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La difícil libertad de los seis de Guantánamo

La desaparición de uno de los expresos refugiados en Uruguay simboliza la compleja vida tras salir de prisión

Tres de los exprisioneros de Guantánamo, en Montevideo tras su liberación.
Tres de los exprisioneros de Guantánamo, en Montevideo tras su liberación.REUTERS
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De los seis exdetenidos en la cárcel de Guantánamo que llegaron a Uruguay en diciembre de 2014, solo uno ha conseguido trabajo, otro está desaparecido y es buscado en Brasil, a solo un mes del comienzo de los Juegos Olímpicos, y dos fueron denunciados por maltrato doméstico por lo que portaron tobilleras electrónicas.

Desde hace dos semanas se sabe que el sirio Jihad Ahmed Mujstafa Diyab no está en su casa de Montevideo y que ha sido visto, en pleno Ramadán, en la localidad de Chuy, una “pequeña Palestina” situada en la frontera con Brasil, donde hay una comunidad de musulmanes y está la única mezquita de Uruguay. La foto de Diyab, de 44 años, fue publicada por una aerolínea que alertó sobre su presencia ilegal en Brasil, probablemente con pasaporte falso. Las autoridades uruguayas reconocen que podría haber cruzado la frontera.

Aunque oficialmente es un hombre libre, con papeles uruguayos, en realidad sus movimientos se siguen de cerca, tal y como reconoció el propio encargado de negocios de Estados Unidos en Montevideo, quien aseguró que los dos países cooperan para localizar al hombre de nacionalidad siria. Uruguay siempre ha negado que hubiera un acuerdo secreto con EE UU para impedirle la salida del país, como ha publicado la prensa norteamericana.

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La integración de todos los exdetenidos de Guantánamo está siendo compleja, aunque el caso de Diyab es el más delicado. Uruguay, un país de “descendientes de los barcos” que se fundó con la llegada de seis familias en el siglo XVIII, sigue al detalle el periplo vital de los refugiados. Sus nombres y fotos aparecen regularmente en los medios de comunicación. Pese a que las muestras de apoyo son mayoritarias, también son severamente juzgados.

Todos estudian español y algún oficio, pero su integración laboral y social sigue pendiente. En febrero, uno de los exreos, de nacionalidad tunecina, fue denunciado por maltrato doméstico por su pareja, por lo que debió llevar una tobillera electrónica. Es el único refugiado que ha conseguido trabajo, en un centro islámico. Otro exreo más, esta vez sirio, ha llevado también tobillera por supuesto maltrato doméstico contra la uruguaya convertida al islam con la que contrajo matrimonio.

Otro de los hombres ha tenido recientemente una hija, pero no tiene trabajo. Las autoridades proporcionan alojamiento y una ayuda mensual de unos 500 dólares a cada refugiado, pero la canasta básica en Uruguay vale más del triple.

 Problemas de salud

Tras 12 años en Guantánamo sin juicio ni cargos, Diyab fue el que llegó en peor estado de salud a Uruguay, tras varias huelgas de hambre y alimentaciones forzadas por una sonda nasogástrica. Tiene problemas renales, de espalda y circulatorios y se desplaza con muletas. Nada más aterrizar en el país rioplatense supo que uno de sus cuatro hijos había fallecido en Siria. El resto de su familia no ha podido reunirse con él. Sus allegados atribuyen estos retrasos a la inoperancia de las autoridades uruguayas.

Cada vez más irritado y descontento con su vida en Uruguay, el exreo llegó a recomendar a los que permanecen en Guantánamo que se quedaran en la base cubana antes que trasladarse a este país. Y mostró públicamente su simpatía hacia Al Qaeda.

Pero Diyab también ha recibido innumerables muestras de apoyo de asistentes sociales, activistas de los derechos humanos, médicos, enfermeros, periodistas… Todos cuentan la misma anécdota: producto de sus años en Guantánamo, el sirio tiene el lado derecho y el izquierdo de su cuerpo con dos temperaturas diferentes. A todos los hombres (nunca a una mujer) les pidió que le tocaran los brazos. Y todos recuerdan lo mismo: uno estaba frío, el otro caliente.

En medio del peor invierno que se registra en Uruguay en décadas, el refugiado no tenía calefacción ni agua caliente en su casa. Para muchos, su desaparición era un desenlace seguro.

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