Brexit
Sacar conclusiones extremas de esta decisión de soberanía popular es peligroso
Calma. Lo que acaba de ocurrir, con la victoria de los a favor del leave en Reino Unido, era previsible aunque no cierto. Es demasiado pronto, y bastante peligroso, sacar conclusiones extremas de esta decisión de la soberanía popular. Así mismo seria echar leña al fuego fustigar a los británicos y tacharlos de “nacionalistas”. El punto de vista de los mercados no es necesariamente la medida siempre justa para juzgar el comportamiento de los pueblos.
La Unión Europea para los británicos era, sobre todo entre los conservadores, una herramienta para su provecho. Ahora bien, esa actitud no prevaleció siempre. Hubo momentos en los que querían la Unión, y buscaban pesar sobre su orientación. La crisis empezó en verdad con los debates en torno al Tratado de Maastricht, entre 1989-92, y el proyecto de moneda única. Los británicos advirtieron que aceptarían una moneda común (el famoso hard Ecu), no un plan de ajuste monetario único impuesto sobre economías tan diversas como las de la Unión. Ni Alemania ni Francia admitieron su punto de vista. Entonces rechazaron la moneda única.
El segundo momento de distanciamiento fue el rechazo del Convenio de Schengen: Reino Unido lo consideraba demasiado rígido, quería mantener el control de sus fronteras en función de sus necesidades. Y desde esa época, la separación se profundizó cada vez más. Los británicos apoyaron con entusiasmo la ampliación a los países del Este, muchos de ellos pensando que al llenar el barco europeo se podía hundir la dinámica de integración política impulsada por Francia, Alemania, Italia y España. Pero cuando la libertad de circulación de los bienes, de las personas e incluso de instalación de empresas europeas fuera de su país de origen se puso en marcha, y la competencia empezó a tener consecuencias salariales demasiado pesadas sobre Reino Unido, se descubrió las ventajas de la limitación a la circulación. La crisis de los refugiados lleva esa actitud a su conclusión lógica: Reino Unido no se siente concernido por cualquier solidaridad con el resto de los europeos: ¡cada uno por lo suyo!
La UE queda enormemente deslegitimada con este resultado. Demuestra claramente que el acuerdo con Reino Unido era frágil, basado no en una pertenencia común sino en meros intereses materiales. Segundo, pone de relieve que la Europa que se está construyendo no tiene la adhesión masiva que merece entre los pueblos. Los franceses y holandeses rechazaron la Constitución en 2005. Si terminaron adoptándola, fue bien con una manipulación parlamentaria (Francia) bien con modificaciones importantes (Países Bajos). Los irlandeses rechazaron el tratado de Lisboa.
Existe por tanto un déficit de legitimidad europeo. Se dice que proviene de la falta de control democrático. Buena explicación pero insatisfactoria, pues olvida lo más importante: Europa no es ya un sueño común, no hace vibrar. Sus problemas actuales son tantos económicos como simbólicos. Esta crisis abierta por la decisión de los británicos no debe conducir a expulsarlos de nuestro imaginario, sino a proponerles otra Europa, la del bienestar para acabar con el paro y la deflación salarial.
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