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Tiempos extraordinarios

Un mundo donde ya casi no hay nada que conservar pone a prueba a gobernantes y a gobernados de manera permanente

Vivimos tiempos en los que la destrucción de los paradigmas y la obligación de acostumbrarse a un mundo donde ya casi no hay nada que conservar ponen a prueba a gobernantes y a gobernados de manera permanente.

Ahora España -que durante los últimos 30 años fue el referente de diversos países de América Latina para lograr un proceso pacífico de transición de una dictadura a una democracia exitosa- está viviendo uno de los fenómenos más importantes y sorpresivos de toda la crisis con el movimiento secesionista catalán y la confusa respuesta de la clase política a este desafío. Da la impresión que este momento por el que está pasando la historia española es la historia de una simulación.

Los constitucionalistas juegan a que todo es normal y a que el problema catalán no puede con la fuerza de la Constitución. Sin embargo, eso aún es un deseo y no una realidad. Porque el problema catalán está por encima de la austeridad, de las políticas de las derechas o las izquierdas y del agotamiento del Partido Popular en el Gobierno. También evidencia que sólo la profunda crisis en la que se encuentra la Unión Europea ha hecho posibles situaciones como la que se está viviendo entre España y Cataluña, y la que, a su vez, existe entre esa realidad y Europa.

Y no hay que engañarse. Cataluña no es Quebec y tampoco Escocia. En ninguno de esos casos se produjo una ruptura abrupta del orden constitucional como la que proponen los independentistas catalanes ni se dieron las actitudes que han mostrado hasta ahora los responsables de las instituciones del Estado.

Cataluña no es Quebec y tampoco Escocia. En ninguno de esos casos se produjo una ruptura abrupta del orden constitucional

El conflicto catalán demuestra que en ambos lados de la frontera, la que se ha levantado llena de incomprensión entre los que quieren la independencia inmediata y traumática y los que se niegan a mover una sola coma de la Constitución, no se ha entendido que las revoluciones existen porque los sistemas llegan a un momento en el que ya no son funcionales para sus pueblos y tampoco los representan.

Por eso la campaña electoral del 20 de diciembre será la del secesionismo de Cataluña ya que el futuro político de España depende de cómo se resuelva este problema. Los políticos catalanes, que usan lo que paga el resto de los españoles para separarse de España, son una parte muy importante de la viabilidad o inviabilidad del modelo político español. Al tiempo, los partidos políticos españoles están en la trampa de unas elecciones, incapaces de ponerse de acuerdo para definir qué es lo que hay que salvar.

Resulta increíble que no se quiera reconocer que ni la austeridad, ni las políticas económicas, ni las políticas de ningún otro orden serán posibles si el desafío catalán se cierra en falso en medio de una catástrofe.

Porque no sólo ha sido el presidente del Gobierno –Mariano Rajoy- que nunca entendió el espíritu de la ley que él aseguraba defender con mucha eficacia ni los escándalos de corrupción de la familia Pujol o la intransigencia de Artur Más los responsables de que la situación haya llegado hasta aquí. Todos, por causas pequeñas y por incapacidad, están jugando con algo que es muy difícil restituir como es la fe de los pueblos en su capacidad para resolver de manera política, civilizada y pactada la forma en la que podrían vivir todos juntos.

Justo ese fue el gran éxito de la Transición en España. Sin embargo, esta elección será el fin de ese proceso.

El gran problema es que no existen dos modelos y sólo hay una alternativa: o se hace cumplir la ley o sencillamente la ley salta por los aires. Y en ese caso no es que estemos frente a un proceso de separación de una parte de la clase política catalana del resto de los españoles, es que se habrá abierto un problema constituyente para reconstruir un país que ya no sabe cómo mantenerse unido.

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