El Chapo, amor criminal
La fuga del capo eleva la pasión popular por su figura pese a su sanguinario historial
Sentados en el suelo, un niño de seis años y su hermano de ocho juegan con dinosaurios de juguete en el puesto callejero de su padre. El pequeño parecía indiferente a la conversación de los mayores sobre el capo más buscado del mundo, pero levanta la mirada y dice:
–Papá, ¿nos darán el dinerito si decimos dónde está?
–¡No lo podemos delatar...! Es el jefe más querido por todos hijo.
Joaquín El Chapo Guzmán. Se busca. Recompensa del Gobierno de México: 3,8 millones de dólares. Una de las camisetas que vende en su tienda Enrique Vázquez lleva el lema de la recompensa y la última foto oficial de Guzmán antes de escaparse de prisión, rapado y con su característico ojo izquierdo en parálisis nerviosa. En otra el capo es Homer Simpson –pero con bigote– sosteniendo la cabeza del presidente Obama y con la frase en inglés No más guerra contra las drogas. Vázquez también ofrece otra con el rostro avieso del Chapo el día que lo detuvieron en 2014 rodeado de narcoadornos: un fusil de asalto, una blackberry, una planta de marihuana, paquetes de coca y el orgulloso emblema nacional, la bandera de México, sobre una hilera de balas.
El ensayista Sergio González Rodríguez da su interpretación del fenómeno: "La chapomanía que se ha desatado no sólo en México, sino en otras partes del mundo, responde a la falta de legitimidad que ostenta el gobierno mexicano (y buena parte de los gobiernos en muchas naciones), la cual se expresa en un síndrome de sospecha, incredulidad y desconfianza generalizadas. Nadie se traga la idea del súper criminal, sino que se despliegan las versiones (en serio o en plan de burla) en torno de la corrupción institucional que hace posibles las hazañas contra la ley. En este contexto de erosión política, la chapomanía aspira a heredar la glorias de la fridamanía que años atrás conquistó al planeta. No hay héroes criminales sin gobiernos que los patrocinen".
El comerciante Vázquez, que tiene su puesto en Tepito, un insondable mercadillo de México DF con un abanico comercial que va desde filmes nouvelle vague hasta crías de cocodrilo, reivindica al narco prófugo como mito del pueblo: "La gente usa playeras de cualquier güey, del Bob Marley o del Pablo Escobar, pero ahora el más chido es este y además es mexicano. La gente lo respeta más que al presidente". El filósofo Guillermo Hurtado parte de la base de que "no hay nación, ni siquiera la mustia Inglaterra, que no admire a sus bandoleros más célebres" y reconduce la cuestión ética hacia la responsabilidad colectiva: "Esa admiración popular no debe entenderse como un síntoma de la inmoralidad pública. Si queremos buscar las manifestaciones de esa inmoralidad no hace falta prestar atención a un capo de la droga. Todos los días y en todos los rincones los mexicanos mentimos, traicionamos, robamos, herimos, incluso matamos. El Chapo no es nuestro espejo. Él es una leyenda viva, nosotros somos pequeños delincuentes que hacemos el mal en la sombra".
Los muertos por las guerras del Cártel de Sinaloa bajo el mando de Guzmán se cuentan por miles, y por millones los adictos arruinados por su red internacional de narcotráfico. Una joven que prefiere no dar su nombre dice en Tepito que el capo no debe ser un ejemplo: "Al fin y al cabo es un narcotraficante y un sicario", aunque justifica que la gente explote su imagen: "Yo digo que si los narcos hacen negocio con nosotros pues nosotros también podemos hacer un poquito de negocio con ellos, ¿no?".
El politólogo Sergio Aguayo considera que en los últimos años, "al igual que en el resto del mundo", ha habido "un deterioro bien marcado en la cultura cívica mexicana. Hay dos indicadores precisos al respecto: profunda desconfianza en las instituciones del Estado y mayor tolerancia a la corrupción. Esto pasa en todo el mundo; la diferencia con México es que aquí tenemos un Estado paralelo al cual un sector amplio de la población (muy difícil de medir estadísticamente) transfiere sus lealtades. El Chapo es el personaje más representativo de ese Estado paralelo".
En otra tienda un joven con una camiseta de Guzmán dice que él se suele fijar en actores, "pero ahorita lo que está pegando es El Chapo", como si hablase de un éxito musical en vez del capo que desató la guerra que convirtió a Ciudad Juárez en la ciudad con más asesinatos del mundo en 2009 y 2010 o que ha contado entre sus operarios con un experto en la disolución química de cadáveres conocido como El Pozolero por haber transformado los cuerpos de unos 300 rivales en una sustancia parecida al pozole, un caldo mexicano. "¿A poco ha matado a mucha gente?", pregunta el muchacho.
Encuadrado en el concepto tradicional del bandolero benefactor, la figura del Chapo crece con el viento a favor de la imaginería popular y de una sociedad en la que las cotas de horror alcanzadas han distorsionado los parámetros de la maldad. "La percepción general de que el cártel liderado por El Chapo es menos sanguinario que otros contribuye a su entronización, sin duda", opina el escritor Daniel Saldaña París. "Lo que asusta aquí y que revela la penetración de la violencia en la vida cotidiana en México es que "menos sanguinario que otros" parece, a estas alturas, un juicio positivo".
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