Sumisiones
La novela más reciente de Houellebecq permite reflexionar sobre la producción del derecho
Una distinción común en el derecho, es la de fuentes formales y fuentes reales. Por las primeras se entienden todos los procesos mediante los cuales las normas jurídicas se crean. Qué pasos jurídicos tienen que darse para que haya ley, reglamento o contrato. A la comprensión de esas formas de producir el derecho dedicamos mucho tiempo quienes lo estudiamos y practicamos. Por fuentes reales se entienden los elementos de la realidad que determinan los procesos o los contenidos de las normas jurídicas. La ideología prevaleciente como causa de ciertas formas de relaciones familiares, la búsqueda de mayores ingresos estatales, la pretensión de prevenir ciertas formas del delito, son ejemplos de ello. Por curioso que parezca, a quienes trabajan con el derecho no suelen enseñárseles los métodos para conocer y manejar tales fuentes. Por ello, las profesiones jurídicas suelen calificarse de formalistas y suelen ser objeto de críticas certeras por el modo en que entienden y construyen su campo de trabajo.
Hace algunas semanas leí la última novela de Michel Houellebecq, Sumisión. De entre sus múltiples posibilidades de entendimiento, hay una que me pareció particularmente interesante, precisamente por mostrar una dimensión no ya solo de la política, que es el tono general del libro, sino de los modos en que se llega a la producción del derecho como sustento y expresión de aquella. El narrador de la novela es profesor de literatura en la Sorbona, vive solo, angustiado y poco consciente de lo que sucede a su alrededor, como el avance continuo del islam gracias, entre otras cosas, a los enormes gastos de los países árabes y al carisma e inteligencia del líder de la Hermandad Musulmana. En la búsqueda de algo, intenta reencontrase con el catolicismo en una de sus formas más tradicionales y fundamentales. Termina sin encontrar sentido mediante él, para finalmente adoptar al islamismo como credo religioso y forma de vida integral.
Las posibilidades de ver implantado el islam en muchos de nuestros países es más remota que en Francia y desde luego está más lejos que el 2022
Más allá de este grueso relato de la trama, la novela muestra la psicología de una forma de vida que durante años se mantiene ajena a la política y la vida social en general. Después comprende que en esa ausencia personal se construyó algo nuevo de lo que es difícil separarse y, aún, diferenciarse. La misma debilidad que mantuvo ausente al narrador es la que, racionalizaciones aparte, lo lleva a someterse a una nueva existencia. Su vida es una entre muchas de las que da cuenta el relato con mayor o menor intensidad. Sin embargo, ¿qué acontece cuando se está ante individualidades que no enfrentan los acontecimientos o que no tratan de intervenir en la marcha de lo público? ¿Qué pasa cuando segmentos importantes de la sociedad dejan que las cosas se decidan en otras partes y por otras personas? Al tiempo, que las normas jurídicas recojan esas decisiones, que tengan contenidos específicos en los que sus destinatarios no se reconozcan pero que, de todas formas, se encuentren obligados a acatarlas. El derecho así producido tiene sus orígenes en las decisiones que otros toman, que progresivamente van abonando a ciertas vías, a la generación de ciertos efectos generales e individuales.
Las posibilidades de ver implantado el islam en muchos de nuestros países es más remota que en Francia y desde luego está más lejos que el 2022. Ello no significa que no lo estén otras formas de convivencia que hoy nos puedan parecer difíciles de aceptar. Dejar que las soluciones buenas aparezcan por la pura deriva democrática no parece ser una buena forma para contender con quienes nos presentan soluciones integrales, o quienes se sueñan redentores, sea por su pretendida experiencia o su habilidad para presentarnos lo viejo como proyecto del futuro a conquistar. Las fuentes reales del derecho tienen que ver, en gran medida, con la pasividad de muchos de los sometidos a él. En un mundo donde el significado óptimo de las cosas está dado a la acción, no siempre pueden reconocerse. Las sumisiones tienen formas muy diversas, muchas de ellas verdaderamente trágicas.
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