Vivir de los refugiados
El paso de los migrantes por Turquía impulsa negocios lícitos e ilegales
La fisonomía de Bodrum está cambiando. Tras el puerto, en el que fondean yates y veleros; tras los cafés chill out o los restaurantes de pescado del paseo marítimo, se abren hacia el centro calles y callejuelas en las que, a medida que se avanza, la clientela de los locales muta de los turistas del país o del norte de Europa, que pasan las vacaciones bajo el sol de esta esquina del Mediterráneo, a refugiados e inmigrantes llegados desde Siria, Irak, Afganistán, Bangladesh o Pakistán.
“Una nueva economía está surgiendo en torno a los refugiados. Según las estadísticas, cada turista deja una media de 750 dólares (665 euros) por estancia en Turquía. Un refugiado gasta al menos 1.000 euros, que es el precio mínimo que suelen cobrar los traficantes por llevarlo a Grecia. Además de lo que paga a diario por comida, hotel, teléfono...”. Ahmet Acar, un empresario de Bodrum, explica —no sin un punto de vergüenza— cómo sus vecinos están aprovechando esta crisis migratoria para hacer el agosto: “Turquía es una de las primeras etapas de su viaje, por lo que muchos refugiados todavía tienen dinero”.
Las calles en torno a la mezquita de Kumbahçe, al caer la tarde, se convierten en punto de reunión de los refugiados para intercambiar información o pactar precios con los traficantes. Acar señala una pensión que bulle de migrantes: “Hace un año estaba a punto de cerrar”. También apunta a un restaurante, recién renovado, en el que toda la clientela son sirios y paquistaníes. Y una cooperativa de taxis: “Llevan a los refugiados hasta las playas, cobrándoles tarifas exageradas. El año pasado tenían tres vehículos, ahora tienen ocho”. Están también las tiendas de ultramarinos, que han comenzado a vender, junto a los garbanzos y el tabaco, chalecos salvavidas. Se trata de negocios legales que sacan partido a la coyuntura.
Pero hay otros que no. De entre los refugiados que salen de Siria hay quienes contratan el paquete completo hasta Berlín o hasta Estocolmo, cuyo precio supera los 15.000 euros por persona. La mayoría no: hace el viaje por etapas, siguiendo indicaciones de otros que lo han hecho ya, que en ocasiones también facilitan los teléfonos de los traficantes. “Los jefes son turcos, pero los coyotes son sirios. Se pasean por los lugares donde hay muchos refugiados y ofrecen sus servicios. Saben de dónde vienes por tu equipaje”, explica Ahmad Mustafa, un sirio que ha intentado cruzar a la cercana isla griega de Kos en dos ocasiones, sin éxito.
Traficantes
Las redes de traficantes en este punto de la ruta son poco numerosas (unas 30 personas) y están formadas tanto por gente local como por personas de la nacionalidad de los afectados, en muchas ocasiones, antiguos inmigrantes o refugiados, según un informe de la Policía de Esmirna. Es un negocio fructífero: una de las redes recientemente desarticulada por los agentes de dicha ciudad —formada por sirios y turcos— había acumulado 400 millones de liras (116 millones de euros) que blanqueaba en una empresa turística.
Además, estas redes benefician indirectamente a otras industrias legales, como la reparación y venta de las barcas con las que tratan de alcanzar tierras europeas: desde yates a botes pesqueros o simples barcas hinchables para niños.
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