“Soy tu padre…” (Bolívar, Venezuela)
Quienes repiten que “Colombia va a camino a volverse Venezuela”, aquí en Bogotá, ignoran e irrespetan a ambos países
Quienes repiten que “Colombia va a camino a volverse Venezuela”, aquí en Bogotá, ignoran e irrespetan a ambos países en una sola frase. Suelen lanzar ese vaticinio para agravar la esperanza en la llegada de un mesías de derecha, para revivirles a los viejos, que sí votan, la ansiedad que sigue dándoles la palabra “comunismo”, y para espantarles electores a los candidatos cercanos al acuerdo de paz. Pero lo hacen desconociendo lo que ha pasado en los dos países desde que empezaron a ser dos países tan diferentes: 1830. En un raro giro de la trama, la Colombia de hoy, más capitalista que nunca, ha conseguido que su chavismo –su proyecto populista: el uribismo– tenga que pelear el poder en las urnas e irse a maquinar su regreso cuando pierde. Pero los cínicos de aquí siguen usando a Venezuela como el mito del fin del mundo.
Venezuela es, hoy, una dictadura de manual. Suceden, como llenando casillas de un formulario, el drama de las tres ramas del poder por culpa de un grupito de bribones, la persecución encarnizada a la oposición, la intromisión despiadada en la vida privada de la ciudadanía, la estigmatización de los medios de comunicación y –más evidente que nunca– la degradación de la figura del presidente: ya han sido asesinados más de noventa de los corajudos venezolanos que están saliendo a las calles a decir, día por día, que se niegan a que su país sea de esos falsos chavistas; que se niegan a un año más de ese régimen que ya no tiene cómo fingirse democrático; que se resisten a una fuerza pública que caza disidentes, a la violencia de esas milicias contra la oposición en la Asamblea, a esa era anterior, del siglo XX, en la que aún existen los presos políticos.
Pero mientras el mundo ve, en las redes sociales, la violencia que no cesa en las calles venezolanas, el tirano sigue jugándosela por portarse como un tiranito.
Venezuela es, hoy, una dictadura de verdad, pero su dictador es –para usar una palabra venezolana– un dictador chucuto: un déspota grotesco, segundón, que muestra su juego cada vez que habla. El viernes pasado, en Ciudad Guayana, en el estado venezolano de Bolívar, lanzó un monólogo delirante contra el presidente de Colombia que dejó en evidencia su zozobra: “El presidente Santos me tiene que pedir la bendición, compadre, porque somos sus padres”, gritó luego de insistir en que Colombia fue fundada en Venezuela, y siguió con un ridículo “Santos: pide la bendición, compadre, inclínate, híncate ante tu padre”. Y seguro dijo “híncate” sin hache. Y una vez más fue tristemente obvia la estrategia de aplazar la crisis llamando al nacionalismo, apelando al anticolombianismo, armando lío, coñazo.
Dijo luego: “Soy tu padre, Santos, deja la maldad contra Venezuela, coge mínimo, compadre, que estás muy mal en Colombia”. Y es seguro que la gente de mi generación se quedó en ese “soy tu padre…” y vio allí a un Darth Vader chimbo, chucuto. Y después pensó –la gente que no les cree a los populistas que desempolvan ideologías sesenteras– que no es maldad contra Venezuela, sino puro respeto por una nación ajena, eso de no opinar más de la cuenta, ni llamar a más asesinatos, ni hablar con condescendencia sobre lo que han vivido los venezolanos, pero negarse a que se nos vuelva paisaje, espectáculo de segundo plano, aquella violencia sanguinaria contra la democracia, contra los estudiantes, contra los diputados opositores, contra los presos políticos como el falsamente excarcelado Leopoldo López.
Al parque del barrio en el que vivimos viene, a veces, una familia venezolana: nadie les pinta su Venezuela como un fracaso, sino como una suma de valientes listos a dar la vida para que su país no sea más el capricho de un puñado de embusteros.
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