Trump aterriza en Europa con las espadas en alto
El presidente de EE UU acude al G-20 dispuesto a dar la batalla contra el déficit comercial, el cambio climático y Corea del Norte
Donald Trump aterriza en Europa con las espadas en alto. Justo antes de iniciar la gira que le llevará a Polonia y luego al G-20 en Hamburgo, recriminó a China su trato a Corea del Norte y cuestionó mantener acuerdos comerciales con países que “no ayudan”. Todo un anticipo de la doctrina hostil y aislacionista que desplegará en su visita. “Viajamos para reafirmar quiénes somos”, ha resumido la Casa Blanca. Ese será el santo y seña de un presidente que, pese a su retórica, llega profundamente solo y con cuentas pendientes con casi todos los grandes líderes.
Trump pisa Europa con la lupa puesta sobre sus pasos. Cualquier movimiento en falso o salida de tono desatará tormentas. El republicano lo sabe y tratará de volver la corriente a su favor. No al gusto europeo ni de la progresía estadounidense. Esos públicos le preocupan muy poco. Trump dirige su mensaje, una y otra vez, a ese núcleo duro del electorado que jalea sus encontronazos en Twitter. “Es un sector extremadamente fiel y que, excepto una catástrofe, no cambiará de opinión sobre él, como tampoco lo harán los críticos”, afirma Larry Sabato, director del Centro para Política de la Universidad de Virginia.
La regresión polaca
Primer paso, primera polémica. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, arranca su gira con una visita a Polonia. Un país que ha sufrido una severa regresión, los medios han sido estigmatizados y la independencia judicial está bajo amenaza. En ese entorno, que muchos otros mandatarios evitan cuidadosamente, el millonario republicano se ha reservado un momento estelar este jueves. Será su discurso en la plaza Krasinski, en Varsovia, epicentro en 1944 del valeroso levantamiento contra la barbarie nazi que acabó con 200.000 polacos muertos.
“Ahí elogiará el coraje polaco y celebrará su emergencia como poder europeo. Llamará a todas las naciones a inspirarse en el espíritu de los polacos y expondrá su visión no sólo de las relaciones de América con Europa, sino del futuro de la alianza trasatlántica y lo que significa para la prosperidad y la seguridad estadounidenses”, ha explicado el consejero de Seguridad Nacional, Herbert R. McMaster.
A ellos va dirigida la primera etapa del viaje, Polonia. Este destino ha sido elegido antes que el Reino Unido, para evitar las protestas callejeras, pero también por la sintonía de Trump con el ultranacionalista y regresivo partido gobernante. Establecida ahí la posición de partida, Trump se encaminará luego a Hamburgo. Entre reuniones bilaterales, corales y de pasillo, el presidente tiene un objetivo claro y que ha sido resumido por el consejero de Seguridad Nacional, Herbert R. McMaster: “Ante todo, promoveremos la prosperidad de América, la protección de los intereses de América y el sostenimiento del liderazgo de América”.
Ese sencillo credo impregnará toda su cumbre. Como ya hizo en el G-7 de mayo, Trump blandirá su aislacionismo ante sus homólogos, en especial con el presidente mexicano, pero también tendrá que enfrentarse a sus consecuencias. No se trata solo del muro con México, de su salida del Acuerdo de París o de la consiguiente formación de un frente común europeo a favor del cambio climático, sino de un elemento previo.
Sin una hegemonía clara, el liderazgo se ejerce ahora en el mundo en oposición a Trump. Él se ha vuelto la vara de medir. Emmanuel Macron, Justin Trudeau, Angela Merkel y Xi Jinping han sufrido los embates del presidente de Estados Unidos. Alemania por el déficit comercial, China por la presión a Corea del Norte, Macron por el cambio climático y Trudeau por el Tratado de Libre Comercio.
Consciente de ello, el republicano quiere rebajar la tensión en su segundo viaje al extranjero y sostiene que acude dispuesto al acuerdo, incluso con el cambio climático. “América primero, no significa América sola”, ha dicho la Casa Blanca. Pero el punto de partida es siempre el mismo. “Solo estamos dispuestos a renegociar o buscar un nuevo pacto si es beneficioso para el pueblo americano”, ha señalado el consejero de Economía Nacional, Gary Cohn.
Otro tanto sucede con el déficit comercial. Es la obsesión de Trump y uno de los arietes de su discurso electoral. Con un desnivel en la balanza de 470.000 millones de euros, el republicano culpa al entramado internacional y no deja de atizar a sus beneficiarios: China, Alemania y México. “EEUU ha suscrito algunos de los peores acuerdos comerciales de la historia del mundo. ¿Por qué tenemos que mantenerlos con países que no nos ayudan”, tuiteó este miércoles antes de tomar el avión a Polonia.
Ese será su tono. Agresivo y desafiante. Ni siquiera el explosivo conflicto con Corea del Norte se libra de él. “El comercio entre China y Corea del Norte ha crecido casi un 40% en el primer trimestre. ¡Tanto que China iba a trabajar con nosotros, pero teníamos que intentarlo!”, tuiteó en un claro reproche al presidente chino, Xi Jinping, con quien tiene prevista una reunión clave en Hamburgo
Este encuentro, como el que mantendrá con Vladímir Putin, es crucial. La tensión con Pyongyang, en plena escalada balística, se ha disparado en los últimos días y el presidente de EE UU ya ha comunicado a Xi, tras el fracaso de sus presiones, que está dispuesto a actuar solo. Aunque nadie considera aún una respuesta militar directa, la tensión presagia un aumento fuerte de la inestabilidad en una zona vital para la economía del Pacífico. La respuesta china a la petición de ayuda de Trump será fundamental para el devenir del conflicto. Y también, como todo el G-20, una prueba para el presidente de Estados Unidos.
Trump y Putin se reúnen bajo la sombra de la trama rusa
Al final, se verán las caras. Donald Trump y Vladímir Putin mantendrán en la cumbre del G-20 de Hamburgo una reunión bilateral. Habrá asistentes, notas y tiempo para la discusión. Un encuentro que en cualquier otro caso entraría en la normalidad diplomática, pero que ante los dos machos alfa de la política mundial adquiere aires explosivos. Nunca se han visto y entre ellos fluye una electricidad insólita. Casi fascinación.
La última reunión formal entre presidentes se celebró en septiembre de 2015 en Naciones Unidas. Duró 90 minutos y, pese a las sanciones por Ucrania, Barack Obama la lidió sin escándalo. Ahora todo ha cambiado. El cara a cara con Putin ha sido desaconsejado por los asesores. El poderoso sector militar de la Casa Blanca desconfía abiertamente de Rusia. Y los servicios de inteligencia consideran sin asomo de duda que el Kremlin es un enemigo hostil que orquestó una campaña de desprestigio contra Hillary Clinton durante las elecciones. Una injerencia destinada a favorecer a Trump y que alimenta la madre de todos los escándalos en Washington: la trama rusa.
La investigación de este caso apunta al propio presidente. Tanto el FBI como el fiscal especial, Robert Mueller, tratan de averiguar si hubo coordinación entre el equipo de campaña de Trump y Moscú. Las pesquisas avanzan sin tregua y en el camino ha caído abrasado el primer consejero de Seguridad Nacional, Michael Flynn, y ha resultado parcialmente inhabilitado el fiscal general, Jeff Sessions.
Bajo estas coordenadas, cualquier error del republicano al tratar con Putin se le volvería en contra. Un paso en falso y el incendio será casi imposible de controlar. No es algo nuevo. Ya ocurrió con la visita el 10 de mayo a la Casa Blanca del ministro de Exteriores ruso. Trump, eufórico, le comunicó información secreta sobre terrorismo. El desliz no se ha olvidado y es por ello que la Casa Blanca teme el espinoso escándalo ruso y aunque ha admitido que el mandatario puede sacarlo a colación, también ha destacado que no hará hincapié en él.
Para el presidente, el punto neurálgico es Siria y la lucha contra el terrorismo del ISIS. Ahí espera lograr avances, aunque sea a costa de encerrarse con Putin en una burbuja. A su favor juega que los rusos buscan un diálogo estable e insisten en que se les retiren las sanciones, incluidas las impuestas por Obama por la injerencia electoral. No es algo que esté en manos de Trump después de la decisión casi unánime del Senado de blindarlas. Pero no cabe duda de que a Putin le conviene tener acceso a un personaje que públicamente le ha manifestado su admiración. Alguien que en plena campaña electoral pidió que continuara jaqueando los correos de su rival. En Hamburgo, frente a frente, lo podrán recordar.
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