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Columna
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Que la sociedad brasileña vuelva a hacer sentir su voz

La sociedad brasileña va a tener ahora, en el desarrollo de la crisis política, un protagonismo aún mayor si cabe

Juan Arias

La sociedad brasileña, que en los últimos tiempos se apoderó de la calle para hacer sentir su voz y su fuerza, va a tener ahora, en el desarrollo de la crisis política, un protagonismo aún mayor si cabe.

Nadie duda hoy de la importancia que la opinión pública ha tenido en la salida de Dilma Rousseff de la presidencia y con ella del Partido de los Trabajadores (PT) y que ha comportado la llegada el gobierno interino del vicepresidente, Michel Temer.

En efecto, la mayoría de los carteles en las manifestaciones rezaban “Fuera Dilma”, “Fuera PT”.

¿Entenderá el presidente interino, que la sociedad ya no admite promesas vacías y mentiras en la boca de los que gobiernan?

Ahora que ambos ya están fuera, por lo menos provisionalmente, esa sociedad crítica deberá seguir vigilante para que los nuevos gobernantes hasta el 2018 y quienes serán elegidos entonces en las urnas, sean capaces de ofrecer algo mejor para que Brasil salga de su profunda crisis económica, ética y política.

Hay quien asegura que una de las dificultades que sufrieron Dilma y el PT fue el no haber entendido que la sociedad les exigía cambios radicales, sea en la lucha contra la corrupción como en la forma de hacer política en este país.

¿Se callará ahora esa sociedad? ¿Esperará a ver si Temer es capaz de responder a sus exigencias, aún comprendiendo que, dada la profundidad de la crisis, no existen fórmulas milagrosas e instantáneas, o le forzarán desde ya a ser más atento a sus exigencias?

¿Entenderá el presidente interino, que la sociedad ya no admite promesas vacías y mentiras en la boca de los que gobiernan?

Temer, por las circunstancias excepcionales con las que ha llegado a la presidencia, no tendrá el regalo de los cien días de comprensión que se le otorgan a todo nuevo presidente. Será juzgado ya por cada paso que dé.

Ya lo está siendo, por ejemplo, por la ausencia de mujeres en su nuevo gobierno, o la de negros o mestizos, que son ya mayoría en este país, o por haber escogido para ministros un puñado de jóvenes que no representan la novedad de un país en el que sobresalen cada día más los jóvenes emprendedores, con buena preparación técnica e intelectual, capaces de conectar con la nueva sociedad crítica y exigente.

¿Caerá Temer, una vez advertido de sus primeros resbalones, en el pecado que hizo fracasar en buena parte a sus antecesores, de no ser capaz de admitir que puede haberse equivocado y que deberá repensar algunas de sus decisiones?

Uno de los pecados capitales, tanto de Rousseff como del PT, fueron en estos años el no

haber sido capaces de admitir sus errores cuando se equivocaban y cuando la sociedad se lo advertía.

No disminuye, sino que agiganta a los políticos el ser capaces de entender que no son dioses, que también ellos se equivocan y que la sociedad les perdona mejor cuando son sinceros.

Nos olvidamos, todos, con frecuencia, que la ciencia acierta sólo después de haber errado mil veces. Que no existen gobernantes infalibles y que quienes se creen tales, acaban tristemente desmentidos y castigados.

No les vendría mal a los políticos brasileños desempolvar en estas horas algunos pensamientos del irónico y agudo dramaturgo y pensador alemán, Bertolt Brecht, aquel de la célebre frase: "infelices las naciones que necesitan de héroes”.

En uno de sus escritos afirma: “Hoy estoy con mucho trabajo. Preparo mi próximo error”. Según él, “de todas las cosas seguras, la más segura es la duda”.

Otra cita de Brecht podría servir también de reflexión para el momento actual que vive el país, cuando advierte: “Las crisis se producen cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer”.

Y una frase suya enigmática: “¿A dónde fueron los albañiles la noche que terminaron de construir la Muralla China?”

Los muros y murallas levantadas en el mundo, de piedras o ideológicas, llevan siempre el sabor amargo de la segregación. Que los brasileños, en estas horas difíciles, en vez de levantar muros que les separen, recuerden, que al final, todos somos más parecidos de lo que nos imaginamos y que el mundo no se inventa cada día.

¿Recuerdan la historia del sabio griego Diógenes que vivía en la calle, despojado de todo, y caminaba con un candil encendido “en busca de un hombre”, es decir, de un no corrupto?

Ya entonces.

Se cuenta de él que viéndolo en un cementerio examinando los huesos de los muertos, al preguntarle qué hacía, respondió: “Quería ver si distinguía los huesos de los esclavos de los de sus amos, pero no lo consigo”.

Era tan poco codicioso del poder que cuando el emperador Alejandro Magno quiso conocerlo, ya en su presencia, le dijo: "Pídeme lo que quieras y te lo daré".

Diógenes, sin inmutarse, le respondió: “Quiero sólo que te apartes, que me estás quitando el sol”.

La Historia acaba siendo siempre maestra.

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