Agua y justicia social
En la crisis del agua de la Ciudad de México no hay sorpresas, todos los técnicos y científicos sabían que el oriente, en particular, podía enfrentar el drama que enfrenta ahora
Los colegas y amigos que trabajan en programas de apoyo y defensa de los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos llevan ya algunos años observando que, con cada vez mayor frecuencia, muchos de los inmigrantes provienen del oriente de la Ciudad de México, y ya no sólo de regiones depauperadas por la degradación de los bosques, la violencia, y la marginación rural. Al hablar con estos emigrados urbanos nos sorprende oír sus razones: La causa principal que arguyen como motor de su decisión a migrar es la degradación ambiental en general y la crisis del agua en el oriente de la ciudad en particular. Son, según su propia descripción, refugiados ambientales.
El Dr. Marcos Mazari, notable científico mexicano y miembro del Colegio Nacional, argumentó con vehemencia hasta su fallecimiento en 2013 que el hundimiento del subsuelo producido por el bombeo del acuífero de la cuenca de México llevaría tarde o temprano a situaciones catastróficas. Cuando el hundimiento del centro histórico comenzó a ser un problema intolerablemente severo, el bombeo se trasladó al sureste de la cuenca.
Hace ya más de 20 años escuché a Don Marcos en una conferencia decir que el hundimiento en Chalco estaba progresando en partes a una tasa de 40 centímetros por año, y que la zona sureste enfrentaría una seria crisis más temprano que tarde. Sus planteamientos, y los de muchos otros investigadores, fueron oportunamente publicados por El Colegio Nacional. No tengo a la mano datos sobre el hundimiento posterior a la presentación del Dr. Mazari, pero si a principios de los noventa Chalco se estaba hundiendo a una tasa de 40 centímetros por año, es fácil extrapolar que debe haberse hundido varios metros en las últimas décadas.
Por esa muy predecible razón, con frecuencia el oriente de la ciudad se inunda con aguas negras cada vez que llegan chaparrones intensos en temporadas de lluvia: Es ahora el punto más bajo de la cuenca, y los canales cloacales, desbordados, fluyen naturalmente hacia allá cuando la ciudad se anega. Una razón más que suficiente para impulsar a muchos pobladores a emigrar. Pero la situación para los habitantes del oriente de la cuenca es aún más difícil. En tiempos de secas son los primeros en quedarse sin agua, a pesar de que el agua que alimenta a la Ciudad de México sale, en buena medida, de su propio subsuelo.
La razón de esto es, sencillamente, la inequidad en la distribución del agua, cada vez más escasa en la ciudad. El Sistema de Aguas de la Ciudad de México (Sacmex) reporta un abasto per cápita para los habitantes de la ciudad de unos 300 litros por persona-día. Pero este número no refleja la trágica dimensión de la inequidad. Al oriente de la ciudad los pobladores viven con menos de 100 litros (algunos con menos de 20) al día, y deben sufrir verdaderos suplicios para abastecerse de su magro caudal. Al poniente de la ciudad, en cambio, los pobladores consumen en el orden de 1.000 litros por persona-día. Aún sin estadísticas oficiales, una visión desde al aire de la ciudad lo confirma fácilmente: Mientras que las lomas del oriente se ven verdes y frondosas en el tiempo de estiaje por los jardines bien regados, en el oriente de la ciudad no se ve una brizna de verde desde al aire. La poquísima agua que llega es preciosa, y se va toda a consumo humano.
Lo más sorprendente es que en la crisis del agua no hay sorpresas, todos los técnicos y científicos que conocen de hidrología sabían que la ciudad, y el oriente en particular, podía enfrentar el drama que está enfrentando, y muchos —como Marcos Mazari— lo advirtieron con honestidad desde hace décadas. El problema de fondo es que los gobernantes no tienen una solución real para el abasto de agua a la Ciudad de México. Y el problema no es nuevo: Ya en el siglo 18, la desforestación en las laderas de la cuenca de México había alcanzado niveles tan altos y el nivel de escorrentía en tiempos de lluvia y de sequía en tiempos de estiaje eran tan severos, que Alejandro de Humboldt tomó alarmada nota del problema en el Ensayo Político sobre el Reino de la Nueva España: "[...] porque en todas partes tienen unas mismas consecuencias los descuajos y la destrucción de los bosques". José Antonio Alzate, un pionero de las ciencias naturales en México, también alzó su voz para advertir de los riesgos del mal manejo del agua en la ciudad. A pesar de lo obvio del deterioro ambiental a los ojos de algunos investigadores, el fenómeno, en su profunda dimensión ambiental, no ha merecido la atención de los sucesivos gobernantes.
Las autoridades de la Ciudad de Mexico siempre han optado por una alternativa tecnológica más que conservacionista. El exceso de agua que generaba la escorrentía incontrolada sobre las laderas desforestadas se eliminó a través de sistemas cada vez más caros y sofisticados de drenaje. Al eliminar el agua de lluvia hacia fuera de la cuenca, los manantiales comenzaron a secarse, y la ciudad comenzó a abastecerse de agua del subsuelo, acumulada durante cientos de miles de años bajo las arcillas lacustres. El bombeo comenzó a producir el hundimiento de la ciudad, lo cual a su vez incrementó el riesgo de inundaciones.
Una vez caídas en la trampa de las soluciones tecnológicas, las autoridades de la Ciudad de México comenzaron una espiral de inversión y desarrollo descontrolados con el objeto de eliminar el agua de lluvia y al mismo tiempo proveer de agua a la Ciudad: el crecimiento de la ciudad destruyó y desforestó las laderas de las montañas, y la falta de áreas verdes fue aumentando cada vez más la escorrentía y disminuyendo la recarga de los acuíferos. La falta de agua superficial y el creciente número de habitantes llevó a aumentar la extracción de agua del subsuelo. Más bombeo de pozos llevó a mayor hundimiento y mayor riesgo de inundación, lo cual llevó a su vez a aumentar el caudal del drenaje, con la construcción del sistema de drenaje profundo, y a traer agua desde las cuencas del Lerma y el Cutzamala, efectivamente transfiriendo la crisis del agua a lugares tan remotos como la cuenca del Balsas en Michoacán, o el lago de Chapala.
Desde el punto de vista del funcionamiento sustentable del ecosistema urbano, este patrón de uso del recurso carece absolutamente de sentido. La lluvia que llega a la Cuenca de México alcanzaría para abastecer a todos sus habitantes; pero la mayor parte de esas aguas se elimina por medio del drenaje, mezclándolas en el proceso con las aguas negras de la ciudad hasta hacerlas inutilizables. ¿Hasta dónde puede llegar este proceso de patear el problema hacia administraciones futuras? Todo parece indicar que los elementos de insustentabilidad del ecosistema urbano están haciendo crisis en el siglo 21.
Sin embargo, para cada uno de los problemas ecológicos de la ciudad existe una solución sustentable. Es posible, por lo menos en teoría, mejorar la superficie forestal y los espacios verdes, es posible capturar agua de lluvia y reinyectarla a los acuíferos, es también posible imaginar un sistema de transporte capaz de disminuir sensiblemente las emisiones a la atmósfera. Pero ninguna de las acciones de gobierno de los últimos 30 años apunta claramente en esa dirección. Las soluciones —aunque posibles— deberían ser planeadas en un horizonte de varias décadas, y los gobiernos planifican en plazos mucho más cortos. La métrica de las decisiones es, a lo sumo, sexenal, y la restauración de los ecosistemas se mide en décadas. Los tiempos no se pueden sincronizar sin una decisión de largo plazo.
Las simples reglas del funcionamiento de los ecosistemas nos dicen que ningún ecosistema urbano puede funcionar en el largo plazo con niveles tan inequitativos e insustentables de apropiación de recursos naturales. Como en otros momentos de la historia de México, es el tiempo de repensar la ciudad bajo la perspectiva de un ambiente sano, y un acceso equitativo a las oportunidades sociales y a los recursos naturales. Necesitamos que el agua sea, realmente, para todos. En este caso, la resolución de la crisis ecológica exige lo mismo que demandamos en el ambiente social: justicia y equidad.
Exequiel Ezcurra es director del Instituto para México y Estados Unidos de la Universidad de California y profesor del departamento de botánica y ciencias de las plantas de la Universidad de California en Riverside
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