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TIERRA DE LOCOS
Tribuna
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El errático corazón de Macri

Desde que el presidente argentino asumió el poder, en diciembre, ha pasado de todo

Ernesto Tenembaum

Cuando arrancaba su carrera política, hace casi una década, le preguntaron a Mauricio Macri qué libro estaba leyendo. “La silla del águila”, respondió el hoy presidente de Argentina. La silla del águila es una original novela del mexicano Carlos Fuentes, donde los personajes se ven obligados a escribir cartas desde que las comunicaciones habituales —email, celulares, teléfonos de línea— caen por un boicot de los EE UU. Así, quedan registradas las intrigas de palacio que se suceden alrededor de un presidente en tiempos de crisis.

En ese caldo de cultivo, uno de los asesores le escribe a Lorenzo Terán, el presidente en problemas. “Asumes la presidencia (...) y ¡vámonos! Es como si te hubieras subido a la montaña rusa, te sueltan del pináculo cuesta abajo, te agarras como puedes a la silla y pones una cara de sorpresa que ya nunca se te quita, haces una mueca que se vuelve tu máscara, con el gesto que te lanzaron te quedas para siempre, el rictus ya no se te cambiará en seis años, por más que aparentes distintos modos de sonreír, ponerte serio, dubitativo o enojado, siempre tendrás el gesto de ese momento aterrador en que te diste cuenta, amigo mío, que la silla presidencial es nada más y nada menos que un asiento en la montaña rusa”.

La semana pasada, Macri tuvo un problema cardíaco. Tal vez sea como los médicos dijeron: algo menor y pasajero, una arritmia en un corazón sano. Sin embargo, la sola noticia provocó cierta incomodidad. Hace cinco años, Nestor Kirchner murió por problemas circulatorios. Dejó en el poder, sola, a su viuda, con resultados no muy alentadores. En 1974, ocurrió lo mismo con Juan Domingo Perón: también quedó su viuda y fue peor aún. Los expresidentes Carlos Menem y Fernando de la Rúa, debieron ser internados de urgencia porque una parte de su corazón, o de sus arterias empezó a fallar. En México, al sillón presidencial se le llama La Silla del Águila, en homenaje al pájaro que decora el escudo nacional, tatuado en su respaldo. En la Argentina, se lo conoce como El Sillón de Rivadavia, por quien lo ocupó por primera vez. Allí parece que genera trastornos faciales. Y no es que aquí no los cause, pero se le agregan los cardíacos.

No es para menos. Para un presidente argentino, mirar hacia atrás es como asomarse al abismo. Desde 1938, todos los presidentes —todos— o fueron derrocados por un golpe de Estado, o tuvieron que salir del poder antes de tiempo, o murieron durante la gestión, o terminaron presos. La única excepción es, por ahora, Cristina Fernández. A esa silla solo suben unos pocos elegidos. Pero entero, de allí no baja ninguno. Y es imposible no pensar en esas historias cuando a un presidente lo internan de apuro, así sea por algo menor, como dicen.

Desde que Macri asumió en diciembre, aquí pasó de todo: se liberó el mercado de cambios, el dólar trepó un 50%, se aceleró la inflación, cayeron los salarios reales, el nombre del presidente apareció en los papeles de Panamá y se abrieron investigaciones judiciales, subieron las tarifas cerca un 500% de media, se derrumbó la producción, hubo huelgas, marchas, fugas de detenidos peligrosos, captura de esos detenidos, acuerdos con los acreedores, visitas de mandatarios de los principales países, triunfos y derrotas parlamentarios del Gobierno y una sensación de que, a cada momento, se juega si el destino de Macri será la gloria o Devoto (así se llama la principal cárcel de Buenos Aires). Hay, por supuesto, debates sobre si la culpa de todo es del Gobierno anterior o del actual, si la foto es apenas un indicio del apocalipsis o el momento más tenso de un filme con seguro final feliz.

Pero en esa montaña rusa viaja un presidente, en esa silla eléctrica se sienta un ser humano. Y dentro de él un corazón. Que dicen que funciona bien, que solo tuvo un comportamiento levemente errático.

Hay gente que es fuerte, realmente.

Creer o reventar.

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