“No solo queremos cambiar las leyes, sino toda la infraestructura del sistema”
Los últimos sondeos dan a la formación antisistema islandesa el 20,5% del voto en los comicios del sábado, frente al 5,1% de 2013
“Debemos reconstruir una democracia honesta y transparente, o el poder caerá en manos de los Trump y las Le Pen”. Sonriente en su estudio, la líder de los Piratas, Birgitta Jonsdottir, narra su lucha.
Pregunta (P). Dentro de unas horas podría gobernar: ¿cómo se siente?
Respuesta (R). No me lo esperaba, me produce también emociones físicas. Lo damos todo, somos pragmáticos, sabemos que nos pueden confiar responsabilidades excesivas. Tenemos asesores extranjeros, entre ellos la jueza anticorrupción Eva Joly, que ha creado nuestra estructura, nos enseña a descubrir a los grandes evasores, a los criminales de guante blanco. Guiar a la nación debe llevar a una gran humildad. Haré todo lo que esté en mi mano para no traicionar la confianza, para mantener las promesas de un gobierno limpio, transparente, justo, anticorrupción; de un cambio de sistema.
P. ¿Qué quieren cambiar?
R. No solo las leyes, sino toda la infraestructura del sistema. Queremos introducir una nueva cultura: leyes y normas aplicadas, y no solo votadas. La alternativa son el descontento y la desconfianza. Primero debemos restaurar la fe en las instituciones, desmantelando su papel de trampolines del poder. Debemos evitar a personas como el actual ministro de Economía, un excelente evasor fiscal, con dinero en Panamá, y que no ha dimitido. Luego tendremos que crear un sistema de información total para el público, medios de investigación fuertes, independientes, con plenos poderes de investigación; sin los medios de comunicación no se habrían descubierto los Papeles de Panamá. Un poder que quiere evadir impuestos a espaldas de un país con infraestructuras y servicios sociales deficientes siempre intenta ocultar algo, y con millones en el extranjero se convierte en cómplice del contrabando, la esclavitud, el tráfico de armas y la prostitución, todo. A espaldas de la clase media y de las clases populares, de los ciudadanos normales, empobrecidos durante el tiempo que ellos han estado en el poder.
P. ¿Sueña con una revolución como la de 1989 en el Este?
R. En cierto sentido, sí. Es difícil: queremos salvar la democracia renovándola, pues está en crisis en todas partes y en cualquier lugar los populistas la asedian seduciendo a los derrotados de la globalización, a los pobres y a las clases medias, para quienes los partidos democráticos tradicionales ya no dan respuestas convincentes. Nosotros, los progresistas y los liberales del mundo, necesitamos urgentemente una nueva visión común, que debemos proyectar juntos, para los ciudadanos decepcionados, o perderemos y entonces los Trump y las Le Pen, los extremistas, vencerán, y la democracia se convertirá en una apariencia y una farsa.
P. ¿Y cuando los populistas seducen solicitando más controles y diciendo que no a los inmigrantes o a otras minorías, cómo se explica que se trata de un nuevo fascismo?
R. Es difícil explicarlo, pero es imprescindible, para no dejar el mundo global en sus manos. Uno tras otro atacarán a los inmigrantes, a la gente de color, a los homosexuales, a cualquier minoría: en sus manos, el mundo se convertiría en un apartheid introducido por etapas. Y control total sobre todos. En cualquier lugar de Europa, el tiempo apremia para los progresistas: hay que convencer enseguida a los electores, a los trabajadores, a las clases medias, de que las recetas populistas son erróneas y peligrosas, o perder para siempre. Nosotros, los nuevos partidos, somos la única oportunidad, redistribuyendo la riqueza sin suscitar demasiadas esperanzas. A quien elige a los “nuevos fascistas” lo abandonan los partidos tradicionales, teme perderlo todo por culpa de los inmigrantes, no de los corruptos y los evasores. Y la horquilla ricos-pobres se agranda, suscitando miedos y odios.
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