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ARCHIPIÉLAGO
Columna
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I have a different view on Colombia (Atenas, Grecia)

Uribe le vaticinó un futuro negro al país con mentiras rampantes

Ricardo Silva Romero

Por mí que hablen mal de Colombia, así, en abstracto, como si Colombia no fuera un país complejo lleno de países habitado por seres humanos e inhumanos, sino un vecino sátrapa que hace ruido en las madrugadas. Por mí que estereotipen sin tener idea de qué están hablando. Que digan –los mismos creadores de “todos los españoles son toreros” y “todos los franceses son pedantes” y “todos los rusos son borrachos” y “todos los japoneses son sabios” y “todos los gringos son brutos”– que todos los colombianos somos caracortadas bigotudos, camuflados y tropicales en la tierra del protagonista de la primera temporada de Narcos. No voy a ir persona por persona, en este mundo ancho y ajeno e hiperconectado, diciendo la aburrida verdad: que esta es una democracia en crisis, como todas, con cierta vocación a mejorar.

Resulta increíble sin embargo que, para seguir hundiendo a su sucesor, el expresidente Uribe se haya ido inglés en ristre contra el país que ha azuzado y conquistado y radicalizado y afeudado –tendría que existir esa palabra– desde los ochenta: en el prestigioso foro de Concordia, que es un foro no partidista que cree en las alianzas entre lo público y lo privado para enfrentar los desafíos sociales y luchar contra los extremismos, Uribe le vaticinó un futuro negro a Colombia con mentiras rampantes como “ilegal mining and narcotrafficking are the only two sectors of the economy that are growing at this moment”, “last year we saw a growth in extorsion by 236 percent”, “Farc enjoys total impunity”. Fue en Atenas, Grecia, donde se dieron los primeros defensores de la democracia, pero también sus primeros enemigos.

Por supuesto, no se trata de ser patriotero ni nacionalista: “apátrida” no es quien critica, sino quien daña. Se trata de debatir, de corregir el país de uno. Se trata de reírse del país de uno empezando por uno. ¿Cómo pedirle a un ciudadano inglés que calle afuera de Inglaterra cuando la primera ministra Theresa May habla de pasar por encima de los derechos humanos? ¿Cómo pedirle a un político estadounidense que no denuncie, afuera de los Estados Unidos, cada vez que el presidente Donald Trump se atreve a negar –entre mil y una cosas más– el cambio climático? ¿Cómo pedirle a un francés que se resigne, ante un extranjero, al ascenso del Frente Nacional comandado por Marine Le Pen? El problema con Uribe no es ese: es que no sólo exagera sobre Colombia, sino que además miente. Y que no debería estar quejándose, sino recibiendo las quejas.

Su intervención delirante del martes pasado en el atónito foro de Concordia –que, repito, no es el lugar para hacerles campaña presidencial a los precandidatos de su partido unipersonal, sino justamente para pensar en cómo desactivar los fundamentalismos– comenzó con un “I have a different view on Colombia…” al que no siguió el reconocimiento de que si él hubiera logrado su sueño de perpetuarse en el poder (uno) la economía del país quizás estaría pasando también por momentos difíciles, (dos) su populismo habría seguido entorpeciendo varios países del país, (tres) las Farc no serían un cartel desmantelándose sino un cartel perseguido por siempre y para siempre, y (cuatro) difícilmente se habría dado el cese del fuego y el fin del conflicto y el desarme que ha evitado la muerte de cerca de 2.500 colombianos.

Colombia tiene un gobierno cansado, flojo y en problemas: es decir, un gobierno. Colombia ha padecido desde su Independencia un Estado que –a veces por desidia, a veces por ineptitud– no da abasto. Pero no tiene por qué no tener futuro: no tiene por qué caer de nuevo en el mesianismo uribista que se sostiene en los extremismos y en los miedos y convierte en un peligro escribir columnas como estas.

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