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ABRIENDO TROCHA
Columna
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Democracia: ahora es diferente

América Latina no está irremisiblemente condenada a que sus democracias sean inviables

Diego García-Sayan

América Latina no está irremisiblemente condenada a que sus democracias sean inviables. No solo no lo son, sino que recurrentemente sacan fuerzas para responder a lo que las amenace. Tampoco merecen una mirada condescendiente y de perdonavidas. Hay muchos ejemplos en los últimos 15 años en los que una feliz convergencia entre vigorosas capacidades democráticas nacionales y el sistema internacional ha enfrentado con relativo éxito circunstancias amenazantes.

Lo hemos estado viendo estos días ante la evolución de los acontecimientos en dos países: Paraguay y Venezuela. En el primero, una movida parlamentaria para producir un cambio constitucional "entre bambalinas" fue bloqueada por la gente en las calles y las señales de la comunidad internacional. 

En Venezuela, el autogolpe, a través de una sentencia del Tribunal Supremo, fue frenado y enfrentado. Esto no despeja los nubarrones antidemocráticos que siguen golpeando al país ni la dramática crisis humanitaria que sufre su pueblo, pero sí ha revertido el autogolpe. La gente sigue en las calles pues la agenda democrática no se reduce a enfrentar el autogolpe; la respuesta este martes fue una "feroz represión", como la calificó Almagro.

Nada es lineal ni simple. Lo ocurrido en los últimos 15 años en la región es variado, pero los hitos democráticos son alentadores. Pongo el ejemplo del Perú. Los que vivimos la experiencia peruana de lucha por la reconstrucción democrática a fines de la década de los 90, pudimos constatar que el sistema internacional –en nuestro caso, particularmente el sistema interamericano– puede ser un soporte importante para reforzar el papel central de fuerzas democráticas internas cohesionadas para salir de una crisis autoritaria.

De esa experiencia salió, precisamente, la iniciativa de la Carta Democrática Interamericana –aprobada en el 2001– para enfrentar amenazas distintas del tradicional "golpe militar". "Nunca se ha aplicado" o "no sirve para nada" es uno de los lugares comunes o distorsiones más persistentes sobre la Carta Democrática Interamericana. Error; eso no es cierto. Se ha hecho uso y aplicación de ella muy claramente en tres casos.

Primero, en Venezuela el 2002, con ocasión del golpe del 11 de abril contra Hugo Chávez. Sí, la misma Carta hoy denostada por el régimen de Maduro como "arma del imperio". Se impulsó la inmediata convocatoria de una sesión del Consejo Permanente de la OEA en aplicación del artículo 20 de la Carta. Cuando dos días después del golpe se adoptó en el Consejo la resolución sobre el golpe de Estado en Venezuela, se condenó "la alteración del orden constitucional en Venezuela" y se instó a la "normalización de la institucionalidad democrática […] en el marco de la Carta Democrática Interamericana". Este paso convergió con el desarrollo interno del proceso político y ese mismo día se normalizó la situación.

Más adelante se aplicó en Honduras en 2009, luego del derrocamiento del presidente Manuel Zelaya; y en Paraguay (2012) cuando el presidente Lugo fue apartado del cargo de presidente de la república por el Senado paraguayo "por mal desempeño de sus funciones". En estos casos el mecanismo de la Carta se puso en acción y ello tuvo manifestaciones sostenidas en el tiempo. Ahora la aplicación en curso de la Carta a Venezuela sigue estando en la agenda del Consejo Permanente de la OEA; un tanto convulsionado, cierto, pero en una dinámica que está en pleno desarrollo al escribirse estas líneas.

No es que todo esté claro o el suelo parejo. Un instrumento interamericano, universal y hasta "interplanetario" no sustituye ni se superpone a lo fundamental: la dinámica interna de las fuerzas sociales y políticas. Eso sí: cuando la oposición a un régimen autoritario actúa dividida o sin un eje articulador claro y común, la comunidad internacional no podrá suplir esas limitaciones (ni le corresponde). Pero con ella al lado, mucho se puede lograr cuando hay unidad.

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