La sana rabia de la sociedad civil brasileña
Mejor una sociedad con rabia, incluso dividida en sus opiniones, que una apática o sin ganas de luchar, el mejor cheque en blanco para los gobernantes
El mundo está mirando a Brasil. La prensa internacional se pregunta si será cierto que el coloso de América Latina está quebrado. Lo miraba antes, cuando el país era visto como la nueva Meca, y lo analiza hoy, cuando parece que los dioses lo han abandonado.
Durante el milagro, hasta mis amigos españoles querían correr para trabajar y vivir aquí. Brasil era un sueño.
Hoy el país vive una de sus mayores crisis, no solo económica sino hasta de identidad, de ética y de estética, como escribe Eliane Brum en su magnífica columna Tupí or not to be.
Quizás ni Brasil había tocado entonces el cielo, ni hoy se ha precipitado irremediablemente en el infierno de una crisis sin esperanza.
Quizás en los años dorados de Lula, bajo la magia de la caravana de millones de pobres rescatados de la miseria, faltaron las grandes reformas estructurales que impidieran la crisis en el futuro.
Y quizás, hoy, quienes creen que Brasil está rodando hacia el abismo no consigan ver que la crisis podría marcar la hora de las reformas (empezando por la del Estado) que nadie hasta ahora fue capaz de enfrentar y que hoy se convierten en indispensables y urgentes para rescatar al país de la crisis.
El gran protagonista del posible rescate de Brasil es hoy, sin duda, la sociedad civil con su despertar (hasta agresivo), su rechazo unánime a los corruptos y su falta de piedad con la clase política, que con mayor o menor responsabilidad había paralizado y empequeñecido al país.
Hay quien acusa a la sociedad de haber estado aletargada mientras la clase política se zambullía en la corrupción. Y quizás dicha letargia, que hizo retardar el nacimiento de los indignados, tuvo también su parte de responsabilidad.
Hoy, sin embargo, esa sociedad aún conservadora pero indignada, con rabia, dividida entre las posibles salidas de la crisis, a favor o contra la destitución presidencial (impeachment), es lo más vivo de este país.
Una sociedad que ha descubierto que los representantes que votó para el Congreso se asemejaban a un circo más que a un Parlamento, con sus congresistas envueltos en una buena mayoría en la corrupción, ajenos a las reformas que el país necesitaba.
Lo que está ocurriendo en Brasil es una epifanía de la sociedad que hoy está convencida que el país representado por quienes ellos eligieron, no es el que ellos hoy escogerían, y grita “¡Que se vayan todos!”
Es un pleonasmo, pero que retrata que el tejido social no es hoy, como pudo serlo en el pasado, el espejo de la mediocridad de sus políticos.
El espanto que hoy producen a los brasileños la corrupción, los privilegios de sus gobernantes, el lujo de los gastos públicos y el dolor de quienes empiezan a sentir en su carne los frutos amargos de la crisis económica, es la primera luz en medio de tantas sombras.
Mejor una sociedad con rabia, incluso dividida ásperamente en sus opiniones, que una apática, aborregada o sin ganas de luchar, mecida peligrosamente en el popular: “¡Fazer o que!” ("¡Qué le vamos a hacer!"), que era el mejor cheque en blanco para los gobernantes.
Hoy la sociedad está despierta, discute, se irrita. Es una sociedad que quizás no sepa aún bien lo que quiere, pero que está empezando a saber lo que ya no quiere.
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