La caída de la Stalingrado italiana
La izquierda pierde por primera vez en 70 años en Sesto San Giovanni, un símbolo evidente del avance del centro derecha en los feudos tradicionalmente obreros de Italia
Los obreros entraban a ritmo militar a la fábrica mientras los niños desfilaban de dos en dos hacia el colegio, en el mismo complejo industrial. Hubo un día en que Sesto San Giovanni fue el motor fabril de Lombardía (norte de Italia) y el cuartel general de la izquierda y sus ramificaciones sindicales. La Stalingrado italiana, como siempre la han llamado, resistió más que nadie al fascismo y alumbró las protestas más sonadas. Hablar de feudo rojo sería quedare corto. Pero el pasado 25 de junio, por primera vez desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la izquierda perdió las elecciones y dejó al municipio en manos de la coalición formada por Forza Italia, Liga Norte y Fratelli d'Italia. Un símbolo, junto a otros lugares como Génova, de la infiltración de la derecha en el cinturón rojo italiano.
En Sesto San Giovanni (80.921 habitantes) ya no quedan fábricas ni obreros. En la puerta de la General Electric resisten a media tarde de un martes 10 operarios que han ocupado las viejas instalaciones de la fábrica en protesta por su cierre. Saben que no lograrán nada, terminarán en la calle como los demás, son el último resorte. La pequeña ciudad, alrededor de la cual se erigieron empresas como Pirelli, Campari o la gigante fundición Falk, fue perdiendo población y ha recibido en los últimos años un gran número de inmigrantes árabes (el 17% del censo). Su anterior alcaldesa, Monica Chittò, proyectó una de las mezquitas más grandes de Europa. En medio de la polémica, la policía detuvo y abatió ahí mismo el pasado diciembre al terrorista tunecino Anis Amri después de haber atentado en un mercado navideño en pleno centro de Berlín. Un hombre que había llegado a Italia vía Lampedusa y que había vagado por el país de centro en centro. Un cóctel perfecto para el discurso contra la inmigración y la seguridad.
El fenómeno de Sesto tiene todos los mimbres de un lepenismo a la lombarda. La coalición de centro derecha, que en las mismas elecciones logró hacerse con otro histórico feudo de izquierdas como Génova y otras 15 de las 25 capitales de provincia en juego —10 más de las que obtuvo en 2012—, ha convencido a los viejos obreros, a las clases medias empobrecidas y a votantes de izquierdas desencatados. Massimiliano Minore, 59 años, padre de dos hijos y antiguo responsable en una de las fundiciones, ha puesto una tienda de helados con cuatro euros que le quedaban del despido de hace cuatro años. Aguanta ahí —“esta calle es ejemplo del degrado de la ciudad”, protesta— para llegar a la jubilación. “El día después, cierro”, dice.
El señor Minore cree que el Estado le ha humillado, desprecia al ex primer ministro del Partido Democrático (PD) Matteo Renzi, no entiende por qué los inmigrantes tienen ayudas y él se parte el lomo en la maldita heladería cada día para llegar a los 64 años y jubilarse, cree que su ciudad se ha vuelto insegura, que todos los políticos, especialmente ese “deficiente de Angelino Alfano [de Nueva Centroderecha y actual ministro de Exteriores]”, les toman el pelo y comen sobre su espalda. Pero sobre todo, odia que le hayan obligado a votar a la derecha por primera vez en su vida. Con la nariz tapada y los ojos cerrados, pero le han forzado hacerlo, y eso todavía le revuelve más las tripas contra ellos.
La historia del señor Minore, que va deshilando tranquilamente la tarde de este martes en una de las sillas de metal de su heladería, resume la de muchos votantes que, en ocasiones, también acuden al Movimiento Cinco Estrellas (M5S) del cómico Beppe Grillo. No hay nada de fortuito o de errático en su elección. El propio Matteo Salvini, líder de la Liga Norte, lo define así en una reciente entrevista con EL PAÍS. “La izquierda ha perdido el contacto con las periferias y los trabajadores. El alcalde del PD saliente de San Giovanni quería hacer la mezquita más grande de Europa, y eso no ayuda. Pero la cuestión es trabajo y seguridad. Las dos emergencias italianas”. Y nada más. En Monza, a pocos kilómetros de aquí, ha sucedido lo mismo. En Lucca, territorio de izquierdas en la civilizada Toscana, los fascistas de Casa Pound han sacado un 7,8% de los votos. En Verona o Parma tampoco les ha ido mal.
La alianza entre Fratelli d'Italia, Liga Norte y Forza Italia es una realidad competitiva que, si se mantiene unida, tiene números para llegar a gobernar tras las próximas elecciones previstas para 2018. Las encuestas le otorgan alrededor de un 35% de la estimación de voto. El polítólogo Piero Iganzi no tiene ninguna duda de su potencia y de que repetirán equipo para las nacionales. “Juntos tienen la misma fuerza que el PD o M5S. En su victoria ha influido la división de la izquierda y su incapacidad histórica para pescar [votos] en el electorado de centroderecha, pese a los esfuerzos de Renzi. Pero no es ninguna novedad, unidos siempre han tenido posibilidades”.
La resurrección del centroderecha
Forza Italia quiere tirar del carro e, inhabilitado Silvio Berlusoni, los mejor situados para salir en los carteles electorales son el gobernador de Liguria, Giovanni Toti, y el presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani. ¿Diferencias insalvables? Según Ignazi, en el fondo, tienen el mismo electorado. “Hacen un poco de teatro, pero tienen opiniones muy parecidas. En el tema de la Unión Europea, no nos engañemos, la visión de Forza Italia siempre ha sido de escepticismo. Pero por los intereses de Berlusconi respecto a la sentencia que espera del Tribunal de Estrasburgo [sobre su inhabilitación por su condena por fraude fiscal] y por promover a Tajani, puede que se hayan suavizado. Aunque la hostilidad siempre ha existido”, analiza.
Esa parte es la más delicada para estos nuevos votantes de la derecha italiana, en los que la ruptura con Europa todavía no ha calado. Pero su brecha con la izquierda se abrió mucho antes y lleva el nombre de Matteo Renzi. Fue el 4 de diciembre de 2016, y el primer ministro puso su cabeza en la guillotina del referéndum constitucional. Sergio Pegorini, nacido y crecido en Sesto, había votado toda su vida al PD. Pero decidió mandarlo a casa. “No es un partido de izquierdas. Y el contenido de su programa aquí ha sido desatendido. Han perdido a la gente de vista. Me he sentido muy mal votando a la derecha, es cierto. Pero espero que reaccionen”, señala. El farmacéutico, un tipo cultivado y con un profundo arraigo a las ideas progresistas, también habla de seguridad, de quintos pisos con rejas en el balcón, de implantación de cámaras de vigilancia en la calle. En las elecciones generales, como muchos que han emprendido este viaje sin billete de vuelta, se plantea votar al M5S como protesta. La izquierda, o lo que queda de ella en Italia, dice, no le volverá a decepcionar.
Los cachorros de la derecha
Roberto di Stefano (Forza Italia) es el nuevo alcalde de Sesto San Giovanni. La coalición formada con Liga Norte, Fratelli d'Italia y el apoyo de la lista cívica en la segunda vuelta de las admistrativas confirmó lo que estaba ya claro en los últimos meses. Joven, directo y con un discurso conservador, hizo una larga campaña en la que los ciudadanos redactaron parte del programa electoral. Acaba de llegar de ver al delegado del Gobierno para pedir dos tanquetas del Ejército en el mismo lugar donde acaban de apuñalar a dos personas.
Junto a él está el coordinador de la Liga Norte en Italia. Se entienden perfectamente. Hablan de industria, de cómo las empresas se han ido yendo fuera de la ciudad —la útlima General Electric, a la que acusan de haberse trasladado a Toscana con un tejemaneje de Renzi— y de cómo Qatar pensaba financiar el proyecto de mezquita que todavía sigue en marcha. "Lucharemos contra el degrado y la inseguridad de esta ciudad. Hay problemas de suciedad, de gestión, de amiguismo en la Administración…", señala. Es joven, práctico y de lenguaje directo. Forma parte de la renovación de la base llevada a cabo por Silvio Berlusconi durante este tiempo en que su partido parecía estar en fase de barbecho.
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