El Partido Republicano busca a la desesperada cómo frenar a Trump
El 'establishment' tiene quince días, antes de la primaria de Florida, para encontrar la fórmula que evite la nominación
El Partido Republicano quema los últimos cartuchos para evitar que Donald Trump consiga ser el candidato a las elecciones presidenciales de noviembre. Tras ganar en la mayoría de Estados que estaban en juego en las primarias del Supermartes, el nacionalpopulista Trump, un magnate con un mensaje ajeno a la tradición conservadora de EE UU, está más cerca de la nominación republicana. Pero carece de los delegados suficientes. La resistencia, en el aparato del partido y en las bases, es fuerte. Sus oponentes, a la desesperada, quieren llevar la batalla hasta la convención que en julio coronará al candidato.
Lo habitual en el proceso de primarias y caucus (asambleas electivas) que sirve para elegir a los candidatos a las presidenciales de EE UU es que los partidos cierren filas con el favorito cuando está claro que ya no hay rivales de peso. En circunstancias normales, este sería el momento para que los republicanos aceptasen que Trump será el candidato. Sus rivales empezarían a abandonar la carrera y los donantes y estrategas se centrarían en impulsarle para la carrera presidencial contra el candidato demócrata.
Pero este año nada es normal en la campaña para la Casa Blanca. El fenómeno Trump —un multimillonario neoyorquino conocido por sus rascacielos, sus reality shows, su ego desaforado, sus teorías conspirativas y su peinado imposible— rompe las leyes de la gravedad política.
Cuando en junio anunció su candidatura para la nominación republicana, nadie se lo tomó en serio, empezando por el Partido Republicano. Ahora sus líderes descubren horrorizados que Trump —un hombre malhablado y faltón, machista y xenófobo, que mezcla la retórica de extrema derecha sobre los inmigrantes sin papeles y posiciones económicas próximas a la izquierda sindical— se encuentra a las puertas de la nominación.
El aparato republicano, el famoso establishment, no dispone de un libreto que le indique cómo reaccionar. Durante meses confió, como la mayoría de observadores, en que Trump se desinflaría. Sus salidas de tono, sus insultos y burlas a los inmigrantes, los musulmanes, las mujeres, los discapacitados y los prisioneros de guerra habrían liquidado la carrera de cualquier otro político.
Sucesión de victorias
La sucesión de victorias desde que hace un mes arrancó el proceso de primarias disparó la alarma. En la última semana, sus rivales pasaron a la ofensiva. Por primera vez cuestionaron su integridad personal y sus éxitos empresariales. Repudiaron su ambigüedad ante grupos racistas como el Ku Klux Klan.
Lideró el asalto el senador por Florida Marco Rubio, hijo de cubanos, fiel a las tradiciones republicanas en política exterior y economía: el candidato ideal si el partido quisiera abrirse a un país más diverso, menos anglo y más latino. Pero Rubio, última esperanza del establishment, encadena derrota tras derrota. Y la otra alternativa, el senador por Texas Ted Cruz, desagrada a algunos sectores republicanos casi tanto como Trump, por su intransigencia ideológica e incluso por su antipatía personal.
Las victorias de Trump en el Supermartes —el día con más primarias en todo el proceso— lo consolidan como favorito. En los próximos días, la estrategia del establishment puede consistir, primero, en redoblar los ataques con anuncios negativos. Hasta ahora, los grandes millonarios de la derecha, aunque asistían con espanto al ascenso de Trump, se han abstenido de embarrarse en la pelea.
Las primarias de Florida, el 15 de marzo, pueden ser la última tabla de salvación de la facción Rubio: si Rubio no gana en su Estado, quedará muy debilitado y las opciones del establishment todavía se reducirán más.
El aparato puede intentar postergar la nominación de Trump. El argumento es matemático. Porque, aunque Trump haya ganado 10 de las 15 primarias y caucus que se han celebrado hasta hoy, sólo ha obtenido un 46% de los delegados que se han repartido y el 34% de votos. Es decir, dos tercios de votantes favorecen a otros candidatos.
Esto significa, que si el resto del partido se uniese para respaldar a un solo candidato, quizá podría disputarle la nominación a Trump. Pero esto exigiría que los rivales de Trump abandonasen, y ni Rubio ni Cruz están dispuestos a hacerlo.
Un nuevo partido
Pocos creen ya que sea posible derrotar a Trump durante el proceso de primarias, pero sí evitar que llegue a la convención con una mayoría de delegados. Es decir, podría ocurrir que hubiese ganado la mayoría de Estados y que ningún candidato tuviera más delegados que él, pero que la cifra fuese inferior a la mitad más uno. En la convención, un frente anti-Trump lo derrotaría.
La tercera opción, discutida por algunos políticos republicanos y líderes de opinión, es formar un tercer partido en el caso de que Trump sea el nominado republicano, o directamente votar a la favorita demócrata, Hillary Clinton, como un mal menor.
Ajeno a estas disquisiciones agónicas, Trump modula su mensaje. En el discurso de la victoria, el martes por la noche en Palm Beach (Florida), eludió su tema estrella, la inmigración, y se centró en el daño que el comercio internacional ha causado en las clases medias. Enumeró una serie de empresas que han cerrado sus fábricas para abrirlas en países en vías de desarrollo. Lamentó que EE UU haya olvidado a la clase media. Y se presentó como un empresario que creará empleos como nunca se ha visto.
Era un mensaje dirigido a las clases trabajadoras castigadas por las recesiones de las últimas décadas y las crecientes desigualdades. Un mensaje casi demócrata, pensado para las elecciones presidenciales de noviembre en las que, si finalmente él es el nominado republicano, probablemente se enfrente a la demócrata Hillary Clinton.
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