Gana la Rusia “una, grande y libre”
Para muchos rusos, Putin ha recuperado la grandeza del país
Patria, familia y religión ortodoxa son ahora los pilares del discurso dominante en Rusia, sustrato del amplio conformismo que reflejan las elecciones parlamentarias. La Rusia de Putin se ha convertido en un referente de la oleada iliberal global, desde la acometida populista y xenófoba de las Marine Le Pen, los Kaczyński y Orban que asolan Europa a un Tea Party estadounidense. Imagen que se reforzará con el segundo puesto del Partido Liberal Democrático del estrafalario Vladímir Zhirinovski, un Donald Trump a la rusa y avant la lettre.
Si pocos rusos creen en la virtud de las elecciones para cambiar las cosas, estos valores en cambio encuentran un amplio eco y una movilización real. Sobre esta base, Rusia vuelve a ser una, independientemente del escaso apoyo real a las instituciones y a los dirigentes del país, excepto, claro, el presidente Putin. El patriotismo en Rusia lleva el nombre de Crimea. El eslogan Krim nash (Crimea es nuestra) sirve ahora de carta de presentación entre amigos, parientes y colegas. Miles de coches llevan colgada la cinta de San Jorge para visualizar su apoyo a la hazaña de devolver Crimea (que “siempre fue nuestra”) a la madre Rusia.
Para muchos rusos, Putin ha recuperado la grandeza del país y lo “ha levantado de sus rodillas”. Rusia vuelve a ser grande y temida -dos conceptos estrechamente ligados en la mentalidad rusa- y pugna, legítimamente, por recuperar su espacio de influencia natural, es decir, sus vecinos ex soviéticos. Por otra parte, el discurso homófobo, que sistemáticamente equipara la homosexualidad a la pederastia, también es patria. Subyace siempre en la defensa de las virtudes de la familia y de la religión ortodoxa y es incluso uno de los argumentos políticos preferidos para denostar la influencia de un Occidente supuestamente decadente y que, según el Kremlin, conspira contra Rusia.
Rusia es libre. No porque sus ciudadanos tengan en sus manos la capacidad real de organizarse y expresarse libremente o de hacer rendir cuentas al poder sino porque el Kremlin no tolera las “interferencias extranjeras” tanto en política internacional (Ucrania, en primer lugar) como doméstica. En este último frente, el Ministerio de Justicia ruso hace una labor minuciosa y eficaz con su lista pública, periódicamente actualizada, de “agentes extranjeros”, a saber, las ONG que reciben financiación occidental. En esta lista ominosa, aparecen desde organizaciones ecologistas hasta el prestigioso instituto de opinión pública Levada o la organización electoral Golos (La Voz), los pocos independientes que quedaban en el país. Asentados en una economía debilitada, los cimientos de esta Rusia son, no obstante, frágiles y la apatía electoral un reflejo del escepticismo, sobre todo, urbano con el “sistema”. La sostenibilidad de éste queda, pues, sujeta a la incertidumbre.
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