“Si el próximo presidente no lo hace bien, lo volvemos a sacar”
Guatemala vive las elecciones con la confianza en el congelador
En la plaza de Cataluña nadie sabe dónde queda Cataluña. Para unos es una virgen que está dos calles más abajo, para otros se trata de un pueblo en el otro extremo de Guatemala. Incluso hay quienes, tras cavilar, piensan que simplemente es eso, el nombre lde la plaza. Es decir, la explanada central de San Juan Sacatepéquez, un municipio maya dedicado al cultivo de rosas y crisantemos que hoy anda más concurrido que de costumbre. Hay elecciones generales y en esta abigarrada villa se forman colas por todas partes. Son filas largas y silenciosas que, bajo un sol de cuchillo, aguardan su momento para votar.
Juan, de 65 años y camisa abotonada hasta el cuello, ha venido de una aldea de montaña y prefiere no decir a quién elegirá. “Eso es secreto, señor”. Es parco en palabras y cada dos frases cita a Dios, pero cuando se le pregunta por la revolución cívica que ha derribado al general Otto Pérez Molina, se le ilumina el rostro con una sonrisa y suelta: “Es que ya no creemos en ningún presidente, son todos corruptos, como no sea que Dios nos dé uno bueno…”.
Guatemala vive su jornada electoral con la confianza puesta en el congelador. Pocos esperan que los comicios sirvan para cambiar un sistema decrépito. Y menos para acabar con el saqueo de las arcas. La única esperanza tangible procede de la ola de indignación que en los últimos meses ha sacudido el país y llevado a la cárcel al presidente y su vicepresidenta. Esta marea cívica, que nació como un fenómeno urbano de clase media, se ha extendido por todo el territorio hasta alcanzar las abatidas zonas rurales, donde la pobreza extrema afecta al 90% de la población.
Alejandra es una vendedora de flores que viste como si fuera un arcoíris. Tiene 46 años y seis hijas. La última la sujeta con una manta a la espalda. La pequeña, de seis meses, se llama Mishel Katerine y no para de mover los bracitos. Alejandra, que admite ser analfabeta, afirma que el país “anda mal” y, ante la corrupción, no ve más remedio que salir a la calle . “El que venga ya sabe lo que le puede ocurrir. Si no lo hace bien, lo volvemos a sacar”, dice con aplomo.
— ¿Y usted sabe qué es Cataluña?
— Claro, eso está en Los Chacones, al bajar la Segunda Calle. Es una Virgen, señor.
Por la plaza de Cataluña anda también Carlos Enrique, de 35 años y tres hijos. Trabaja en una fábrica de pantalones vaqueros. Cada día cose unos 50, y al mes cobra 200 dólares. Ha votado a Fuerza, una pequeña formación moderada, y comparte como otros miles de guatemaltecos la idea de que algo ha empezado a cambiar. “Mire no confío en el sistema, pero no tenemos otra cosa. Y ahora al menos el pueblo despertó. Nos cansamos de que nos robasen”, dice Carlos Enrique. A su lado, en la esquina de la plaza, Edwin Mauricio fríe pollos y patatas. Su puesto, gracias al gentío que acude a las urnas, anda más concurrido que de costumbre. Él no ha votado ni piensa hacerlo. La política le queda muy lejana. Ni siquiera sabe que han derribado al general que gobernaba al país. A Edwin Mauricio, que tiene 29 años y el labio leporino, le preocupan más otras cosas. Por ejemplo, que le maten. A él mismo, hace poco, al acabar la jornada, le pusieron el cuchillo en el cuello y le quitaron la recaudación del día. Y no era la primera vez. Eso es lo que le hace pensar que Guatemala va mal. “Vivo con miedo y no creo que me lo quiten las elecciones”.
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