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MIEDO A LA LIBERTAD
Columna
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El mundo a la espera

China es el único país que parece no aguardar, fortaleciendo su posición como la economía más fuerte

Jean-Claude Juncker, el presidente de la Comisión Europea, acaba de asegurar que la única manera de salvar Europa es reconstruyéndola a través de la integración y llama a la unidad para afrontar la “crisis existencial” del proyecto europeo.

Sin embargo, Europa aún espera las consecuencias del Brexit y, sobre todo, espera una política alternativa frente a la austeridad made in Germany ya que esa es una fórmula que no sólo rechazaron los británicos, sino también países como Italia, España y Francia. Ahora, el mundo espera el destino de la Unión Europea.

En España los partidos políticos, completamente fracasados y rechazados por el pueblo, han decidido que esperarán a que se celebren las elecciones gallegas y vascas del próximo 25 de septiembre para definir si serán capaces de formar gobierno o si habrá comicios por tercera vez consecutiva. Eso implica tensar tanto la cuerda que la alternativa no sólo da por superada la etapa de la Transición y los 40 años de paz, estabilidad democrática institucional y desarrollo nunca antes vistos, sino que además hipoteca el sistema sin permitir que se salve ni la organización del Estado ni la propia jefatura.

Trump ataca los tratados de libre comercio y pretende congelar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica

En Estados Unidos, la neumonía de Hillary Clinton, por una parte, y por otra, la investigación sobre los manejos de la fundación Trump provocan que también contengamos la respiración y estemos a la espera. Nadie sabe cómo será el mundo que vendrá si gana una candidata tan debilitada y, además, afectada por problemas de salud, que deberá inventarse un nuevo camino que, sin duda, pasa por una renovación de la clase política.

En cuanto a Trump, ya se ha convertido en la cereza del pastel que muestra hasta dónde hemos llegado por culpa de unas clases políticas que no fueron capaces de reaccionar ni de anticiparse, y tampoco de castigar, las consecuencias de una crisis económica que puso de rodillas a gran parte del planeta.

El mundo espera y lo hace básicamente porque las crisis se han ido encadenando. Primero fue el debilitamiento de la política y la seguridad tras el 11-S. Después, las guerras y las mentiras y, finalmente, la crisis económica que arrojó la mayor inyección de fondos públicos en el sistema y de la que nadie se responsabilizó. Es más, los especuladores causantes de la debacle financiera ganaron aún más dinero y los únicos que no dejaron de perder fueron los pueblos, incluyendo el de Estados Unidos.

Ahora permanecemos en una gigantesca sala de espera en la que nadie sabe muy bien hacia dónde nos conducirá la situación actual. En ese sentido, el único país que parece no esperar, superando sus problemas internos y externos y fortaleciendo su posición como la economía más fuerte del mundo, es China.

Por eso, gran parte de los presidentes del mundo que quieren pertenecer al grupo de países desarrollados lo primero que hacen —una vez que toman posesión de sus cargos, como el brasileño Michel Temer— es volar rápidamente a Pekín, presentarse ante el líder chino Xi Jinping y negociar apoyo financiero y desarrollo estructural. Lo mismo hicieron Argentina, Perú y las principales naciones de América Latina.

Mientras tanto, esperamos que los países no estallen por la acumulación de problemas, como le sucede a México, que también está en la sala de espera, aguardando el veredicto tras la salida del “presidente bis” —el exsecretario de Hacienda y Crédito Público, Luis Videgaray— para conocer los números que van precipitando a un país en una crisis social que nadie sabe cómo evitar.

En vista del contexto, tiene cada vez más sentido la jugada de Barack Obama —probablemente de las más brillantes de su presidencia en política exterior—, que consistió en trasladar a los marines desde el Mediterráneo hasta Australia, señalando que el mar del siglo XXI es el Pacífico y que el polo de las relaciones comerciales ya se encuentra entre Asia y el resto del mundo.

Por eso ahora, ante la cobardía, la coyuntura y la pérdida de brújula, cuando un candidato aislacionista e ignorante como Donald Trump ataca los tratados de libre comercio y pretende congelar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), lo único que está consolidando es la ya importante ventaja agregada del Estado chino.

Sin duda, la batalla del siglo XXI no estará en Europa y tampoco en el Mediterráneo, sino en Asia, y en ese camino inexorable, China aparece como el único país con recursos y con capacidad para invertir en cooperación para el desarrollo. En su camino todos acabaremos cruzándonos.

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