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Una fiesta de puertas adentro

El blindaje de Roma para el aniversario de la UE recluyó a ciudadanos en casa, cerró comercios e impidió la entrada a los museos

Daniel Verdú
Miles de europeos partidarios de la UE se manifiestan este sábado junto al Coliseo, en Roma
Miles de europeos partidarios de la UE se manifiestan este sábado junto al Coliseo, en RomaEFE

Andrea, un enjuto boloñés recién llegado a Roma en autocar, se desfonda con el megáfono y corea consignas contra los amos de las fábricas y el capitalismo. Falta media hora para que empiece en el centro de Roma la gran manifestación contra la Unión Europea, la causante de todos los males junto a Angela Merkel, añade con voz ronca de tanto gritarle al megáfono este líder sobrevenido. “Europa no sirve para nada, hay que convocar un gobierno de emergencia”, anuncia. Andrea habla un castellano perfecto y conoce los conflictos españoles al dedillo, incluso tiene una opinión formada sobre las devoluciones en caliente en la valla de Melilla. “Es que hice un Erasmus en Granada”, admite con la boca pequeña. “Pero eso no cambia nada de lo que estoy diciendo”, protesta al darse cuenta de cierta contradicción.

La Europa de las instituciones, la que inventó las becas Erasmus o la libre circulación de personas, celebró ayer su 60º aniversario parapetada detrás de los muros del Campidoglio. Fuera de ese mundo político de Bruselas trasladado a Roma por una mañana, los ciudadanos tuvieron que quedarse en casa advertidos de una gran batalla campal, los comercios fueron obligados a bajar la persiana y los turistas se encontraron todos los monumentos y museos cerrados. Las siete manifestaciones convocadas, a favor y en contra de la UE —ultraderecha, ultraizquierda, federalistas europeos, comunistas...—, paralizaron la ciudad e invitaron adl Ministerio del Interior a realizar un despliegue policial propio de un estado de sitio.El resultado fue un triste y desértico escenario en populares barrios como Testaccio, el barrio más romano de Roma, muy alejado de la imagen de una celebración: camiones con mangueras de agua a presión, miles de agentes, lanchas patrullando el río y helicópteros sobrevolando todo el día la ciudad.

La manifestación en la que participaba Andrea, con melancólicas consignas al Che Guevara y el himno partisano Bella Ciao a todo trapo, iba a ser la más conflictiva. Se esperaba a 8.000 personas venidas de toda Italia y una infiltración del temible Black Block que podía acabar en disturbios. No hubo nada de eso y todo quedó en un heterogéneo desfile de gente mayor, inmigrantes y estudiantes que configuraban un popurrí de descontento y desafección provocado por las desigualdades sociales.

Hubo un conato de carga y la policía hizo correr a la gente por una falsa alarma, daba la impresión que había más ganas de mover los camiones que motivos reales. Giorgio Cremaschi, viejo sindicalista y organizador de la comitiva Eurostop, alucinaba y pedía disculpas a los vecinos asomados al balcón de las calles de Testaccio. En Da Bucatino, uno de sus templos gastronómicos, Rolando, su propietario desde hace 40 años, no daba crédito por haber tenido que cerrar un sábado. “¿Esto qué demonios es? ¿Es contra mí?”. De fondo alguien grita: “¡La tierra para quien la trabaja!”, y él pone los ojos como platos.

El desencanto y las ganas de echarle la culpa a alguien planeaban sobre todas las protestas. Pero hubo propuestas, como la de un New Deal de Diem25 y la marcha Nostra Europa. Y también se coló entre las consignas de la manifestación por una Europa federal el doloroso Brexit: Lindsay y sus amigos, británicos residentes en Roma, no veían claro su futuro encaje administrativo. "Queremos una negociación que nos ayude", peía.  Los escoceses que andaban junto a ella, en cambio, no sabían qué demonios votar en un nuevo referéndum. “Buff, si nos aseguran que permaneceremos en la Unión Europea, nos vamos”.

A las siete de la tarde, quienes se habían marchado eran los líderes de los 27 países de la UE. Justo el momento en que los ciudadanos recuperaron su ciudad.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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