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Columna
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Domesticado y sin garras por una hora

El trumpismo seguirá mientras el presidente use Twitter y Bannon esté en la Casa Blanca

Lluís Bassets
Trump, en el Congreso el martes con teleprompter
Trump, en el Congreso el martes con teleprompterAP

El nuevo Trump que tanto se venía anunciando desde su toma de posesión ha llegado al fin. Al menos por una hora, el tiempo que ha durado el discurso leído ayer en un teleprompter del Congreso, donde se han reunido las dos Cámaras, la de los representantes y la de los senadores, para escucharle por primera vez como presidente.

El nuevo Trump no es Trump. Los efectos suavizadores que debía producir y no le produjo su instalación en la Casa Blanca, los ha conseguido el equipo de escribanos presidenciales con un discurso del que han desaparecido las asperezas e impertinencias del estilo y de las formas trumpistas, aunque mantiene, como no podía ser de otra forma, los contenidos básicos del agresivo programa reaccionario y nacionalista con que obtuvo la presidencia.

Nada queda de las truculencias y de la agresividad de la campaña y de la toma de posesión. El Trump fabricado por el gabinete presidencial parece un auténtico presidente de los Estados Unidos, capaz de apelar al optimismo y a los sentimientos positivos, a la tradición constitucional estadounidense e incluso a la unión entre republicanos y demócratas.

Un Trump controlado y sin trumpismos gestuales y retóricos ya no es Trump. O es un Trump domesticado y sin garras, obligado a abandonar la improvisación, la ignorancia y el caos o, lo más difícil de corregir, su ego infantil y narcisista. A cambio de un comportamiento por primera vez acorde a la gravedad y la solemnidad de la función presidencial, Trump ha recibido la gratificación impagable para un carácter como el suyo de las 53 ovaciones cerradas (standing ovations) con que los congresistas republicanos, no los demócratas, han interrumpido su discurso.

El resultado es bueno para Trump y para los republicanos. La formalidad de su discurso, asentado sobre el programa victorioso en la elección presidencial, es la rúbrica de la alianza entre el magnate y el viejo partido conservador, que se necesitan mutuamente, uno para mantenerse vivo en la Casa Blanca y los congresistas para conservar sus escaños cuando entren en liza el próximo año.

A los 40 días de caos que han precedido al discurso ante el Congreso le seguirán necesariamente muchos más días de caos. Por grandes que sean los esfuerzos del republicanismo, no se corrige el imperio del caos más que gradualmente, que es lo que las fuerzas del orden están intentando. Su primera victoria se ha producido en la formación del equipo de la Casa Blanca, especialmente con la destitución de Michael Flynn, el consejero de Seguridad más efímero de la historia y su sustitución por el general H.R. MacMaster, un acreditado académico y jefe militar. La segunda ha sido este discurso al Congreso, respetuoso con las formas y la etiqueta washingtoniana. Pero nada distinto al caos y el trumpismo de siempre puede esperarse mientras Steve Bannon siga siendo el estratega en jefe y el presidente continúe cada noche marcando la política exterior e interior a impulsos de los tuits improvisados al albur de su humor.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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