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Golpe de Estado en Turquía
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Golpe a golpe

El alzamiento militar contra Erdogan se convierte en la última excusa para convertir Turquía en una autocracia

Ciudadanos turcos se manifiestan en contra del golpe de Estado en Ankara.
Ciudadanos turcos se manifiestan en contra del golpe de Estado en Ankara.Hussein Malla (AP)

No hace falta recurrir a la paranoia de un autogolpe para concluir que el alzamiento militar fallido en Estambul ha convenido a Erdogan en un su concepción autocrática de la república turca, hasta el extremo de que depura un contrapoder histórico -el Ejército- y emplea el escarmiento para organizar una purga en la Justicia.

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El fervor de sus compatriotas -inducido o espontáneo- es su argumento plebiscitario, más aún cuando la sugestión de unos tanques y unos cazas subversivos ha proporcionado un argumento de cohesión tan primario como el miedo. Erdogan va a utilizarlo para llevar más lejos su dimensión providencial y patriarcal. Y para transformar Turquía en una democracia imitativa que curiosamente aspira a ingresar en la UE.

Imitativa quiere decir que hay elecciones, instituciones y hasta la dramaturgia de un Estado de derecho, pero sólo como un escenario decorativo donde el sultán ha pisoteado la separación de poderes, cohibido a la oposición, amordazado a la prensa y devastado los derechos humanos en un ejercicio de progresiva putinización.

Se reflejan como modelo el presidente ruso y el colega turco. Aspiran ambos a instalar sus respectivos delirios imperiales. No ya por la megalomanía, la opulencia, la desmesura propagandística, la longevidad, sino por haberse convertido mano a mano en un autoridad político-religiosa que impone las leyes divinas y las temporales.

Aunque no haya sido así, Erdogan podría haberse organizado un golpe de estado a sí mismo como coartada de un estado de excepción permanente, entre otras razones porque maneja con habilidad su papel de excepción geopolítica. Occidente no se atreve a discutir la islamización que ha impuesto Erdogan en un país laico. Ni osa a cuestionar una deriva autoritaria que lo acerca al precipicio de un condotiero otomano.

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Estados Unidos necesita a Turquía como actor de primera relevancia en la OTAN, del mismo modo que la UE le ha consentido a Erdogan la prostitución de la democracia a cambio de externalizar la crisis migratoria. Y lo sabe el presidente turco, como sabe también que cualquier hipótesis de victoria sobre el ISIS requiere la implicación de su patria, bien sea por motivos militares, bien por la posición geoestratégica, o bien porque Turquía es un país musulmán suní al que corresponde rectificar, neutraliza, la desviación yihadista o terrorista de sus hermanos. Y combatirlos con mayor contundencia que hasta ahora, pues sucede que el papel sacrificial del conflicto lo ha desempeñado la infantería kurda en una guerra de dos frentes.

El golpe de estado fallido y el cinismo de la comunidad internacional en sus emergencias garantizan a Erdogan su consagración como gran sultán vitalicio o eterno de Turquía. Pronto lo veremos a lomos de Al Burak. Que era la yegua divina de Mahoma.

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