El ministro de Defensa israelí prohíbe que los soldados ayuden a niños refugiados
Los militares desarrollaban acciones de voluntariado en un colegio de Tel Aviv con mayoría de inmigrantes sin papeles
En un gesto de que ha dividido a la opinión pública israelí, el ministro de Defensa, el ultraderechista Avigdor Lieberman, ha prohibido a los soldados que participen en acciones de voluntariado social con niños de familias de refugiados. La decisión fue tomada tras las protestas de asociaciones de vecinos y grupos xenófobos ante la presencia de militares jugando en un parque con alumnos de origen africano de un colegio del empobrecido sur de Tel Aviv. Cerca de 50.000 inmigrantes indocumentados se han asentado en los últimos años en Israel, a pesar de contar con unas de las fronteras más vigiladas del mundo.
El ministro de Defensa exigió el pasado viernes al jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, general Gadi Eizenkot, que suspendiese las actividades de voluntariado con inmigrantes. “Si las tropas tienen tiempo libre, que ayuden a los supervivientes del Holocausto, a los ancianos y a las personas necesitadas”, vino a ordenarle Lieberman, según el relato de la prensa Israel, apelando al principio de que la caridad bien entendida debe empezar por uno mismo. Su viceministro, el rabino y exoficial del Ejército Eliyahu Ben Dahan, miembro de partido ultranacionalista religioso Hogar Judío, insistió en que “los soldados disponen de un tiempo limitado para ejercer el voluntariado y lo correcto es que lo dediquen a ayudar a ciudadanos israelíes”.
Residentes israelíes en los distritos del sur de Tel Aviv y organizaciones contrarias a la presencia de los “infiltrados”, como se denomina oficialmente a los extranjeros sin papeles en Israel, llevan a cabo desde hace tiempo campañas en favor de la expulsión del país de los inmigrantes indocumentados. Las actividades públicas de los soldados con los niños del colegio Bialik-Rogozin, donde estudian alumnos de familias peticionarias de asilo procedentes de Eritrea o Sudán del Sur, elevaron el tono de las quejas ante el Gobierno del primer ministro Benjamin Netanyahu, que dirige una de las coaliciones más derechistas en la historia de Israel.
El rechazo a la medida de Lieberman no se ha hecho esperar. El presidente de Israel, el conservador moderado Reuven Rivlin, fue el primero en advertir que “no es ningún pecado que un soldado ayude a los hijos de los refugiados”. El alcalde de Tel Aviv, el laborista Ron Huldai, recordó a su vez que “no se puede dejar a su suerte a unos niños que viven en el Estado de Israel”.
El Ministerio de Defensa ha insistido este lunes en que los soldados no deben tomar parte en actividades sobre las que existe “un debate público”, y en especial “si se refiere a población que ha entrado ilegalmente en el país”.Las Fuerzas Armadas destacaron también este lunes, a través de una de sus portavoces, el “valor fundamental del voluntariado”, cuyas actividades “se incorporan al programa de educación del Ejército israelí”. La misma fuente precisó que para aclarar las reglas sobre la cuestión, el oficial principal de Educación del Ejército, publicará próximamente una lista de instituciones aprobadas para llevar a cabo actividades de voluntariado por parte del personal sujeto a sus órdenes
Para el director del centro Bialik-Rogozin, Eli Nehama, se trata de una “desafortunada decisión”. “Algunos alumnos del colegio tienen nacionalidad israelí y serán llamados a filas en el futuro. Los soldados pueden ser un modelo para ellos”, dijo a Yedioth Ahronoth. En el mismo diario, uno de los militares que han participado en acciones de voluntariado en la escuela de Tel Aviv mostraba también su descontento con la prohibición del Ministerio de Defensa: “La orden de no ayudar más a esos niños en particular es puro racismo”.
El Ejército israelí había publicado en una de sus revistas internas un reportaje que destacaba el valor social de las actividades de los militares con los niños inmigrantes indocumentados del sur de Tel Aviv. El documental Strangers no more, galardonado con el Oscar en 2011, relata con detalle la vida cotidiana de varios de los estudiantes procedentes de 48 países que asisten a clase en el colegio Bialik-Rogozin, el centro que sido vetado ahora a los soldados que buscaban favorecer la integración de los alumnos inmigrantes sin papeles, de origen africano y de familias demandantes de asilo.
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