_
_
_
_

Los correos de Clinton devoraron a Comey

El director del FBI se vio superado por un viejo caso alimentado por luchas de poder

Pablo de Llano Neira
Hillary Clinton el 2 de mayo en un acto en Nueva York.
Hillary Clinton el 2 de mayo en un acto en Nueva York.REUTERS

La caída en desgracia del director del FBI James Comey es el último capítulo de un culebrón judicial y político, un prolongado torbellino burocrático y de aroma a luchas de poder, que se remonta a una polémica decisión tomada por Hillary Clinton antes de jurar su cargo en 2009 como Secretaria de Estado del primer gobierno de Barack Obama: instalar un servidor personal de correo electrónico en su casa de Chappaqua, Nueva York, en lugar de una cuenta gubernamental protegida, para el envío y recepción de todos sus mensajes -tanto personales como oficiales-.

Más información
“¿Por qué ahora?”, interrogan los demócratas al presidente
La relación entre Rusia y Trump

El escándalo explotó en marzo de 2015 por una revelación del diario The New York Times según la cual el comité del Congreso encargado de investigar el ataque en 2012 al consulado de EE UU en Bengasi (Libia) protestaba porque no le resultaba posible confirmar si Clinton –Secretaria de Estado durante dicho atentado– había entregado toda la información disponible, dado que la funcionaria había operado con un servidor privado. Clinton accedió a entregar su correspondencia electrónica pero borró la que ella y sus ayudantes consideraron “personal”. De los 60.000 mensajes que acumuló entre 2009 y 2013 como Secretaria de Estado, eliminaron unos 30.000 que definieron como privados.

Clinton sostuvo que había utilizado ese sistema “por conveniencia”, para simplificar la recepción de correos y remitirlos todos a una sola cuenta, y para no tener que emplear dos teléfonos a la vez. “Pensé que usar un solo dispositivo sería más simple, pero no funcionó así”, dijo. Luego se supo que, en realidad, había usado más dispositivos. Los críticos argumentaban que la poderosa líder demócrata había utilizado ese sistema para tener un control absoluto sobre su correspondencia.

Izquierda, el exdirector del FBI James Comey. Derecha, Donald Trump, presidente de EE UU.
Izquierda, el exdirector del FBI James Comey. Derecha, Donald Trump, presidente de EE UU.REUTERS

Su sistema casero de administración de correos podía haber violado la normativa existente para los funcionarios federales y fue investigado. En septiembre de 2015, Clinton presentaba disculpas públicas en su Facebook por haber usado una sola cuenta. “Sí, debí haber usado dos direcciones de correo, una para asuntos personales y otra para mi trabajo en el Departamento de Estado. Lo siento y asumo toda la responsabilidad”. En de mayo de 2015 trascendía un informe del Departamento de Estado que atestiguaba que Clinton había infringido las normas al emplear un servidor privado.

El 5 julio de 2016, James Comey, nombrado director del FBI en 2013, anunciaba que cerraba su investigación. La agencia concluía que Clinton y sus ayudantes había actuado de forma “extremadamente descuidada” al gestionar información oficial con un servidor privado, pero no consideraba que hubiera cometido un delito criminal. Al día siguiente, el Departamento de Justicia informaba de que no se presentarían cargos criminales contra la exsecretaria de Estado por el uso de su servidor personal. Por entonces Hillary Clinton estaba ya en plena campaña presidencial como candidata demócrata, y el caso de los correos había sido el ariete que había lanzado una y otra vez contra ella el candidato republicano Donald Trump. Clinton podía respirar.

Pero el culebrón volvió a dar un violento giro el 28 de octubre, a dos semanas de la votación a la presidencia de EE UU del 8 de noviembre de 2016 y con Clinton favorita en los sondeos. De improviso, Comey envió una carta a ocho congresistas explicando que el FBI estaba revisando nuevos correos relacionados con el dichoso servidor personal de Clinton. Estos correos se habían descubierto en la investigación de un caso separado sobre Anthony Weiner, exmarido de Huma Abedin, una exasesora de Clinton. Al anunciarse que el caso volvía a estar vivo, Trump lo celebró: “Esto lo cambia todo. Es la mayor historia desde el Watergate”. Sin embargo, el 6 de noviembre, a tres días de las elecciones, Comey volvía a envainarse la espada e informaba de que el FBI había revisado los nuevos correos sin novedad. La agencia de investigación mantenía la misma conclusión que había alcanzado el pasado mes de julio y recomendaba no presentar cargos criminales contra Clinton.

Este martes, el fantasma de los correos de Clinton reapareció para devorar a Comey. Trump le tenía guardado el puñal desde que aquel 5 de julio de 2016, el ya exdirector del FBI cerró por primera vez el caso. Ahora, con Comey a cargo de las pesquisas sobre la conexión de la campaña de Trump con el Kremlin y tras su resbalón al reconocer errores en su declaración ante el Comité Judicial del Senado sobre el caso de los correos, la Casa Blanca ha encontrado la ocasión de dictar sentencia. A sus 56 años de edad, James Brien Comey Jr. es, ya, un cadáver político.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_