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Armas de fuego, el debate aplazado

El debate sobre la regulación de las pistolas en Estados Unidos está bloqueado pese al goteo de matanzas

Marc Bassets
Memorial en honor de los periodistas asesinados en Roanoke (Virginia) esta semana.
Memorial en honor de los periodistas asesinados en Roanoke (Virginia) esta semana. Jay Paul / Getty

Después de cada matanza en Estados Unidos el ritual es similar. Algunas voces, algún columnista y algún político, posiblemente el presidente Barack Obama, pide un reflexión sobre la conveniencia de regular las pistolas. Pero la discusión pronto queda enterrada por otros debates. El país pasa página.

Un hombre mata a veinte niños en una escuela primaria de Connecticut y el debate sobre las armas se desvía hacia el debate sobre la salud mental, o sobre la necesidad de armar a los profesores para proteger a sus alumnos. Un racista blanco mata a nueve personas en una iglesia negra en Carolina del Sur y lo que ocupa a políticos y comentaristas no son las armas sino la urgencia de prohibir símbolos del Sur esclavista de EE UU como la bandera confederada. Un hombre mata a dos periodista en directo, como ha ocurrido esta semana en Virginia, y las peticiones para abordar —esta vez sí, por fin, de una vez— el problema de las armas de fuego, se escuchan con sordina y se diluyen al instante. El tema, en relación al homicidio de Virginia, no es la pistola, sino la habilidad del culpable para difundir su acción en las redes sociales.

La última vez que la regulación de las armas de fuego figuró en la agenda política fue a principios de 2013, después de la matanza de la escuela Sandy Hook de Newtown, en Connecticut. Obama impulsó una reforma . La reforma habría prohibido los rifles de estilo militar, limitado las balas que caben en un cargador y reforzado los controles a la compraventa en ferias y por internet. El Congreso abortó la iniciativa. Ha sido una de las mayores derrotas de Obama y seguramente la última oportunidad de este presidente para modificar, aunque sea levemente, un statu quo en los países industrializados.

Primera anomalía. En Estados Unidos hay entre 270 y 310 armas de fuego, según datos del Pew Research Center Es decir, aproximadamente una por habitante. Ningún país tiene tantas. El siguiente, en armas por habitante, es Yemen. Lo que propicia esta situación es una interpretación particular de la Segunda Enmienda de la Constitución. La enmienda es ambigua. "Siendo necesaria una milicia bien regulada para la seguridad de un estado libre, el derecho del pueblo a tener y portar armas no debe ser infringido". La idea de que esta enmienda garantiza el derecho de los individuos, y no de una milicia, se consolidó en los años setenta, en plena ola de crimen. Esta interpretación cuenta con el aval del Tribunal Supremo.

Segunda anomalía. Estados Unidos, al mismo tiempo que es el número uno en posesión de armas de fuego, lo es en tasa de homicidios entre los países ricos. En Estados Unidos hay 29,7 homicidios con arma de fuego por cada millón de habitantes. En Alemania, 1,9, según datos de la publicación vox.com. Más de 10.000 personas mueren al año en EE UU en homicidios con armas de fuego, según el Centro para la Prevención y el Control de las Enfermedades.

Estos datos no significan lo mismo para los detractores y partidarios de la Segunda Enmienda. Los primeros ven un vínculo causal entre la sobreabundancia de armas y la elevada tasa de homicidios. La diferencia entre Estados Unidos y el resto de países desarrollados es, sencillamente, que aquí hay más armas a mano. A más armas, más homicidios, indica la lógica. Podría añadirse: a más armas, más violencia policial. Si la policía estadounidense tiene el gatillo fácil, es en parte porque cualquier agente en este país vive con el miedo permanente de que cualquier persona con la que se cruce puede ir armada.

Los partidarios de las armas señalan que, precisamente, el crimen en Estados Unidos ha bajado durante veinte años mientras el número de armas de fuego en manos privadas no dejaba de aumentar y las leyes que controlan las armas se relajaban. Otro argumento: las pistolas no matan; matan las personas. Llevado al extremo --y algunos defensores de las armas lo hacen—- este argumento podría llevar a deducciones inquietantes: puesto que el número de homicidios supera con tanto margen el de otros países, el estadounidense sería un pueblo que se distinguiría por su violencia. Más argumentos. Imaginémonos que se aprobaseuna ley que prohibiese las armas de fuego en manos privadas. ¿Qué hacer con las cerca de 300 millones actuales? ¿Retirarlas de circulación? ¿Cómo? ¿Yendo casa por casa a requisar las pistolas?

La Segunda Enmienda se aprobó en 1792 como una garantía para quienes temían que la Constitución concediese poder excesivos al Gobierno federal, poderes que pudieran derivar en una tiranía. El argumento de la tiranía —los regímenes totalitarios son los más estrictos en la prohibición de las armas para sus ciudadanos— también es habitual.

Un libro reciente, This nonviolent stuff’ll get you killed (Con esto de la no violencia te acabarán matando), del veterano activista por los derechos civiles Charles E. Cobb Jr., recuerda cómo, para los negros del Sur en las décadas de la segregación, las armas podían ser necesarias para protegerse de los ataques racistas. La frase del título se la dijo un granjero negro de Mississippi a Martin Luther King. Después de un ataque a su casa en Montgomery (Alabama), el propio reverendo King pidió al sheriff de, donde vivía, el permiso para poseer un arma. Le fue denegado. Pero en su casa guardaba varias armas de fuego, escribe Cobb. Lo único que puede detener a un malo con pistola es un bueno con pistola”, suele decir Wayne LaPierre, jefe del grupo de presión Asociación Nacional de Rifle.

Los más optimistas en favor de la regulación creen que la demografía acabará precipitando el cambio. Hoy circulan más armas que nunca pero el porcentaje de propietarios respecto a la población total desciende. Estados Unidos se transforma, y el nuevo país —más joven, urbano y multicultural— no está tan apegado a las pistolas como la América blanca y rural. Pero nada indica que vaya a cambiar la legislación. Para un candidato al Congreso, movilizar votantes prometiendo más control sobre las armas no es una fórmula de éxito. Y el presidente está atado de manos. Si nada cambió después de la matanza de niños Newtown, será difícil que ocurra en el futuro próximo.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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