¡Es la desigualdad, estúpido!
Bernard Sanders ha descubierto cuál es el problema de EE UU y lo introduce en la campaña
Se busca candidato para sacudir Washington. Sin experiencia política previa. No es necesario que posea conocimientos sobre cuestiones complejas; valoraremos sobre todo la capacidad de aplicar soluciones simples para retos difíciles. Con el otoño y el encendido de los bosques en Estados Unidos, se abre la larga carrera a la Casa Blanca que culminará el martes 8 de noviembre de 2016.
También en EE UU el populismo y el radicalismo han florecido en las primarias presidenciales. Con más fuerza en el partido republicano, donde un multimillonario promotor inmobiliario, Donald Trump, encabeza los sondeos con ocurrencias como construir un muro a lo largo de la frontera con México y pasarle la factura a los mexicanos, o enviar al ejército a ocupar los pozos de petróleo de Oriente Medio. Y no es el único outsider que ha respondido al anuncio: también lo han hecho un neurocirujano y una empresaria fracasada.
Pero es en el campo demócrata, a la espera de confirmar la inevitabilidad de Hillary Clinton, donde ha surgido un insurgente que merece atención. Se trata de un viejo rockero progresista, producto de los días de Haz el amor no la guerra. Bernard Sanders. Conocí a Sanders a finales de los ochenta, cuando acudí a entrevistarlo para EL PAÍS a su despacho del Ayuntamiento de Burlington, una ciudad de 40.000 habitantes del Estado de Vermont.
Acababa de ser reelegido alcalde. Solo ante el peligro: el único alcalde socialista en la América de Ronald Reagan. Se declaraba pragmático, un socialdemócrata con discurso radical. Apoyaba la revolución sandinista. Solo veía alcanzable el socialismo en EE UU a escala municipal y anhelaba la creación de un tercer partido, una alternativa de izquierdas a los demócratas. Me despedí con la sensación de haber encontrado a un progresista que se había equivocado de país.
Hoy, 27 años después, Sanders, 74 años y el mismo pelo alborotado de entonces, quiere ser presidente. Ha encendido al partido demócrata, congrega multitudes, desatando el entusiasmo de buena parte de las bases que votan en las primarias, siempre más a la izquierda que los votantes que acudirán a las urnas dentro de un año. Es una ley de oro de este introito electoral.
Ahora este insurgente, que tiene a su favor el entusiasmo de muchos estadounidenses ante la perspectiva de algo diferente de una elección monárquica entre una Clinton y un Bush, batallará contra el compadreo de la riqueza y el poder. Algo que Hillary, prisionera de los grandes donantes de Wall Street, no puede hacer. Sanders pretende nada menos que sacar el dinero de la política, financiar públicamente las elecciones, y poner un impuesto sobre las transacciones financieras.
Sanders no ganará la nominación demócrata, pero ha introducido en la campaña presidencial la insoportable desigualdad que sufre EE UU. Y el discurso de un cambio real, no gestionar lo existente. El sistema está trucado, clama Sanders. No amenaza al sistema, pero el socialista revolucionario, como él se define, ha descubierto cuál es el problema y lo proclama alto y claro: ¡Es la desigualdad, estúpido!
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