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Supervivientes del ataque químico en Siria: “Se respiraba muerte”

Víctimas y testigos directos relatan cómo vivieron el ataque de gas tóxico en Siria que ha indignado al mundo

Hamid al Yusef, con los cadáveres de sus dos hijos muertos en el ataque de gas tóxico en Siria.Foto: atlas | Vídeo: ALAA ALYUSEF
Natalia Sancha

Era de madrugada y reinaba el silencio cuando Alaa al Yusef, de 27 años, escuchó el estruendo. Cuatro proyectiles acababan de caer del cielo sobre Jan Sheijun, la ciudad siria en la que vive bajo el control de los rebeldes. Al Yusef comprendió que no se trataba de un bombardeo normal -a los que están acostumbrados después de seis años de guerra-  al ver que los heridos no mejoraban aunque los rociaran "con agua, vinagre o Coca-Cola". El efecto del ataque gas tóxico comenzaba a surtir efecto.

Uno a uno, 19 miembros de la familia de al Yusef irían muriendo en las siguientes horas. Los testimonios que ha recabado este periódico entre los supervivientes del bombardeo del que se responsabiliza al Ejército de Bachar el Asad componen un retrato de la barbarie. "En segundos todo se convirtió en muerte. Se respiraba y veía muerte por todas partes”, relata Al Yusef a través de mensajes de voz de Whatsapp. Se estremece al hablar de sus dos sobrinos muertos, los dos hijos de apenas 10 meses de su hermano Hamid, a los que la vida les ha sido segada de raíz.

El primer "mártir" de su familia, como dice al otro lado de la línea, fue su sobrino, de 23 años. Cuando llegó a casa de su hermana, el muchacho ya estaba muerto. El resto de personas que habían estado expuestas a los efectos químicos comenzaron a sufrir problemas respiratorios, picores de ojos y vómitos, por lo que comenzó la evacuación a la clínica más cercana. El personal médico no estaba preparado para algo así.

“Ni máscaras, ni antídotos ni trajes…nada”, dice también por Whatsapp Dibo Sultán, enfermero. En cuestión de una hora se apilaron 130 pacientes en el suelo, desbordando al equipo médico del hospital: siete enfermeros y un cirujano. El enfermero cuenta que puso inyecciones de atropina y proporcionó oxígeno al paciente hasta donde le llegaron las fuerzas. De repente, él también comenzó a sentir los síntomas al haber estado en contacto con las víctimas. 

Mientras tanto, Al Youssef regresó a casa de su hermana. Allí le esperaba el horror. En un cuarto se apilaban los cadáveres de nueve hombres y en otro, el de cuatro mujeres. "Mi sobrino Hamid dejó a sus hijos en el refugio como otras veces, y se fue a ayudar. Pero murieron por los gases”, relata. Los ancianos y los niños habían sido los primeros en caer. Mensaje tras mensaje, Al Youssef enumera los nombres y edades de sus 19 allegados. Es su particular forma de rendirles tributo. Cada nombre cuenta. 

En menos de 48 horas, Jan Shaijun ha enterrado a sus muertos para pasar a convertirse en una ciudad fantasma. La mayoría de los 75.000 habitantes han huido a poblados vecinos por temor a nuevos ataques. Este jueves, el departamento de salud del Gobierno opositor sirio con sede en Turquía elevó a 86 el número de víctimas mortales -entre ellos 27 menores- y a 546 el de heridos. Este es el balance del peor ataque químico sufrido en Siria desde el verano de 2013.

Un vecino de de Al Yusef, Mohamed Maarati, agricultor en la cincuentena, dice que todo fue muy rápido. Visto y no visto. De repente había gente tirada en el suelo entre cuerpos de palomas y gallinas muertas. Los Cascos Blancos --defensa Civil que opera en zonas insurrectas- llegaron al poco tiempo. Hamid Quteini recibió la primera llamada de alerta porque la matanza acababa de perpetrarse en su ciudad. Los rescatadores se sorprendieron al llegar de la poca sangre que había en el suelo. 

"¡Tened cuidado hay algo raro!”, alertaron por radio los primeros en llegar antes de que las comunicaciones se interrumpieran. Hamid explica que había más de 400 personas con síntomas de mayor o menor gravedad. Se ocupó de hacer una primera criba y los casos más críticos fueron evacuados a los hospitales de Idlib ciudad y a Turquía. Otros fueron trasladados al hospital Al Rahman, el único de Jan Shajiun.

Allí estaba Omar Qaddour, fotógrafo de la Agencia France Press. “Los médicos intentaban reanimar a dos bebes moribundos cuando un misil nos alcanzó”. Así es como comenzó un segundo ataque, esta vez sobre el hospital, un objetivo más en esta guerra que ya se cuenta 312.000 muertos. El impacto inhabilitó el único generador del que disponían para mantener los respiradores en marcha. Un segundo misil golpeó el edificio colindante y una sede de los Cascos Blancos, de entre cuyos escombros también logró salir con vida el rescatador Quteini. El fotógrafo Qaddour volvió para tomar imágenes de voluntarios y activistas recogiendo muestras en las zonas de impacto y de animales muertos.

Entonces llegó la hora de enterrar a los muertos. Su intención era sepultarlos como manda su religión a todos, a los 19, pero los aviones seguían sobrevolvando sobre sus cabezas. Tuvieron que enterrarlos a todos en una misma fosa, lo más rápido posible, por miedo a un nuevo ataque. Al Yusef tuvo que agarrar a los padres de los niños muertos para que no besaran a sus cadáveres, no fueran a contagiarse. La guerra les ha robado hasta el último adiós.

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