_
_
_
_
ARCHIPIÉLAGO
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El número 10 (Houston, Texas)

Colombia no sería Colombia si su complejo de inferioridad no desplegara su complejo de superioridad

Ricardo Silva Romero

Sale la Selección Colombia a la cancha del NGR Stadium, en Houston, Texas, a recordarnos a los esperanzados el arte del escepticismo. Sale nuestro equipo a la cancha con la suplencia como si no fuera un partido de fútbol profesional, sino un partido político criollo: la reunión de los segundos fingiendo, nerviosos, que son los primeros. Deja a sus grandes jugadores en la banca, reduciéndolos a espectadores que se comen las uñas del vecino, porque –luego de ganarles tanto a Estados Unidos como a Paraguay– ya ha clasificado a la segunda ronda de la Copa América Centenario, pero también porque Colombia no sería Colombia si su complejo de inferioridad no desplegara su complejo de superioridad en algún momento, y de tanto jugar bien ahora ha vuelto a pensar que los rivales son lo de menos: ah, sí, los costarricenses, los rojos.

James Rodríguez, el curtido 10 del equipo, está aburriéndose en la banca minuto por minuto, pero no es, como en el Real Madrid, para que sepa lo que es bueno, ni para que Zidane deje de ser su ídolo de la infancia de una buena vez, ni para que ningún otro equipo lo tenga hasta que su amor propio le sea ajeno, sino para protegerlo mientras llegan los partidos importantes. Por supuesto: Costa Rica, enardecida por la necesidad de clasificar a los cuartos de final, le está ganando 3 a 1 a una Colombia nerviosa como un debutante. Y se hace necesario que salga a la cancha un puñado de titulares comandado por Rodríguez. Y el 10 da la vida por alcanzar el empate: “yo aquí juego hasta cojo”, dijo al final del partido pasado como diciendo que él sigue siendo el mismo jugador –adiós lo demás: adiós farándula, adiós negocio– si lo dejan jugar.

No importa el resto: sólo el fútbol. Si hiciéramos zoom out, que es una forma de decir “si pusiéramos las cosas en su sitio…”, Colombia versus Costa Rica parecería una farsa en un mundo de farsas, una pelea de barrio convertida por avivatos en rito rentable: sería una ridiculez este partido malo que no ha sido sino sufrir, y no más que una ridiculez, si recordáramos a tiempo que el expresidente de la Federación Colombiana de Fútbol protagonizó el escándalo de corrupción de la Fifa, si recordáramos a tiempo que la desvergonzada e insensata Copa América Centenario es un negocio inventado hace un par de años por los mismos dirigentes que en ese entonces estaban siendo investigados en Estados Unidos –dónde más– por sobornos, por reventa de boletas, por licitaciones amañadas para entregar derechos de televisión.

Pero James Rodríguez ha sobrevivido a duras penas a ese desplante que es el Real Madrid, como quien vuelve del infierno –y sí, a esa vida le faltaban drama, y errores, y prensa maledicente, y ahí están–, para entrar a la cancha del NGR Stadium a rescatarnos de la derrota: 1 a 3, Dios mío, 1 a 3. Y durante los minutos que quedan del segundo tiempo, que como los de cualquier narración nos recuerdan que el secreto de la vida es que se acaba, juega con la misma urgencia con la que jugó la Copa Mundial de 2014. Tiene débil el hombro de siempre. Parece perdido por momentos. Pero, aun cuando este partido sea un negocio patrocinado por quién sabe quién, aun cuando este torneo sea idea de los peores, James Rodríguez entrega todo lo que tiene para que Colombia sea la primera de su grupo.

No es suficiente, no, el partido absurdo del torneo absurdo termina 2 a 3; la hinchada colombiana recuerda que es una hinchada fiel a fuerza de reveses; el equipo se prepara para disputar con Perú el paso a las semifinales. Pero no deja de ser conmovedor haber visto a Rodríguez peleando jugada por jugada pues nada hay más triste que una persona aplazada. Y “persona aplazada” es una acepción de “colombiano”.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_