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¿Reinstaurar la mili para combatir el terrorismo?

Los franceses identifican en el Ejército un espacio que los conforta del peligro exterior y que reúne los valores de la integración, la autoridad, el orden y, sobre todo, el patriotismo

Sorteo para el servicio militar, en Madrid en 1986.
Sorteo para el servicio militar, en Madrid en 1986. Bernardo Pérez

El pasaje más ardoroso de La Marsellesa, “a las armas, ciudadanos”, ha adquirido notoriedad en Francia porque la reaparición del servicio militar ha entrado en el debate político. El último reemplazo se produjo en 2001, pero la amenaza yihadista, el terrorismo de vecindario y hasta el fervor patriótico en tiempos de emergencia nacional han convertido la mili en un poderoso argumento electoral cara a 2017.

Y no sólo porque la reclame Nicolas Sarkozy desde su consustancial alarmismo, sino porque la restauración del servicio militar también forma parte de las reflexiones en voz alta de Arnaud Montebourg, diputado socialista en minoría que ha anunciado su candidatura. Ambos líderes son conscientes de que la opinión pública (80%) se declara favorable al servicio militar obligatorio. El doble que los alemanes, pero la distancia de la sociedad germana no contradice que el Bundestag haya acuñado un nuevo concepto de defensa civil, entre cuyas ambiciones destaca la reac­tivación del reclutamiento obligatorio y temporal.

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Las motivaciones son parecidas a las de Francia en el contexto de la psicosis terrorista, pero el Gobierno de Merkel incorpora a su argumentario la amenaza de Rusia, tan explícita en sus aspiraciones expansionistas que los países nórdicos también han inculcado entre sus compatriotas el retorno más o menos inminente del servicio militar.

Es el caso de Noruega y el de Suecia, cuyo ministro de Defensa, Peter Hultqvist, parece dispuesto a promoverlo en 2019, sin distinción de sexos y con la pretensión de proporcionar a la población una suerte de autodefensa. Con más razón cuando el peligro yihadista se manifiesta tanto desde células sofisticadas como desde fórmulas imitativas, indetectables, pero susceptibles de neutralizarse con los recursos de una población militarmente instruida y preparada para una emergencia.

Estas mismas razones de aprensión, de autodefensa y de exposición al terrorismo islámico podrían trasladarse a España, aunque la hipótesis de restaurar el servicio militar, abolido por Aznar en 2001, todavía se antoja remota. Y no ya por la propia interinidad de un Gobierno en funciones, o por la impopularidad de la iniciativa, sino por la convicción de que un ejército profesional preparado, bien financiado y dotado de medios tecnológicos representa todavía la mejor alternativa a las amenazas contemporáneas.

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François Hollande no discrepa de semejante concepción tecnocrática, pero ha organizado una Guardia Nacional de 15.000 soldados entre cuyas filas hay militares en la reserva y civiles voluntarios. Vienen en llamarse “reservas operativas”. Y en cierto sentido abren el camino hacia la evocación del servicio militar.

La historiadora Bénédicte Chéron, experta en las relaciones de ejército y sociedad, sostiene que el fervor hacia el regreso de la mili no puede desvincularse de la nostalgia ni de la idealización. “Los franceses piensan que es la solución a todos los males, precisamente porque identifican en el ejército un espacio que los conforta del peligro exterior y que reúne los valores de la integración, la autoridad, el orden, la disciplina y, sobre todo, el patriotismo”.

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