El dilema de Reino Unido: barrer o no bajo la alfombra
La policía británica sopesa limitar la investigación sobre el exprimer ministro Edward Heath, sospechoso de pederastia. Está muerto y tirar más del hilo supondría un enorme coste
Habría que disculpar a aquellos que, al hilo de las noticias, han llegado a la conclusión de que “hace sólo unas décadas el establishment británico estaba únicamente dirigido por pedófilos”, escribe el semanario The Economist sobre el caudal de antiguos casos de abusos de menores que sigue fluyendo en el Reino Unido y acaba de incluir entre los sospechosos nada menos que a un exprimer ministro. Edward Heath no puede defenderse porque falleció hace una década, al igual que el antiguo presentador estrella de la BBC Jimmy Savile ya había sido enterrado (2011) cuando meses después comenzó a aflorar a la luz pública su personalidad de depredador sexual que habría violentado a decenas de niños y niñas a lo largo de su dilatada carrera.
En el caso de Savile casi nadie ha cuestionado que la policía utilice ingentes recursos para investigar las acusaciones de sus supuestas víctimas o de las de otros personajes de relevancia pública (vivos y muertos) que desde entonces contabilizan el ¡millar y medio! de nombres de la industria del entretenimiento, la clase política y otras instituciones públicas. Pero las sospechas sobre el comportamiento pasado de quien fuera jefe del Gobierno conservador (1970-74), reveladas a bombo y platillo el 3 de agosto, han provocado reacciones a la defensiva desde el mundo político y un sector de la prensa. Se denuncia el “linchamiento” de una figura pública ya fallecida sin pruebas firmes que sustenten las alegaciones, el llamamiento público a que sus supuestas víctimas se personen o la implicación de hasta cuatro cuerpos policiales para dilucidar si son ciertas las imprecisas acusaciones de que abusó y violó a niños en los años 70 y 80del pasado siglo.
Esos medios críticos están instalando la idea de que la policía actúa con agresividad para defenderse a sí misma, porque en el corazón de este y otros casos de supuestos abusos sexuales subyace el encubrimiento en el que pudieron incurrir sus mandos a lo largo de muchos años. Y, por ese motivo, el propio cuerpo es objeto hoy de una investigación interna.
En plena temporada estival, el público británico asiste al debate con un cierto distanciamiento, acostumbrado como está desde hace más de tres años a abrir el periódico para toparse con algún titular sobre un nuevo escándalo sexual. La opinión pública, por supuesto, se vio conmocionada en su día al descubrir, no sólo que el popular Savile utilizaba la cobertura de su fama como presentador de programas musicales e infantiles para abusar de los menores entre bambalinas, sino también que un tropel de rostros famosos de diversos ámbitos habría hecho lo mismo.
Los políticos y parte de la prensa denuncian el “linchamiento” de una figura pública fallecida sin pruebas firmes
A ojos de muchos de los extranjeros que residen en las islas el increíble volumen de la nómina de sospechosos cobra los visos de crisis nacional. La proverbial flema británica, sin embargo, apunta a que, si bien la cifra de hipotéticos implicados resulta escandalosa, también obedece a que los centenares de casos concentrados en media docena de investigaciones por toda la geografía de las islas abarcan varias décadas, aunque emerjan sólo ahora y todos a la vez.
Una mayoría quiere ver en ello el cambio operado en la sociedad británica, antaño más permisiva y sobre todo tan temerosa de quienes ostentaban el poder (no sólo el político, sino el de aquellos amparados en su fama o prestigio) que disuadía a las víctimas de presentar denuncia o convencía a los testigos de que lo mejor era mirar hacia otro lado. Esa misma sociedad exige ahora responsabilidades y ha jaleado las primeras condenas —entre ellas las de cinco rostros bien conocidos de la televisión—, aunque también diera por ciertas las acusaciones contra algunos personajes que acabaron resultando falsas. Sí ha habido un cierto ambiente de caza de brujas.
Pero el meollo de la cuestión no está tanto en si una celebrity actuó con toda impunidad para saciar sus perversiones ocultas como en el hecho de que las pesquisas se centran principalmente en más de seis centenares y medio de colegios y orfanatos públicos y religiosos, donde el abuso de los pupilos fue sistemático en décadas recientes. Lo mismo ocurrió en Irlanda, en EE.UU. y probablemente en otros países menos transparentes todavía hoy a la verdad. En el Reino Unido, los responsables de esos centros abusaron ellos mismos de los pequeños o hicieron la vista gorda durante las visitas de personajes como Savile, de Edward Heath, según la rumorología hasta la fecha no probada, o del diputado sir Cyril Smith, fallecido en 2010 y a quien los detectives sí tildan de pedófilo más allá de toda duda razonable. Fue el caso de este diputado el que forzó al Gobierno meses atrás a anunciar una investigación en el seno de la propia policía ante las crecientes denuncias sobre su pasividad o encubrimiento de una red pedófila que habría operado en los pasillos del Parlamento de Westminster en los años 70 y 80del siglo pasado.
Escarbar en el pasado se impone para resarcir a las posibles víctimas, pero tiene sus complicaciones, y el caso Heath ilustra bien esa disyuntiva. La policía está considerando limitar la investigación sobre sir Edward (lo justo para validar o desestimar las acusaciones de las que es objeto) porque tirar más del hilo supondría un coste enorme que además nunca podría resultar en un juicio. “Está muerto y ya no es una amenaza para nadie”, argumentaba uno de los investigadores a The Guardian, mientras otra fuente policial esgrimía, por el contrario, que los cómplices pueden estar todavía vivos y libres. Barrer bajo la alfombra o no hacerlo, he aquí el dilema.
Muchos ven visos de crisis nacional en el increíble volumen de la nómina de sospechosos
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