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La vida cotidiana en Venezuela ya es una batalla campal

Los habitantes de Caracas, tras tres semanas de protestas, viven entre el racionamiento, la escasez de medicinas, la inseguridad y la polarización política

Supermercado saqueado en Caracas, el viernes.Foto: atlas | Vídeo: CARLOS GARCIA RAWLINS (REUTERS) / ATLAS
Francesco Manetto

Caracas es una montaña rusa. Cruzar la capital de Venezuela, escenario desde hace tres semanas de las protestas de la oposición que demanda elecciones al Gobierno de Nicolás Maduro, supone un viaje a través de mundos paralelos, visiones opuestas de la realidad y disfunciones que ilustran la vida cotidiana de muchos venezolanos.

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Los vecinos de Petare, uno de los barrios más humildes e inseguros del país, acuden al mercado a media mañana. En los puestos predominan la fruta y algunas verduras. Delante de las tiendas de alimentación más abastecidas, protegidas con rejas de seguridad, son habituales las colas para comprar pan y otros productos básicos. En el comercio de Douglas Gutiérrez hay que respetar unas normas: cada cliente puede comprar como mucho cuatro paquetes de arroz, cuatro de azúcar y cuatro botellas de aceite. Es lunes y hay quien piensa que conviene hacer acopio de comida con vistas a la manifestación del miércoles, que los líderes opositores calificaron de “madre de todas las marchas”. Una bolsa de arroz cuesta hoy 4.700 bolívares, alrededor de un dólar, precio que se multiplica en la reventa ilegal conocida como bachaqueo. En la estación de servicio del barrio, 20 litros de gasolina salen por dos puñados de céntimos de dólar.

Venezuela, país productor de crudo cuya economía depende del valor del petróleo, está azotada además por una dramática tendencia hiperinflacionista. El FMI calcula que los precios subirán más del 1.700% en dos años. Mientras el centro comercial de Tolón, en la urbanización de Las Mercedes, exhibe tiendas de firmas europeas donde una blusa vale más de tres salarios mínimos –de 40.000 bolívares, menos de 10 dólares-, los caraqueños no logran encontrar decenas de medicamentos ni pañales en las farmacias. “El pueblo está muerto de hambre”, dice Ismael García, un político veterano que apoyó al expresidente Hugo Chávez y ahora es diputado de la opositora Mesa de Unidad Democrática (MUD). “Hay que luchar para que los venezolanos se expresen”.

El Gobierno de Maduro intervino en el mercado con los llamados CLAP. Se trata de comités locales de abastecimiento y producción que administran productos básicos regulados como la harina o la leche en polvo y que Henrique Capriles, líder del partido Primero Justicia, considera un “chantaje” que genera dependencia del oficialismo. Algo parecido hizo Chávez en el terreno sanitario con las misiones Barrio Adentro. Este proyecto de atención primaria implantado con el apoyo de Cuba sigue en pie después de más de una década, aunque su funcionamiento ha quedado afectado por otros de los problemas cruciales de Venezuela: la violencia en las calles. Lo confirma Carlos Villegas, médico intensivista que desde hace tres años dirige el centro de diagnóstico integral Río de Janeiro a la salida de Petare. Recibe cerca de 60 pacientes al día, cree que este modelo funciona pero relata: “La inseguridad es el mayor problema”. El año pasado hubo, según la ONG Observatorio Venezolano de Violencia, 28.479 asesinatos en un país con una población de 30 millones de habitantes.

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Por las calles, no obstante, se ven pocos policías uniformados. Salvo antes de las manifestaciones. Esta semana, en medio de las protestas de la oposición, se han producido barricadas, enfrentamientos con las fuerzas de seguridad, actos vandálicos y la parroquia de El Valle, cerca de donde creció Maduro, fue escenario de saqueos y una batalla campal la noche del jueves. Las autoridades denunciaron un intento de ataque a un hospital infantil por bandas armadas. Tres personas murieron tiroteadas y nueve electrocutadas durante el asalto a la panadería La Mayer. A unos metros de ese establecimiento podía verse un casquillo aún el viernes por la mañana.

“Ojalá que todos estos muertos no se los vengan a echar al Gobierno, fueron ellos mismos que se metieron”, afirma Evelia Manrique, quien considera que su país atraviesa un conflicto. “La guerra contra Venezuela es dentro y fuera de Venezuela”, añade en referencia a la acusación clásica del chavismo, que atribuye el impulso de las protestas al apoyo de Estados Unidos y de la Organización de los Estados Americanos. Ana González la advierte: “Nos quieren poner a nosotros peleándonos con nosotros mismos. Todos andamos con lo mismo, con la comida, con los medicamentos, con la salud, con todo lo que está pasando, si es chavista o si no es chavista, todos estamos pasando hambre”. “Yo soy oficialista, pero lo que sucedió aquí no fue oposición racional ni Gobierno”, opina por su parte Angie Barrio, de 38 años, trabajadora del metro, sobre los disturbios.

La vida cotidiana en Venezuela está marcada por una elevada polarización. Pero eso no quiere decir que todos los opositores o quienes se manifiestan contra el Gobierno comulguen estrictamente con el ideario de las fuerzas que integran la MUD. Ni que todos los que defienden el chavismo lo hagan porque aplauden ese modelo, sino más bien porque prefieren la conservación de cierto orden, la idea de que cada cosa siga en su sitio. Chávez, además, consiguió instalar en el imaginario colectivo un concepto de soberanía y de orgullo nacional que persiste en varios sectores y que asimila la noción de patria a una opción política. Lo reflejan las palabras de Yilson Rodríguez, que sostiene la pancarta del colectivo Vencedores Lanzas de Vargas durante la marcha convocada por el Gobierno para responder, el miércoles, a la movilización de la oposición. “No tenemos que permitir que nos invadan, tenemos que defender la revolución”, explica. Ante esa defensa a ultranza, las incompatibles ganas de cambios de la oposición. Mientras tanto, año tras año, Venezuela sigue sumida en el bloqueo.

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Sobre la firma

Francesco Manetto
Es editor de EL PAÍS América. Empezó a trabajar en EL PAÍS en 2006 tras cursar el Máster de Periodismo del diario. En Madrid se ha ocupado principalmente de información política y, como corresponsal en la Región Andina, se ha centrado en el posconflicto colombiano y en la crisis venezolana.

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