Los tres presidentes aprovecharán su viaje a Polonia, donde participarán en la cumbre bienal de la OTAN, para debatir los temas de interés común. “La votación británica y sus implicaciones para la relación con Washington serán el asunto principal. Fue Estados Unidos quien sugirió que había que incrementar la colaboración entre la UE y la OTAN; ahora es más necesario que nunca”, apunta un alto cargo de las instituciones comunitarias. Reino Unido figura entre las cinco grandes potencias militares del mundo y el club comunitario deberá suplir su ausencia cooperando más con la Alianza, a la que pertenecen 22 de los 28 Estados comunitarios.
Durante la campaña del referéndum, Obama se convirtió en el único líder extranjero que defendió con ardor la permanencia de Reino Unido en Europa. El Gobierno estadounidense lamenta lo ocurrido en la votación y, frente a las voces que piden celeridad a la hora de iniciar los trámites de separación, insta a pensarlo dos veces antes de activar el procedimiento.
Washington teme a una UE sin Reino Unido, el país que más comparte las posiciones estadounidenses y el que más las ha defendido en las negociaciones comunitarias. Muchos dosieres de interés común pueden verse alterados por la salida británica. El primero es el tratado comercial que Bruselas y Washington negocian desde 2013, sin que hasta el momento se hayan registrado grandes progresos. Y Reino Unido es prácticamente el único de los grandes socios que lo apoya explícitamente.
Sanciones a Rusia
Los avances en mercado único digital, las sanciones a Rusia —Londres es una de las capitales europeas más partidarias de castigar a Moscú— y la mayor laxitud en protección de datos —la Administración británica defiende, con la estadounidense, la necesidad de menos reglas— acercan también a ambos países. Algunos de esos asuntos figuran en la agenda del viernes, aunque la brevedad del encuentro (se prevé una hora) impedirá abordarlos todos.
Obama, Tusk y Juncker hablarán también de migración. Los líderes comunitarios insistirán en que se trata de un desafío global, pese a que es Europa la que recibe ahora el mayor impacto por su cercanía a Oriente Próximo y África. EE UU ofrece poco más que cooperación tecnológica —por ejemplo, imágenes de satélite para detectar flujos— e implicación de sus empresas en proyectos que beneficien a refugiados.
Bruselas trata de medir si hay futuro para el TTIP
L. A
El horizonte del tratado comercial que negocian la UE y EE UU está poco despejado. Tras tres años de discusiones, ninguno de los grandes capítulos del TTIP, por sus siglas en inglés, se ha resuelto aún. Las protestas registradas en las principales capitales europeas —y que los gobernantes prefieren no ignorar— auguran un futuro sombrío a un acuerdo que, más que rebajar aranceles comerciales, pretende acercar estándares regulatorios y convertirlos en referente mundial.
Fuera de los detalles técnicos, la reunión entre Obama, Juncker y Tusk pretende dar un impulso a este proyecto. Los presidentes comunitarios pedirán a Washington que ponga de su parte. “Estamos de acuerdo con intensificarlo, pero necesitamos ver que EE UU atiende nuestras inquietudes, entre ellas, que avancemos en licitación pública”, abunda un alto cargo comunitario, en referencia a la resistencia estadounidense a que las empresas europeas puedan optar a licitaciones públicas en territorio norteamericano.