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Escepticismo en las calles sirias tras el anuncio del cese de hostilidades

Los habitantes de Damasco se mueven entre la ignorancia y la indiferencia

Natalia Sancha
Una familia pasea por el centro de Damasco.
Una familia pasea por el centro de Damasco.N. SANCHA

“Sinceramente no creo que funcione”, opinaba el martes en la Universidad de Damasco Goula, estudiante de filosofía de 23 años, acerca del anuncio de un cese de hostilidades que debe entrar en vigor el próximo sábado. “Tras años de guerra, algo se ha roto. Ya no hay confianza, ni hay esperanza”, añade la joven. El optimismo que muestran las esferas políticas y diplomáticas internacionales contrasta con el escepticismo del sirio de a pie. Muchos, ni siquiera tenían constancia del acuerdo, difundido por el Gobierno de Damasco.

“Pues la verdad es que no sabía nada”, reconoce Meriam H., funcionaria de 38 años y madre de tres hijos. Al igual que Meriam, muchos sirios viven ajenos a la posibilidad de que en cuatro días se les dé un respiro al congelar los combates en numerosas regiones del país. Como es ya costumbre, los cortes de luz (de hasta 16 horas diarias), de agua y, en general, el deterioro del nivel de vida, acaparan las conversaciones de los viandantes. “¿Fi kahraba? (¿Hay electricidad?)”, seguía siendo la prioridad para aquellos que instintivamente llaman a sus hogares a la salida del trabajo.

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“¡Ojalá haya tregua!”, corean con poco entusiasmo en el centro de Damasco. Otros, escarmentados por la experiencia, reaccionan con una mueca de burla. “¿Qué tregua y con quién?”, pregunta Mustafa Hamoudy, de 47 años y taxista. Una pregunta a la que, hasta este viernes, ni Washington ni Moscú, artífices del acuerdo, podrán responder.

El alto el fuego excluye a grupos terroristas como el Frente al Nusra (rama local de Al Qaeda) o el Estado Islámico (ISIS por sus siglas en inglés), con quienes proseguirán los combates. Pero podría excluir también a terceros grupos insurrectos que, 24 horas antes de que entre en vigor el alto el fuego, se posicionan en contra.

“Confiamos en que funcione, aunque sea en zonas concretas del país como la periferia de Damasco, Homs, o Deraa”, opina en una entrevista telefónica Mahmoud Marai, político opositor y miembro del Comité Nacional de Acción Democrática sirio. “La pelota está ahora en manos de Qatar, Arabia Saudí y Turquía, quienes apoyan a Jeish el Islam (Ejército del Islam y principal fuerza insurrecta en la periferia de Damasco) y Ahrar el Sham (aliado de Al Qaeda y predominante en la norteña región de Idlib). Depende de ellos que se implemente en el terreno” apostilla.

A pesar del avance de las tropas regulares al norte del país, yihadistas del ISIS lograban esta semana cortar la carretera que conecta la capital con Alepo. Con lo que se espera en los próximos días un recrudecimiento de los combates para recuperar la principal arteria del país. “No se debería negociar. El Ejército tiene que acabar con todos ellos”, espeta Munir, en Saida Zeinab, periferia damascena y objetivo dos días atrás del peor atentado terrorista de las últimas décadas, que dejó 120 muertos a manos del ISIS. Sus vecinos comulgan con el régimen sirio en que todos los armados son terroristas. “Los que se queden fuera del alto el fuego tendrán todo el interés en sembrar el caos”, advierten fuentes militares en Damasco ante la alerta de una oleada de atentados.

Más allá de qué grupos armados participarán, y si la tregua será respetada por ambos bandos, la prioridad para los 6,5 millones de desplazados sirios es cuánto durará. Oriunda de Daraya, a 8 kilómetros al suroeste de Damasco, la viuda Khadija M. buscó refugio en la capital junto a sus cuatro hijos. Para ella es muy pronto para pensar en regresar. Anoche seguía retumbando sobre su nuevo refugio el eco de la artillería en dirección a Daraya.

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