Con el revólver bajo la almohada
El ascenso de Le Pen y la debacle de la izquierda funcionan en Francia como vasos comunicantes
El poeta surrealista Jacques Rigaut (1898-1929) fundó en París la Agencia General del Suicidio y, un siglo después, la izquierda de su país es un aventajado alumno. Cuando Manuel Valls dijo hace tres años que la “izquierda puede desaparecer”, no podía imaginar que la máquina de autodestrucción se perfeccionara tanto. Pero algunos protagonistas quieren más. Mientras rematan el suicidio colectivo, maniobran para que su extinción beneficie aún más a la neofascista Marine Le Pen.
Las primeras alertas llegaron en 2014 con la doble humillación del gobernante Partido Socialista en las elecciones municipales y europeas. Fue cuando el Frente Nacional se convirtió en la fuerza más votada. Antiguos bastiones de la izquierda se convirtieron en emblemáticos feudos de la extrema derecha. Había ocurrido lo mismo en 2002, cuando la derrota del socialista Lionel Jospin propició que el filonazi Jean-Marie Le Pen pasara a la segunda vuelta de las presidenciales.
¿Cómo respondieron hace tres años las fuerzas progresistas ante la amenaza? En el PS surgieron las corrientes críticas mientras su grupo parlamentario votaba dividido las leyes clave del Gobierno. Cada elección posterior —departamentales, regionales, parciales al Senado…— sumó otra humillante debacle para la izquierda.
Y de desastre en desastre, sin discurso coherente y desunida, la izquierda ha estallado en pedazos en estas elecciones. Lógico, porque se presentaban tres izquierdas: la radical de la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon; la socialdemócrata de Benoît Hamon; y la social-liberal de Emmanuel Macron.
Si hubiera presentado una única candidatura, la izquierda hubiera arrasado: los tres candidatos suman 18 millones de votos, más del 50%.
La izquierda alimenta su próxima debacle, la de las legislativas de junio, la última que la llevará a la insignificancia
Pero no se unen ni para frenar a los herederos del colaboracionista Petain. El radical Mélenchon, el más beneficiado de la división al lograr el 20% de los votos, es el único líder republicano que no pide frenar a Le Pen de la única forma posible y responsable: votando a Macron, sumándose al frente antifascista.
Argumenta el insumiso Mélenchon que no puede elegir entre “la extrema finanza y la extrema derecha”, como si la distinción real no fuera entre un rival demócrata y una enemiga de la República.
Le Pen le ha agradecido públicamente el gesto —eso bastaría para rectificar— porque la ultraderechista no contaba con el regalazo de un augurado trasvase de votos de la izquierda en la segunda vuelta del 7 de mayo. Y de una mayor abstención, que es lo que ella necesita. La izquierda alimenta así su próxima debacle, la de las legislativas de junio, la última que la llevará a la insignificancia tras dominar el poder nacional, regional y local hace solo tres años.
Rigaut dormía bajo la almohada con el revólver que usó para quitarse la vida a los 30 años. Poco antes, dejó escrita una poesía sobre su Agencia del Suicidio que concluía así: “Se admiten socios en cómodo sistema de franquicia o accionistas solventes sin escrúpulos”.
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