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México pone a prueba el resurgimiento de López Obrador

Las elecciones del domingo someterán a examen la resistencia del PRI y las ambiciones presidenciales del eterno candidato de la izquierda

Jan Martínez Ahrens
Andrés Manuel López Obrador, en un vídeo de su partido.
Andrés Manuel López Obrador, en un vídeo de su partido.

No figura en ninguna lista. Tampoco nadie le podrá votar. Pero si alguien va a ganar o perder en las elecciones a gobernador de este domingo en México es el incombustible aspirante presidencial Andrés Manuel López Obrador. Un buen resultado de su formación, el izquierdista Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), abriría una crisis sin precedentes en su antiguo partido, el PRD, y supondría un paso firme en su sueño de suceder a Enrique Peña Nieto. Pero en ningún caso tendría el camino fácil. El PRI, que ocupa el carril central del sistema político, aún mantiene un poder territorial mucho más amplio y, sobre todo, el trono por el que todos luchan: la Presidencia.

Los comicios de este domingo son, en apariencia, de alcance limitado. Sólo está llamado a votar el 31,8% del electorado y en ningún caso se va alterar el equilibrio de las cámaras federales. Pero suponen una prueba de fuego para los partidos. En juego hay 12 gubernaturas, 547 ayuntamientos y 422 escaños locales. A este poliedro, reflejo de la endiablada distribución del poder territorial mexicano, se añade una elección atípica y altamente simbólica: los representantes a la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México, la arena donde se decide el futuro de la izquierda.

Ante este mosaico, el presidente ha mantenido una total lejanía. Nada extraño en una campaña donde el combate es a ras de tierra. Una guerra de trincheras, laberíntica y cruel, que ha multiplicado la cifra de indecisos hasta el 30%. “Se han falseado encuestas, se ha permitido la financiación ilegal y cruzado todo tipo de mentiras. Los resultados son ahora mismo muy inciertos, puede haber sorpresas”, explica el analista Rubén Aguilar Valenzuela.

La campaña electoral se ha convertido en una guerra de trincheras, laberíntica y cruel, que ha multiplicado la cifra de indecisos hasta el 30%.

En este escenario tan fragmentado y volátil, el PRI parte de una posición de dominio. En sus manos tiene nueve de las doce gubernaturas en liza (Aguascalientes, Chihuahua, Hidalgo, Durango, Quintana Roo, Tamaulipas, Tlaxcala, Veracruz y Zacatecas). Y su objetivo declarado es mantener la cifra, aunque sea cambiando territorios. Lograrlo sería un éxito para el PRI y su presidente, Manlio Fabio Beltrones, y afianzaría su estrategia para 2018: ganar aferrándose a su suelo electoral. Ese 29% que cosechó el año pasado en los comicios a la Cámara de Diputados federal y que le permitió salir airoso de un reto que se presumía que iba a terminar en desastre.

En esta línea de resistencia adquiere un valor especial para el PRI arrebatar algún estado a sus rivales (Sinaloa y Oaxaca, figuran en la lista) y desde luego conservar los cinco estados donde nunca ha gobernado otro partido: Durango, Hidalgo, Quintana Roo, Tamaulipas y la crucial Veracruz. En este último territorio, el tercero más poblado de México y espejo de otras batallas mayores, convergen todas las miradas. Ahí es donde el dominio del PRI se tambalea.

El Gobierno de Javier Duarte, como reconocen altos cargos del partido, se ha convertido en el peor enemigo de las aspiraciones priístas. Durante su mandato, el terror zeta ha avanzado a pasos agigantados, han asesinado a 18 periodistas y los escándalos de despilfarro y corrupción no han dejado de crecer.

El gran problema de López Obrador desde que inició su andadura en solitario ha sido su escasa implantación nacional

El candidato gubernamental carga con este lastre y, además, tiene enfrente a su propio primo liderando una coalición del PAN-PRD. Igualados en las encuestas, el cuerpo a cuerpo entre ambos ha sido un descenso a los infiernos en el que incluso se han lanzado acusaciones de pederastia. Este hundimiento en el fango ha coincidido con la emergencia de un aspirante inesperado: el candidato de Morena, la fuerza creada por López Obrador tras su salida del PRD en 2012. Una victoria o simplemente un buen resultado en territorio sagrado del PRI, donde jamás se hubiese esperado un avance suyo, daría al tótem de la izquierda radical, favorito ahora mismo en todas las encuestas presidenciales, alas para metas mayores. Pero no sin obstáculos.

El gran problema de López Obrador desde que inició su andadura en solitario ha sido su escasa implantación nacional. En el norte apenas existe y en las elecciones parlamentarias de 2015, su formación sólo obtuvo un 8% del voto. Para extender tan exigua base, este caudillo se mantiene en campaña permanente por todo el país. “Y se presenta como antisistema para absorber el descontento social”, indica el experto demoscópico Francisco Abundis.

Punto central de esta estrategia ha sido recuperar la hegemonía en la Ciudad de México, donde gobernó entre 2000 y 2006. Un esfuerzo que está teniendo su recompensa. En la capital, las encuestas dan por ganadora a su formación. Y aunque se trata de unas elecciones débiles, destinadas a fijar el 60% de la Cámara que elaborará la nueva Constitución de la urbe, se entienden como un test para el PRD, el partido que actualmente la gobierna. Una derrota en su feudo más importante dejaría a esta formación, que durante décadas ha nutrido de candidatos a la izquierda, a merced de López Obrador. “Morena crece a costa del PRD y habría que ver si este último partido, tras una fuerte derrota, no va ya camino de su extinción”, señala Aguilar Valenzuela.

El propio líder del PRD, el socialdemócrata Agustín Basave, ha reconocido como un escenario posible ir a las presidenciales de la mano de Morena. “En este caso, sería muy difícil que hubiese otro candidato que no fuera López Obrador”, ha afirmado. Esta alianza convertiría al PRD en una fuerza auxiliar y le brindaría al líder la plataforma que requiere para el gran salto. El trampolín desde el que, a sus 62 años, librará su tercera y última batalla por la presidencia.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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