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Leopoldo López, mártir por entregas

Esta semana se han cumplido dos años del encierro en prisión del político venezolano, cuya popularidad dentro y fuera del país sigue creciendo

Costhanzo

De acuerdo con las encuestas en Venezuela, dos personajes despuntan últimamente en el favor de la opinión pública: uno el presidente de Polar, el grupo empresarial más grande del país, Lorenzo Mendoza Giménez; y el otro, Leopoldo López Mendoza, el prisionero político más conocido. A pesar del apellido que comparten, no son familia. Sí, en cambio, son contemporáneos. Que una revolución emprendida en nombre de los pobres termine por promover las aspiraciones políticas de los hijos de la clase patricia a la que dice aborrecer no es, ni por asomo, la única paradoja que el chavismo alienta.

En el caso del empresario, ambiciones de ese tipo han sido negadas una y otra vez por él mismo; en el de Leopoldo López (nacido en Caracas en 1971), en cambio, son síntomas ciertos de una predestinación. Sus simpatizantes se han encargado de trazar y de difundir las conexiones genealógicas de López con el primer presidente de la Venezuela independiente del siglo XIX, Cristóbal Mendoza, y con el mismísimo Libertador Simón Bolívar. Estudió económicas en una universidad de Estados Unidos, y precoz se orientó a la política, cuando todavía esa dedicación resonaba como una mala palabra entre las familias pudientes.

López cursó estudios en la Escuela de Gobierno J.F. Kennedy de la Universidad de Harvard y a su regreso a Venezuela, en 1996, formó parte del grupo fundacional de Primero Justicia (PJ), un brote en apariencia a destiempo —tardío frente al resto del mundo, inoportuno para el caudillismo local a punto de aflorar— de las ideas liberales. A la larga rompería con el partido y peregrinaría por diversas facciones políticas hasta formar en diciembre de 2009 una agrupación, Voluntad Popular (VP), a su medida y semejanza. Pero fue bajo las siglas del PJ que gobernó durante ocho años el municipio de Chacao, al este de Caracas, el cantón más rico de la capital venezolana.

Atlético, apuesto, cultivado, por origen y caracterización se le daría bien el papel de galán joven de una telenovela. Tal vez no fuera casualidad que las dos relaciones afectivas que se le han conocido en público hayan tenido que ver con la pantalla y el espectáculo: la primera con una hermosa presentadora de noticias, y la otra con su actual esposa y portavoz, Lilian Tintori, parte del elenco de un reality show de supervivencia que en su momento batió registros de audiencia. Como el señorito de un culebrón, López mostraba sensibilidad hacia la gente humilde y ganas de ayudarla. Pero mandar sobre un municipio millonario le brindaba escasas oportunidades para desarrollarlas y ponía en entredicho su capacidad de gestión, que bien podía ser un mérito personal, tanto como una simple consecuencia de la abundancia de recursos.

El golpe de dramatismo en su carrera vino con la prisión. Y con él, el envión para su popularidad. En la cárcel de Ramo Verde, en las afueras de Caracas, desde el 18 de febrero de 2014 cumple su penitencia. El país entero ha seguido las vicisitudes de un juicio amañado y rocambolesco, que no necesitaba prolongarse los 14 meses que duró, para arribar a un veredicto de culpabilidad que de antemano se conocía. Las requisas, los castigos, las vejaciones para sus familiares, los cumpleaños en ausencia, son viñetas de un calvario que los venezolanos se han acostumbrado a seguir por entregas semanales.

Será difícil comprobar si López apostaba a que su cautiverio fuera tan largo cuando se entregó, hace dos años al cabo de una multitudinaria manifestación de apoyo, a las autoridades. De estas podía esperar ensañamiento. Para el oficialismo bolivariano, desde hacía tiempo se había convertido en la diana de todos los odios. “Monstruo de Ramo Verde” lo llaman sin recato por televisión Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, los miembros del liderazgo bicéfalo del chavismo. Le achacan ni más ni menos que las 43 muertes ocurridas durante las protestas

En compensación, ahora López es una causa célebre internacional. Nada más este jueves, en el segundo aniversario de su confinamiento, los premios Nóbel de la Paz Lech Walesa y Óscar Arias acudieron a Caracas para brindarle apoyo. Dependencias de Naciones Unidas —como su grupo de trabajo sobre Detenciones Arbitrarias— han pedido su libertad. Dignatarios como Mauricio Macri, David Cameron y Mariano Rajoy se han preocupado por su situación. Astros de la farándula hispanoamericana como Alejandro Sanz, Ricardo Montaner y Maná se suman a los petitorios en su favor. Felipe González estuvo dispuesto a regresar al litigio judicial para defenderlo, y se declaró en campaña por él. Algún día se deberá aquilatar qué tanto contribuyó la inmolación de López a empañar la imagen internacional de la revolución bolivariana, a la que tantos mimos y dineros prodigó en vano el comandante Chávez. Seguro que mucho.

La cárcel ha conferido por ahora a Leopoldo López categoría de presidenciable. A ciencia cierta nadie, con la posible excepción de sus allegados más cercanos, sabe en qué clase de persona le han convertido los dos años de encierro. Sus proclamas y cartas, contrabandeadas desde el interior de la penitenciaría, parecen dar testimonio de un talante más calmado y reflexivo, poco parecido al activista nervioso y dado a irse de bruces que muchos recuerdan del 11 de abril de 2002, cuando fue uno de los principales promotores del desvío de una gigantesca movilización opositora desde el sector de Chuao, en el sureste de Caracas, a los alrededores del palacio presidencial de Miraflores, para exigir la renuncia de Chávez.

El Gobierno de Nicolás Maduro se hace cada día más frágil. Los acontecimientos políticos se aceleran en Venezuela. La Ley de Amnistía que promueve la Asamblea Nacional, de mayoría opositora, podría otorgarle pronto la libertad a López, junto a decenas de prisioneros políticos. Falta poco para conocer cómo sigue su historia que, sin duda, continuará.

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