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La nueva Larga Marcha

En 2020 habrá más de 200 millones de turistas chinos. Un experto advierte: "El turismo japonés ha hecho cambiar a Japón. El chino cambiará el mundo"

Turistas chinos toman fotografías durante su navegación por el Támesis de Londres.
Turistas chinos toman fotografías durante su navegación por el Támesis de Londres.Paul Hackett (REUTERS)

Para alguien que viene de China es fácil visitar Roma en una tarde. La cúpula de San Pedro, Castel Sant’Angelo, la Fontana di Trevi: el recorrido apenas dura dos horas y permite hacer todas las fotos que es imprescindible llevarse a casa. Wang Fang, de la provincia oriental de Anhui, está delante del Coliseo y se pregunta qué sentido tiene entrar en esa curiosa ruina. Al fin y al cabo, sus amigas solo la conocen por fuera, de las películas. Se hace un selfie. El guía le dice que se dé prisa. Vuelta al hotel rápidamente para dormir y recuperarse del jet lag. Ha sido un largo vuelo nocturno desde Shanghái.

El día siguiente empieza con un viaje en autobús a Florencia, incluye una escapada a Pisa y acaba por la tarde en Wattens, cerca de Innsbruck. Aquí tiene su sede la casa austriaca de joyería Swarovski, un nombre que en China conoce cualquier joven urbana, a pesar de que no es fácil retenerlo en mandarín: Shihualuoshiqishuijing. Vicky, de Shanghái, compra un collar para ella y un broche para su madre por un total de 600 euros. A continuación prosiguen hacia Neuschwanstein y Lucerna, y luego a Beaune, en Francia, para probar un consistente borgoña. “No lo beban de una vez, sino a pequeños sorbos”, advierte el guía.

El viaje llega a su fin en el lugar donde acaban prácticamente todos los periplos chinos por Europa: París. A las 8.30 en punto de la mañana el autobús gira para enfilar el bulevar Haussmann, donde ya hay otros cuatro autocares con turistas también chinos. Falta una hora para que abran las Galerías Lafayette. Dentro de cinco horas los chinos habrán gastando miles de euros en bolsos, perfumes y pañuelos de seda para ellos, sus hijos, sus padres y sus conocidos.

Viajar forma parte del  proyecto de vida de los chinos, como tener casa y coche

Cinco países y ocho ciudades en nueve días no es una paliza para los visitantes, sino la realización de un sueño. Los mayores llevan décadas anhelando poder permitirse salir al extranjero; para los jóvenes forma parte de su proyecto de vida, del mismo modo que tener una casa y un coche propios.

Y así, este verano vuelven a emprender viaje. El pueblo más numeroso de la Tierra se despliega, liberado del comunismo de Mao, exhausto tras 30 años de vertiginoso crecimiento económico y eufórico por los miles de millones que este le ha hecho ganar. Llegan como turistas y compradores de artículos de lujo; como estudiantes, empresarios e inversores.

Antes, los chinos ya viajaban, pero hasta ahora nunca en tan alto número. Primero tomaron la delantera a los japoneses, y en 2012 desplazaron a los alemanes como campeones mundiales del viaje. Y si no se les interpone una crisis económica, una guerra o una catástrofe natural, probablemente conservarán el título durante décadas.

Pero, ¿qué repercusión tiene la salida de los chinos para la China moderna? ¿Cómo cambian con el viaje los propios viajeros, así como su imagen del extranjero, cuya representación hasta ahora se había confiado en gran medida a los medios de comunicación del Estado? ¿La nueva Larga Marcha emprendida por China redefinirá la imagen del mundo que tiene esa nación, del mismo modo que lo ha hecho con la de otras naciones? Resulta difícil imaginar lo contrario. Por eso, en China las nuevas estadísticas sobre viajes se analizan y se leen como curvas de temperatura de una sociedad en transformación.

Solo un 5% de los 1.360 millones de ciudadanos tienen pasaporte. Para 2020 se emitirán hasta 300 millones

Sin embargo, en Pekín, los que ejercen el poder no parecen temer que su pueblo se dé a la fuga. Ellos mismos mandan a sus hijos al extranjero. En las universidades inglesas y estadounidenses hay matriculados más estudiantes chinos que de ningún otro país, y la hija del presidente Xi Jinping ha estudiado en Harvard.

Dai Bin, de 47 años, es director de la escuela pública de turismo situada en el centro de la capital y propietario de dos relojes de cuco. “Uno me lo compré yo mismo en mi primer viaje a Alemania. El otro me lo acaban de traer mis hijos”, cuenta. “Me pregunto cuántos de estos relojes de cuco les hemos comprado ya a los alemanes”.

En 2014, los chinos realizaron alrededor de 109 millones de salidas al extranjero, superando así por primera vez la barrera de los 100 millones. Gastaron alrededor de 165.000 millones de dólares (151.800 millones de euros), un 28% más que el año anterior. Cuando viajan, gastan todavía más que los árabes del Golfo. Compran yanghuo, artículos de marca occidentales. Su opuesto es tuhuo, los artículos nacionales con los que ningún chino que se precie se presenta en público. Para muchos de ellos, los zapatos italianos, los polos franceses y los relojes suizos se han convertido en fetiches. The Bling Dinasty (La dinastía ostentosa) es el título de un libro sobre los viajeros chinos adictos a las compras cuyo autor es el analista financiero Erwan Rambourg.

Dan Bin prevé que los deseos de viajar -y, al mismo tiempo, de comprar- de sus compatriotas irán en aumento. Calcula que, en 2020, habrá 200 millones de chinos viajando, con un presupuesto de 250.000 millones de dólares (230.000 millones de euros). Su cálculo es moderado. Según el presidente Xi Jinping, en los próximos años el número de turistas podría superar los 400 millones.

El aumento de los salarios de la clase media urbana y la concesión de vacaciones pagadas impulsan los viajes

En la actualidad, aproximadamente solo un 5% de los 1.360 millones de ciudadanos chinos tienen pasaporte. Los diplomáticos europeos en Pekín piensan que, de aquí a 2020, la República Popular emitirá hasta 300 millones de pasaportes. “El turismo japonés ha hecho cambiar a Japón”, dice Dai Bin. “El turismo chino cambiará el mundo”.

En consecuencia, el sector está muy interesado en los pronósticos acerca del comportamiento del turismo chino: ¿seguirán viajando sobre todo en grupo? ¿Hasta cuándo se mantendrá la tendencia de los viajes breves? ¿Preferirán Asia, como hasta ahora, o tal vez Estados Unidos y Europa?

Además de Dai Bin, entre los conocedores de este mercado se encuentra un alemán, Wolfgang Arlt, fundador del Instituto de Investigación del Turismo Emisor de China. A pesar de que el crecimiento económico ha descendido, también él pronostica un aumento masivo de los viajes de chinos al extranjero. Para ello enumera tres razones: en primer lugar, los salarios de la clase media urbana siguen subiendo; en segundo, muchos empresarios están empezando a conceder vacaciones pagadas a sus empleados; y, en tercero, el turismo interior tiene sus límites, como muestran las multitudes en las estaciones, los aeropuertos y la Gran Muralla. “Desde la perspectiva de un chino, un país como Italia parece medio vacío”, observa Arlt.

Los turistas chinos están más seguros de sí mismos y son más exigentes. “Piensan son los demás los que tienen que adaptarse”

De hecho, el turismo es uno de los pocos sectores económicos en los que la república asiática registra un déficit que supera los 100.000 millones de dólares (91.565 millones de euros) anuales. Mientras que cada vez hay más chinos que viajan al extranjero, el número de extranjeros que se desplazan a China lleva varios años descendiendo a consecuencia de la mala calidad del aire, de la elevada cotización del renminbi, y -como admite Dai- de la escasa fantasía de la publicidad turística china: “No podemos estar hablando siempre al mundo solo de nuestros pandas y de la Gran Muralla”.

Hace un par de meses, Arlt estuvo en las Azores, donde están buscando maneras de atraer a los chinos a las islas. “Tengo una noticia buena y una mala para ustedes”, dijo. “La mala es que el 99% de los chinos jamás pondrán un pie en las Azores. La buena es que, con que solo viniese un 1%, tendrían 13 millones de huéspedes”.

Pero, ¿qué hay que hacer para seducir a los chinos? ¿Qué es lo que buscan en sus vacaciones y en el extranjero? El empresario turístico Zhao Long tiene 27 años y ha formado a hoteleros suizos en el trato con turistas chinos. En su opinión, esto es lo más importante: “Si tiene una habitación en cuyo número haya un 8, que es la cifra de la suerte, désela. Evite el cuarto piso: el 4 es un número de mal augurio. Aloje a los grupos siempre en el mismo pasillo, en el desayuno ofrezca como mínimo un plato caliente de carne o de pasta, y esté preparado para la primera pregunta que le hará cualquier turista chino: ¿cuál es la contraseña para acceder a Internet a través de la red inalámbrica?”.

Según Zhao Long, no es tan difícil dar una alegría a un viajero chino, pero el creciente afán de viajar de sus compatriotas está haciendo que las cosas se compliquen: cada vez están más seguros de sí mismos y son más exigentes. “Muchos piensan que ellos son los que mandan y que los demás tienen que adaptarse”.

Tras varios incidentes, Pekín amenazó con prohibir la salida a los que se hubiesen comportado de forma “vergonzosa” en el extranjero

De vez en cuando surgen problemas. En un área de descanso de la autopista, cerca de Fráncfort, los miembros de un grupo organizado se negaron a pagar la tarifa por usar los aseos y, en su lugar, utilizaron las zonas ajardinadas. En París vacían las tiendas de las marcas de lujo y luego se quejan a voces de que ya no queda nada. Y, en el vuelo de vuelta de Tailandia, una china roció a una azafata con agua caliente porque no estaba satisfecha con el servicio.

El Gobierno de Pekín reaccionó primero con una campaña para fomentar la buena conducta (“¡Sea un panda amable!”), y luego con una nueva ley de turismo y con la amenaza de prohibir la salida a los ciudadanos que se hubiesen comportado de forma “vergonzosa” o “indecorosa” en el extranjero. Durante una vista a las Maldivas, el presidente Xi consideró preciso advertir: “No tiréis las botellas de agua en cualquier parte. No destruyáis los arrecifes de coral. Comed menos pasta instantánea y más marisco local”. Actualmente, los chinos representan alrededor de una tercera parte del turismo de las Maldivas.

Según Wolfgang Arlt, su filosofía del viaje es diferente de la de los estadounidenses. “Para los chinos, Europa no es la cuna de la civilización. No se quedan boquiabiertos delante de cada edificio de más de 200 años”. Es cierto que se interesan por las culturas foráneas, “pero se consideran a sí mismos los reyes de la Creación”. Al mismo tiempo asegura que, no obstante, el gusto de los viajeros chinos se está refinando. La principal tendencia de los próximos años será la misma que se aplica a la evolución de la sociedad china en su conjunto: personalizar. Cada vez más chinos reservan viajes individuales, informales o de lujo, y visitan el Himalaya o las regiones polares, donde ya suponen un tercio del turismo. Las impresiones con las que regresan hacen que cambie la visión que tienen de su propio país, tanto para bien como para mal.

“He estado dos veces en India como mochilera, y, desde luego, pienso volver”, cuenta Liu Haiyuan, de 30 años, “pero estoy contenta de vivir en China. La pobreza y las condiciones sanitarias en India me han impresionado”. Al mismo tiempo, en los blogs de los turistas chinos se pueden leer numerosos artículos en los que expresan su frustración cuando, después de pasar unas semanas en el extranjero, aterrizan en Shanghái o en Pekín y se preguntan por qué en su país la calidad del aire es tan mala. “¿Tú también notas el olor?”, suele ser la primera pregunta de los pasajeros cuando el esmog entra por la puerta abierta de la cabina.

El Gobierno chino es consciente del poder del turismo y no tiene escrúpulos en instrumentalizarlo

Y, por supuesto, el viaje no está exento de politización. La visión de otros países y otros pueblos de que quien viaja cambia. Incluso Inglaterra –que, en la visión tradicional china del mundo, está muy mal considerada desde las guerras del Opio– está “muy cuidada”, valoraba una turista china en una encuesta del Asia Pacific Journal of Tourism Research. De los estadounidenses y los europeos se dice que cuidan el medio ambiente y cumplen las normas. “La mayoría de nuestros ciudadanos no tienen una calidad de vida comparable. En ese aspecto nos falta mucho para estar a su altura”.

Precisamente Japón, al que la prensa china suele presentar como el archienemigo, es uno de los destinos favoritos. En 2014 aumentó el número de visitas a ese país en un 80%, y casi medio millón de chinos viajaron allí tan solo durante la Fiesta de la Primavera de 2015, a pesar de que hacía años que las relaciones chino-japonesas no eran tan malas como en los últimos tiempos.

Aún no se ha analizado si todo esto ha hecho que los chinos consideren de otra manera a sus vecinos, y si están dando menos crédito a la propaganda, pero, desde luego, es probable que así sea. Quien ha estado en Japón posiblemente ya no vea en el país sobre todo a un antiguo adversario bélico, sino que piense en las compras en Tokio, en los cerezos en flor y en el sushi.

El Gobierno chino es consciente de este efecto y del poder del turismo. Llegado el caso, no tiene escrúpulos en instrumentalizar el creciente deseo de viajar de sus ciudadanos. Así, por ejemplo, pone trabas a la obtención del pasaporte a los miembros de las minorías religiosas de Tíbet o a los habitantes de la conflictiva región de Xijiang. Y si un país se enfrenta a China, Pekín no duda en escarmentarlo. Según un empresario turístico escandinavo que trabaja en la República Popular, Noruega pasó por la experiencia en 2010, tras la concesión del Premio Nobel de la Paz al disidente Liu Xiaobo: “Entonces, de la noche a la mañana, los viajes organizados a los fiordos se eliminaron de los programas de algunos operadores estatales”.

En España, el número de turistas chinos ha aumentado alrededor del 25% en los dos últimos años

Con todo, el efecto de estas medidas es limitado. “Todos sabemos cómo están actualmente nuestras relaciones con Japón”, dice Dai Bin, “pero los turistas chinos no se dejan amedrentar por ello”. Lo mismo se puede decir de países como Filipinas o Vietnam, con los que Pekín se disputa varios grupos de islas en el Mar de China Meridional.

Algunos chinos se encuentran tan bien en el extranjero que quieren vivir allí para siempre y así escapar del aire contaminado de su país o, también, del clima político de represión. Mientras que antes los que se disponían a expatriarse tenían que decidir definitivamente si querían quedarse o irse del país, hoy día la frontera entre el turista y el inmigrante es difusa.

Durante su visita oficial a Pekín a finales de 2013, Joe Biden, vicepresidente de Estados Unidos, declaró que celebraba que tantos chinos quisiesen viajar a su país. “Constantemente estamos a la búsqueda de jóvenes inteligentes que quieran venir a Estados Unidos y quedarse”. Y no se lo decía a cualquiera, sino a los jóvenes que esperaban ante la embajada estadounidense para solicitar un visado.

Jackie Xie no recuerda que ningún político europeo haya asomado por la oficina de visados de su correspondiente embajada en China. Según esta guía turística de 25 años, durante mucho tiempo obtener un visado para Europa ha sido un calvario para los chinos, y a menudo, todavía sigue siéndolo.

Francia equilibrará su déficit por cuenta corriente con China en los próximos años gracias a los turistas

Xie asegura que “los que más trabas han puesto siempre han sido los alemanes”. En los consulados alemanes de la República Popular China los trámites duran varios días, e incluyen preguntas que sus clientes encuentran extrañas. Por ejemplo: “¿Está usted seguro de que no quiere quedarse en Alemania?”. A veces el interrogatorio prosigue a la llegada a Fráncfort: “Y su esposo, ¿tiene intención de quedarse en Alemania?”.

Otros países europeos ponen las cosas más fáciles. Gran Bretaña tiene doce oficinas de visados en el país y ofrece visados exprés, previo pago de una tarifa, incluso en el plazo de 24 horas. Italia los expide en 36 horas, y España, en 48. También Francia acortó el tiempo de tramitación para visados turísticos a 48 horas ya a principios de 2014 y redujo el número de documentos que había que presentar. Desde entonces, los franceses emiten aproximadamente un 60% más de visados para chinos. El ministro de Exteriores, Laurent Fabius, ha declarado que, en los próximos años, Francia equilibrará su déficit por cuenta corriente con China gracias a los turistas.

En España, el número de turistas chinos ha aumentado alrededor del 25% en los dos últimos años, y los ciudadanos de China también se han establecido sólidamente en el país como inversores. Hace un año, uno de los más ricos, el magnate del sector inmobiliario Wang Jianlin, compró el rascacielos Edificio España de Madrid, uno de los emblemas de la ciudad. Quiere transformarlo en un centro comercial con hotel y 300 pisos de lujo.

Posiblemente los compradores serán acaudalados compatriotas de Wang, ya que, en 2013, España implantó un “visado de oro”: los extranjeros que adquieran propiedades inmobiliarias por valor de medio millón de euros, inviertan más de un millón de euros en acciones españolas o creen puestos de trabajo recibirán un permiso de residencia para el espacio Schengen, que con el tiempo puede convertirse incluso en nacionalidad.

En 2012, Portugal implantó una normativa similar, gracias a la cual recaudó más de 1.000 millones de euros en tan solo dos años. 1.101 de los 1.360 “visados de oro” expedidos hasta finales de julio de 2014 fueron para ciudadanos chinos. Desde hace poco, en Estados Unidos los turistas y los empresarios de la república asiática consiguen incluso visados para 10 años.

Alemania también está empezando a prestar atención a los empresarios chinos. El visado se tramita en 48 horas

Alemania también está empezando a prestar atención al menos a los empresarios. Actualmente, en Pekín, el trámite de un visado para ellos solo dura 48 horas. Pero quien desee establecerse en el país como inversor, primero tiene que demostrar que ha hecho un curso de alemán. Para los turistas y los estudiantes, la espera sigue siendo más larga. Según fuentes diplomáticas, el número de los que quieren quedarse en Alemania para salir de la pobreza es insignificante. Los chinos salen de la riqueza.

De todos modos, es posible que, dentro de poco, los que vienen de China no necesiten el beneplácito de los no chinos para sentirse en el mundo como en su propia casa, ya que, hoy día, vayan donde vayan, la mayoría de las veces ya hay otros compatriotas. Es el caso de Tao Wei, de 28 años y natural de Chongqing. Hace seis años se trasladó a Gran Bretaña para estudiar arquitectura. Además, hacía fotografías, y como cada vez más conocidos le pedían fotos, se hizo autónomo. Entre sus clientes figuran jóvenes chinos, a menudo adinerados, que quieren llevarse consigo fotos de su boda, o de antes de su boda, hechas en Europa. Según Tao, se trata de un negocio próspero, y solo en Londres hay diez estudios fotográficos que se han especializado en parejas de novios chinas. En verano, casi delante de cada cabina telefónica de color rojo tiene lugar una sesión fotográfica.

Son las 7 de la mañana y Shumao y Mengya se encuentran en un cruce de calles delante del palacio de Westminster. “Poneos más cerca”, les dice Tao Wei. “Y ahora, ¡daos un beso!”. Un camión de la basura que pasa traqueteando toca la bocina. Schumao y Mengya han contratado un “Día de boda, paquete B”, que incluye 10 horas de fotos en el centro de la ciudad, una maquilladora y, como mínimo, 600 fotografías. “Tao hace unas fotos que parecen del cartel de una película”, asegura el novio. Por ello paga 2.700 euros.

Shumao y Mengya se han conocido en la Universidad de Coventry. Él estudia fabricación de Automóviles, y ella, periodismo. Los dos se han levantado a las 2 de la madrugada para que los peinen y los maquillen. La boda tendrá lugar en Lanzhou, la ciudad natal del Shumao, o en Shanghái. Londres es solo el decorado.

El vestido de Mengya deja los hombros al aire, y Shumao lleva un esmoquin ligero, pero los dos se ríen del frío de la mañana y posan pacientes junto a una farola. A Tao le gustan las puestas en escena elaboradas, para eso lo contratan. A menudo, en sus fotografías hay autobuses rojos de dos pisos o taxis negros que pasan detrás de la pareja. Es el tipo de imagen de postal que desean los chinos.

Tao reduce Londres a un decorado; el mundo más allá de la Gran Muralla se convierte en un fotomural. Al final, Europa cabe en un lápiz de memoria.

Julia Amalia Heyer firma este artículo del Der-Spiegel junto a Walter Mayr, Christoph Scheuermann; Christoph Schult; Bernhard Zand y Helene Zuber.

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