de esa mañana. Y qué imbécil suena entonces haberlo descartado: a enterrar en vida al ciclista más vivo.

Sin embargo, más absurdo es posible. En Colombia, que no es mejor ni es peor que ninguna parte, se da aquello de caerle al caído incluso antes de que acabe de caer, pero también se da un resabio que quizás sea común en las sociedades monoteístas nostálgicas de la monarquía: eso de ser incapaz de hacerles fuerza a dos profesionales del mismo campo, “¡vamos, Nairo!”, “¡vamos, Rigo!”, al mismo tiempo. En plena narración de la gesta, cuando se da cuenta de lo que está sucediendo, el febril locutor de la radio –estoy escuchando la etapa en un atasco, en la carrera 7ª, como cuando era niño– cae en cuenta de un problema que ya quisiera la gente con problemas: los colombianos vamos a tener que decidir –asegura– si apoyamos el ataque de hoy de Nairo Quintana o la posibilidad de que Rigoberto Urán dispute el Tour.

Urán, de 30 años, está a solo veintipico segundos de Chris Froome en la clasificación general. Quintana, de 27, tendría en cambio que tomarles unos cuatro minutos a todos en esa etapa empinada y azarosa para volver a convertirse en favorito.

Y entonces no es Nairo Quintana y Rigoberto Urán, sino Nairo Quintana o Rigoberto Urán. Uno de dos: escojan.

Urán nació rodeado de montañas en el valle de Urrao, Antioquia: tuvo que encargarse de su familia cuando tenía 14 porque los paramilitares mataron a su padre, pero su amor por el ciclismo, que por poco deja, lo salvó de convertirse en otro colombiano tragado por la violencia, otra alma en pena. Desde 2006, cuando se fue a correr a Italia como aprovechando un milagro, su nombre empezó a repetirse en las vueltas europeas, pero fue en 2012, con la camiseta blanca del mejor joven del Giro de Italia, cuando fue claro que iba a pasar lo que pasó: su medalla de plata en los Olímpicos de Londres y sus subcampeonatos en el Giro. Urán corrió un par de años con el viento en contra –y ya: lo retiraron–, pero en el kilómetro 46 de la etapa 13, mientras Quintana se va y se sigue yendo, es evidente que va a salirle bien el Tour.

Si uno ha seguido el ciclismo desde niño, desde que Alfonso Flórez ganó el Tour de l’Avenir, puede vaticinar ese 14 de julio lo que vendrá: que Urán, que no solo tiene temple sino humor, pondrá nervioso a Froome hasta en el podio; que Quintana, que no se da por derrotado ni se deja ensuciar por las mezquinas declaraciones del mánager de su equipo (“comenzó muy pronto a ser mayor”), no estará bien al día siguiente, pero se negará a retirarse del Tour pues “no se deja de cosechar porque una siembra no salió”; que muchos caerán en la trampa de escoger, hola a Rigoberto, adiós a Nairo, porque dos son multitud aquí en Colombia y con un pintor y un político y un futbolista es más que suficiente, pero muchos más, educados en el viacrucis del ciclismo, celebrarán el domingo 23 de julio el gran segundo puesto de Urán y la bella derrota de Quintana.

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