Retrato de la Holanda plural que frenó la ola populista
El país salió a votar el miércoles de forma masiva y logró frenar las expectativas del partido populista de ultraderecha y eurófobo de Wilders
En el barrio de Oud Zuid, unos japoneses amantes de la arquitectura toman apuntes frente a un edificio de ladrillos. La gente de toda la vida se queja en el norte de que los hípsters recién llegados disparan los alquileres. En el oeste se sabe cuáles son las casas de los inmigrantes por las parabólicas asomadas en los balcones en dirección a Marruecos o Turquía. Un dj pincha en la antigua cabina de una prostituta del Barrio Rojo, distrito centro. Estos cuatro puntos cardinales de la ciudad de Ámsterdam, distantes unos de otros, tenían el jueves algo en común: sus habitantes celebraban la derrota del xenófobo y antieuropeísta Geert Wilders.
Las elecciones que han logrado detener al populismo de extrema derecha en el corazón de Europa siguen siendo el gran asunto de conversación. Un vistazo por los barrios más representativos de la ciudad de los canales bastaba para comprobar que los holandeses podían haber votado a ecologistas, liberales de izquierda o de derecha, animalistas o proinmigración, pero sobre todo lo habían hecho contra el político de melena rubia, que había polarizado la elección. Esta es la Holanda que frenó a Wilders.
El de Oud Zuid es uno de los barrios más ricos de la ciudad. Esas casas de grandes ventanales en las que viven ejecutivos de importantes multinacionales valen más de un millón de euros. Desde allí se puede ir andando hasta el museo de arte moderno. Su avenida principal está repleta de boutiques de lujo. Davi, de 22 años, y Maral, de 24, almuerzan en una terraza antes de volver a la oficina. Davi apostó por D66, el partido de izquierda con mejores resultados. Mara lo hizo por Mark Rutte, el actual primer ministro, que a la postre ha sido el ganador. Rutte hizo suyos algunos de los mensajes de la línea dura de Wilders aunque presentándose como alguien más comedido y fiable.
“Mi padre es liberal, tiene su propia empresa. Rutte es el que mejor defiende los intereses de los empresarios. Wilders era un experimento en ese sentido”, explica Mara. Sus vecinos tienen que pensar parecido. El hombre cuya firme gestión durante la crisis con Turquía le reportó muchas simpatías de última hora ha ganado en este distrito, con un 24% de los votos, lo que no es ninguna novedad, ya que este es uno de sus feudos.
En la peluquería de Erhan, de 28 años, la conversación va por otros derroteros. Es la barbería mejor situada en Slotervaart, un barrio de mayoría inmigrante. Le mete la tijera con energía a un cliente preocupado por si la cháchara lo distrae. Estuvo cerca de votar a Denk, pero a última hora se inclinó por Jesse Klaver, ecologista y el candidato más votado en todo Ámsterdam. “Es joven y me gustan sus ideas”, concede. No hace falta decir que ni se le pasó por la cabeza dar apoyo a Wilders.
Tampoco a Jacobi, de 30 años, también de origen marroquí. Pero él dice no ser tan idealista y se quedó con los de Denk: “Son los míos, nos protegen”. Los socialdemócratas tuvieron hace cuatro años un 40% de los votos en este barrio pero ahora han caído hasta el 7,2%. Una muestra local del batacazo que ha sufrido a nivel nacional el PvdA. Denk, liderado por un turco y un marroquí, ha ocupado parte de ese espacio. Fueron los más votados en este distrito con el 19,2%, seis puntos más que la Izquierda Verde, el partido apoyado por el peluquero.
Pero los hay que no comparten ese entusiasmo por el partido que dice defender los derechos de los inmigrantes en Holanda. Brahim Ben Salah, de 37 años, es holandés nacido en Tetuán y casado con una iraquí nacida en Bagdad. Tiene dos hijos nacidos aquí. Él voto por los liberales de izquierda porque cree que hacerlo por Denk es fomentar el gueto. “Denk parte en dos la sociedad holandesa, nosotros y ellos. Es lo mismo que hace Wilders pero desde el otro lado”, reflexiona este ingeniero de telecomunicaciones al que le chiflan los kebabs.
Anneeke, de 55 años, lleva flores en la mano y un señor agarrado del brazo. Va camino de su propia boda; el novio es un compañero de trabajo, amor en la oficina. En este distrito del norte Wilders se llevó el gato al agua con el 15,7% de los votos pero muy seguido de Klaver, quizá el político que menos tiene que ver con él. Es un distrito partido en dos. Los que han vivido aquí siempre, gente de clase obrera, sienten que la gentrificación se los está llevando por delante.
Esta mujer no quiere decir a quién votó porque el voto es secreto pero sí a quién no lo hizo: “Wilders”. En el centro de Ámsterdam, el lugar más abierto de un país de por sí abierto, arrasó el encantador Klaver, el Trudeau holandés. En el corazón de esa ciudad cosechó el 25% de los votos, por delante de los demócratas del D66 que sumaron el 22,9%. Encontrar seguidores de Wilders entre tanta multiculturalidad es una misión complicada, casi imposible.
Mediam, de 27 años, lleva velo porque así se siente “más cómoda”. Estudia y trabaja. Dice que en Holanda la ven como una musulmana y en Marruecos como una holandesa. “Es de locos”, asegura, mientras graba un extracto de la entrevista para Snapchat. A su lado en el banco, por pura casualidad, se sienta Linda, de 19 años, holandesa hija de kosovares. Echa el rato con su amiga Emily, de 20, holandesa con padres llegados desde Surinam. En la esquina del banco se sienta Jammie, una amsterdanesa de 64 años. Ninguna votó a Wilders. “Expande el odio”, dice Linda. “No era bueno”, intercede Mediam. “Estoy feliz de que no lo eligieran primer ministro”, remata Jammie. Las cuatro, al igual que todas las voces de este reportaje, forman parte de la gente que contuvo a la extrema derecha en Holanda. La Holanda que contuvo a Wilders.
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